Artículos

15.05.19

Auscultar el corazón silencioso de los desencantados

(La Nación) Quizás esos votantes cansados ya ni siquiera estén enojados, sino profundamente decepcionados. Es bien distinto: del enojo se vuelve, la decepción es un viaje de ida.
Por Nicolás José Isola

(La Nación) SAN PABLO-  En los últimos tiempos, se han comenzado a visibilizar algunos fenómenos sociales nuevos. Por un lado, la reivindicación exaltada de una porción del electorado de Cambiemos que defiende con uñas y dientes lo realizado. Ante las críticas económicas , esta porción recuerda que la herencia fue atroz y que se hizo lo que debía hacerse. Si se dice, por ejemplo, que el nivel de endeudamiento podría llevar a un default, se lo tacha a uno de filo-K o de sponsor del club del helicóptero.

Por el otro lado, el cansancio de una parte de la sociedad frente a la constante fumigación de esperanza: un futuro promisorio que nunca llega. Esto evidencia un problema: el oficialismo lanzó expectativas que se transformaron en anclas. Veamos. Antes de asumir, Mauricio Macri sostenía sobre la inflación : "Al final del segundo año estamos en un dígito, estate seguro. Esto es lo más fácil". Un año más tarde, en julio de 2016, le preguntaron: ¿por qué cifra le gustaría ser juzgado en 2019? Y respondió: "Pobreza . Si cuando termino mi presidencia no bajé la pobreza, habré fracasado, más allá de las cosas que hayamos obtenido. Todo lo demás serían excusas".

En política, las profecías contundentes tienden a transformarse en un boomerang cruel. Macri no fue el único que subestimó la realidad. ¿Cómo olvidar aquella dantesca conferencia del 28 de diciembre de 2017 con esa línea de cuatro: Sturzenegger, Peña, Dujovne y Caputo? Federico Sturzenegger había repetido durante 2017: "Metas que se cambian no son metas". Y las metas no pararon de cambiar. En efecto, en aquella ocasión, Nicolás Dujovne daba una nueva meta de inflación del 15% para 2018 y 10% para 2019. Un superávit de deseo que hizo que el dólar subiera 4% ese día. Finalmente, la inflación de 2018 fue más del triple: 47,6%. Según Dujovne, se "iba a crecer al 3,5%, por lo menos por los próximos años". Pero al año siguiente la economía cayó 2,6%. Porcentajes, como dagas.

Allí, también pudo escucharse: "El endeudamiento, si bien es transitorio, es perfectamente sostenible". Aún no habíamos llamado al delivery del FMI para la cena (que no sabemos cómo iremos a pagar). Ese día, le preguntaron a Marcos Peña si el bolsillo dolería de nuevo en 2018. "De la misma manera que dijimos en la campaña que 'lo peor ya había pasado', lo podemos ratificar hoy claramente. (...). Hoy ya podemos decir, claramente, que estamos alejándonos de la zona de crisis". Hay dos "claramente" que oscurecen. A los pocos meses, el dólar ahuyentaría a un segundo semestre que nunca nos quiso besar.

Con tal nivel de estrés, uno entiende por qué los argentinos triunfan en el mundo: cualquier otro lugar es un spa. Es verdad que luego de estas declaraciones cambiaron los pronósticos económicos externos, pero también existieron errores meteorológicos no forzados, como vaticinar a los cuatro vientos una lluvia de inversiones que terminaron siendo tres gotas locas. En 2015, la voz del estadio se apresuró a decir que entraba a la cancha el mejor equipo económico de los últimos cincuenta años. Hoy, luego de varios cambios en el plantel, el tablero muestra una inflación y un endeudamiento exuberantes, una tasa de pobreza alta, un dólar viril y el desplome de la producción real y del consumo. Económicamente, perdemos por goleada.

Aun así, la ilusión en sangre no cesó. El pasado 13 de febrero, Macri señaló: "Ya está bajando la inflación y lentamente va a mejorar la economía". No ocurrió: la inflación de enero había sido del 2,9%, creció en febrero al 3,8% y en marzo trepó al 4,7%. Tres años persiguiendo una zanahoria imaginaria que no alcanzamos nunca. Ahora aprendieron: "No vamos a hacer más pronósticos", dicen. Últimamente, frente al caradurismo de quienes participaron en la gestión anterior y hoy pontifican soluciones, Macri endureció su discurso. Semanas atrás, enunció: "Estoy caliente, siempre me calentó la mentira. Y, otra vez, volver a escuchar a los que vienen a proponer ese maravilloso atajo, esa solución mágica que nos releva de seguir este camino de trepar la montaña con orgullo, con esfuerzo, pero convencidos. Es inaguantable".

Por necesidad electoral, se termina recurriendo a una épica que en los inicios se evitó. Como se vio en la apertura de sesiones del Congreso, en pocos días pasamos de ese liderazgo encendido "a la William Wallace" a un Macri cabizbajo que anunciaba medidas a través de un deslucido video casero. Los focus groups meten mejores cambios de frente que Riquelme. Lo cierto es que nunca como hoy se vieron tan sepia los globos de colores. Y ese contraste también comunica.

Hace falta una mejor y mayor autocrítica sobre las prácticas autosuficientes y herméticas que existieron (el maltratado radicalismo puede dar fe de ello). Duele cuando los espejismos imaginarios en los que se creía se hacen astillas. Ya lo decía el poeta Rilke: "No han caído nunca desde una esperanza muy alta". Se trata de un problema crucial para el macrismo acostumbrado a ganar: la caída desde aquella esperanza hirió lo más sagrado, la confianza social.

Mismo así, algunos exhortan que salimos del cepo, mejoramos en infraestructura, estadísticas, libertad de prensa, lucha contra el narcotráfico, etc. Logros muy relevantes, dado que las cloacas dignifican, sin dudas. Pero eso no invalida el sostenido desasosiego económico. Un segmento de la sociedad, asfixiado por las subas de tarifas, se saturó de oír a los loritos del "estamos convencidos de que este es el camino correcto". Ese convencimiento ya no tranquiliza a nadie, y menos al mercado.

Algunos macristas aguerridos dicen que es esto o vuelve el kirchnerismo. Las encuestas desfavorables hicieron que se pasara de "buscar la reconciliación de los argentinos" a abonar la polarización basada en el miedo social al retorno del cuco. Era en diciembre de 2015 cuando había que mostrar que la herencia era insostenible: hoy suena a excusa. No son los ya seducidos los que precisan ser evangelizados. Una porción desenamorada del electorado ve en las góndolas una excursión al tren fantasma. A veces, algunos parecen subestimar el dolor del hambre. Quizá nunca lo sintieron.

El acuse de recibo de los acuerdos de precios llegó un poco tarde, casi electoralmente, haciendo que la identidad de Cambiemos no pare de cambiar. A la hora del postre y contra sus principios, el chef cambió el menú y nos dio macrismo de malos modales. El panorama es triste. Hay que auscultar el corazón silencioso de los desencantados, el latido indeciso del "yo los voté, pero no sé si hoy los volvería a votar".

Cualquier matrimonio lo sabe: es en medio de las profundas crisis cuando más difícil es volver a elegirse. Como en toda gesta, es bueno arengar a los propios para que continúen luchando comprometidos, pero también hay que recoger y curar a los heridos que quedaron lastimados en el camino.

Quizás esos votantes cansados ya ni siquiera estén enojados, sino profundamente decepcionados. Es bien distinto: del enojo se vuelve, la decepción es un viaje de ida.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)