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25.11.19

De cruzadas redentoras, golpes y fraudes

(Clarín) ¿El golpe boliviano traerá democracia? Espero, pero dudo. Porque en realidad es un extraño «golpe»: los ejércitos de los «populismos jesuitas» no son ejércitos de la Constitución, sino aparatos del «gobierno popular». El general que acompañó Morales a la salida era uno de sus pretorianos; más que derribarlo, le quitó la silla.
Por Loris Zanatta

(Clarín) No era necesario ser profetas para prever que la sucesión de Evo Morales sería traumática; ni hay que ser adivino para prever que no ha terminado, que estamos al comienzo de un feuilleton destinado a durar años, tal vez generaciones.

Bolivia es “diferente”, ya se sabe. Pero la dinastía política de Evo es la misma de los demás “populismos jesuitas” y tiene raíces vastas y profundas en la región. Herejía, ¡muchos se indignarán! Ignorante, ¡otros gritarán! ¡Evo es indígena e inca es su mundo! Ya sé: quinientos años de evangelización le pasaron encima como agua sobre piel de foca ... Santa paciencia: la “fábrica de la aymaridad”, la construcción del “pueblo” de Evo Morales, es un proceso típico de “inculturación”, palabra clave de la jerga misionera. En él desempeñaron un papel clave los teólogos y pastores de la liberación y de la cultura: cada “pueblo”, en singular, tiene una “cultura”, en singular, que el hijo demoníaco de la Ilustración, el liberalismo, socava en su perverso plan de “homogeneizar” el mundo; esta es su idea.

¿La “cultura” idealizada de ese “pueblo” mítico viola a menudo derechos que el liberalismo considera universales? ¿Es a veces violenta, machista, brutal, cruel? No importa: el “pueblo” de los “populismos jesuitas” es el “pueblo elegido”; único en su identidad eterna, universal en su fe.

El Papa Francisco lo explicó en La Paz. Primero el “pueblo”: “en este pueblo arraigó con fuerza el anuncio del Evangelio”; luego su “cultura”, “ el papel específico de las religiones en el desarrollo de la cultura”; finalmente, la eterna lucha de ese “pueblo” con su “cultura” contra el enemigo secular, liberal, “colonial”: “los pueblos tienen memoria” y esa memoria está en peligro por el individualismo mercantíl que “nos disgrega” y “pretende imponerse en el mundo”. Morales lo escuchaba radiante: de todos los “populistas jesuitas”, es el más amado por el Papa.

Leer los discursos de Morales es aburrido y repetitivo: prédica indigenista aparte, peronistas, castristas, sandinistas, chavistas han estado cantando el mismo coro durante décadas; nada nuevo.

Ahora, si este es el álbum de familia, la pregunta es: ¿qué democracia puede haber donde la política es una cruzada contra el infiel, el camino hacia la redención del “pueblo elegido”? ¿Qué relevancia pueden tener el estado de derecho y las instituciones representativas, si se las entiende como hijas degeneradas de las mentes heréticas de los philosophes?

La obsesión por perpetuarse en el poder como un Rey Católico, la estafa electoral para evitar el triunfo de las “clases coloniales” no son (solo) el fruto de un ego enloquecido; son el lógico resultado de una ideología en la que el “pueblo de Dios” no piensa doblegarse ante el “pueblo de la Constitución”, so pena de perder su “identidad”, so pena de la “disgregación” de su “cultura”.

¿Democracia? Solo mientras gane “el pueblo “, su pueblo: “seguiré gobernando con el pueblo”, dijo Maduro después de perder las elecciones de 2015; “aquí nunca entrará la famosa división de poderes del famoso Montesquieu”, decía Fidel Castro; Morales tiene esa misma idea de democracia.

Si se hubieran celebrado elecciones regulares, es probable que el vencedor habría sido Carlos Mesa, hombre que garantizaba un gobierno respetuoso del pluralismo y de la democracia. En cambio, al manipular las urnas, Morales desató la guerra religiosa y se eligió “el enemigo”: al causar la radicalización del conflicto, hizo emerger un “enemigo” que como él invoca a Dios sobre la Constitución, al “pueblo” sobre la democracia.

Siempre pasa lo mismo con los “populismos jesuitas”: donde todos agitan la cruz y la espada en nombre de Dios y del “pueblo”, la ley y la razón capitulan. ¿Por qué debería ser diferente en Bolivia?

Dado ese contexto, disertar si hubo “golpe” en La Paz es como hablar sobre el sexo de los ángeles. Se ha escuchado de todo: un erudito español afirmó que era suficiente celebrar las elecciones “libres” prometidas por Morales una vez destapado el fraude; todo habría acabado a partir un piñón.

Sucede que las personas inteligentes digan cosas muy estúpidas. Falsificar el voto, el acto supremo de la democracia, sería así cómo robar chucherías: una bofetada y listo; la próxima vez se portará bien. Otros admiten que Morales ha exagerado un poco, pero nada justificó el “golpe” porque no son claras sus intenciones “hegemónicas”: ¿cancelar un plebiscito y organizar un fraude electoral no es suficiente? También hay quienes afirman que hay casos en los que una causa, el fraude, no justifica el efecto, el golpe.

Es un campo minado: como odio la guerra, no la haré contra los alemanes que invadieron Polonia. Prefiero Churchill a los apaciguadores, creo que la democracia debe protegerse antes que sea tarde, en lugar de pasar la vida llorando a su funeral.

Es lindo condenar los golpes y sentirse la conciencia ligera; pero tenemos el deber moral de explicarle a los bolivianos a quienes habían robado el voto, cómo obtener justicia. La respuesta correcta sería: ¡sigan los caminos legales! ¿Pero si están cerrados? Si quién los controla es el mismo que les robó su voto? Pregúntenle a los venezolanos. Se entiende así que la historia de América Latina sea llena de golpes que establecieron dictaduras y de golpes que les pusieron fin: donde la guerra religiosa prevalece sobre el estado de derecho, repito, la cruz y la espada son las que deciden el destino.

¿El golpe boliviano traerá por lo tanto democracia? Espero, pero dudo. Porque en realidad es un extraño “golpe“: los ejércitos de los “populismos jesuitas” no son ejércitos de la Constitución, sino aparatos del “gobierno popular”. El general que acompañó Morales a la salida era uno de sus pretorianos; más que derribarlo, le quitó la silla.

¿Por qué? Quizás porque el país estaba en llamas y no había otro remedio; porque el Orienta amenaza la secesión y ningún ejército puede tolerar la ruptura de la unidad nacional; o porque la geopolítica cuenta y los brasileños, cansados ​de​ tener enemigos en las puertas, se habrán hecho oír.

O tal vez sea más fácil: quienes pierden las elecciones se van simplemente a casa; quien sufra un golpe cruzará el desierto, pero resurgirá. ¿No ha regresado Perón? ¿No ha regresado Chávez? ¿Ortega no regresó? ¿No piensa en regresar Correa? Seguro que Evo intentará regresar también; los hombres de la providencia siempre regresan.

Fuente: Clarín (Buenos Aires, Argentina)