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06.05.19

Centenario (1919-2019)

Por la fe ciega de Evita

(Clarín) El 7 de mayo se cumple un siglo del nacimiento de Eva Duarte. El historiador italiano, experto en peronismo y en Iglesia católica argentina, examina las creencias en las que se basaba su ideario político y cuál es su vigencia actual.
Por Loris Zanatta

(Clarín) Hace cien años nacía Eva Perón: ¿qué queda de ella? Para haber vivido tan poco, apenas treinta y tres años, dejó una tremenda huella en la historia argentina: era una personalidad excepcional. Pero aún más: en ella se reflejaba una especie de la Argentina eterna, un mezcla humana en la que muchos argentinos se reconocieron. Guste o no, esa Argentina sigue ahí. Y a su lado, otra Argentina que la aborrece y la rechaza. Eva, mucho más que Juan Perón, expresa esa famosa grieta y el evitismo es el núcleo más duro y vital del peronismo.

Para muchos, la grieta es un invento, un concepto superficial que distorsiona y trivializa el significado de la historia argentina. Será. Pero quién sabe cómo, esa palabra vuelve, como una pesadilla recurrente, por alguna razón.

Eva, su vida, su memoria y su legado explican esa razón mejor que nadie. Y junto con la de ella, la parábola del cura Hernán Benítez, jesuita, figura que pocos argentinos recuerdan pero que harían bien en conocer. No es inteligente ignorar la importancia de los jesuitas en su historia; a esta altura debería ser obvio para todos: sin él, no tendríamos a Eva, o Eva sería muy diferente.

Benítez no fue simplemente su “confesor”, como muchos insisten en minimizar. Fue su inventor político y mentor ideológico; fue, sobre todo, quién dio forma al nebuloso universo ideal y moral de Eva Duarte, un universo con el que tantos argentinos se identificaron precisamente porque era un universo antiguo y latente, creado por siglos de cristianismo hispano o italiano. Bastaba frotar la lámpara con cierta sabiduría, para que ese antiguo genio liberara su gran poder.

¿Son las grandes personalidades las que producen grandes cortes en la historia, o son esos mismos cortes que abren las puertas a las grandes personalidades? Ciertamente, no habría habido ninguna Eva Perón sin el golpe de Estado del 4 de junio de 1943. Ese fue el evento que sepultó a la Argentina liberal y resucitó a la Argentina católica: ¡esa sí que es una gran grieta! Benítez lo dijo de inmediato.

Algunos años después, él y Eva se regocijaron por eso: tenemos el pueblo trabajador más católico de la historia. El peronismo, que muchos estudiosos llaman un “fascismo de izquierda”, era según él, un “comunismo de derecha”; es decir, el mismo espejo pero invertido. Por “comunismo” él entendía el cristianismo de los orígenes, el retorno al orden sagrado del mundo que la modernidad ilustrada y liberal había erosionado.

El feroz odio de Eva hacia el mundo burgués era alimentado por su resentimiento; pero este no habría tenido ningún eco social si no hubiera expresado el desquite de la cristiandad católica contra su enemigo eterno: la “racionalidad iluminista”, la clase media “colonial” que había traicionado la “cultura” del “Pueblo de Dios ”, dirá años después otro jesuita. ¡En otras palabras, la grieta otra vez!

Se entiende así que “la nueva Argentina” peronista despreciara y pisoteara el orden liberal: parlamento, separación de poderes, multipartidismo, libertades individuales; y que se inspirara en el orden cristiano antiguo: la unanimidad de estafe, llamada justicialismo; el organicismo corporativo, llamado comunidad organizada, que subordinaba “la parte al todo”, el individuo al Estado; la espada para aplastar la herejía, la cruz para convertir a los ciudadanos por medio de la escuela, la radio, el arte, el deporte, todo.

En la cristiandad peronista, Perón era Dios y Eva, la virgen mediadora; el partido, la clase sacerdotal; los gremios, los fieles organizados por edad y profesión; y los actos públicos, sus liturgias de masas.

Sin embargo, el peronismo de Eva no era lo mismo que el peronismo de Perón. Perón era un aprendiz político: buscaba un equilibrio entre las corporaciones, entre el ejército y el sindicato. Pegaba pero también tendía la mano; atacaba al Imperio pero también dialogaba con él; distribuía riqueza pero también exigía ajustes.

El principio de racionalidad no le era ajeno; su peronismo podría gradualmente aclimatarse en democracia. El abrazo tardío con Balbín lo demostró; después de todo, les pasó también al salazarismo, al franquismo, al varguismo, todos ellos miembros de su misma familia. El evitismo nunca: Eva era el alma religiosa y mesiánica del peronismo. Su visión maniquea del mundo, sus loas al fanatismo y su furia redentora cavaron la grieta con saña.

Su peronismo, dijo el astuto y agudo ventrílocuo jesuita Benítez, era una “dictadura pro pueblo”, la venganza contra el “consorcio judeo-masónico-liberal”. Y si era así, el fin justificaba los medios: monopolio y manipulación de las instituciones y la información, uso descarado de las finanzas públicas con fines privados y partidarios, agravio y menosprecio del adversario, desprecio por el mundo y las reglas internacionales, corrupción, nepotismo, clientelismo. No ha cambiado desde entonces.

La principal fuente de energía y calor del evitismo fue siempre la idea de pueblo: palabra mágica, cuerpo místico; basta con evocarlo para lavar los pecados, purificar las conciencias, subirse a un pedestal moral. ¿Pero que pueblo? Un pueblo “mítico”, diría Bergoglio; los pobres, los humildes, los últimos; todas expresiones bíblicas, qué casualidad. Sí: la poderosa historia del evitismo abreva en la fuente más antigua y lozana, las Escrituras.

Érase una vez un pueblo, el pueblo elegido, que vivía inocente y puro; hasta que un demonio lo indujo a la tentación y lo corrompió: llámenlo pecado original, modernidad liberal, globalización, imperialismo, neoliberalismo, plutocracia; no cambia. El Redentor lo liberará de la esclavitud y lo llevará a la tierra prometida; esto prometió Eva, esta fue la clave de su culto.

¡Nada de eso! No eran promesas sino “buenas obras”, protestarán los devotos de Eva. El pueblo la amaba por haber creado guarderías, orfanatos, escuelas y hospitales. Sin duda. Pero cuidado con la heterogénesis de los fines. Con Eva, con el triunfo de la Argentina católica, la pobreza dejó de ser un estigma, pasó a ser una virtud.

Ya no se trataba de una condición para superar sino de una identidad para exhibir, una condición que acercaba al paraíso; los pobres encarnaban los saludables valores cristianos corrompidos por el dinero, la riqueza, el individualismo y el egoismo de las otras clases. De ahí el famoso lema “Eva dignifica”.

Como Benítez solía repetir, el ideal peronista era una pobreza digna: una pobreza que garantizara la salud moral de los trabajadores y les permitiera cumplir con sus deberes hacia la familia y hacia Dios. Así entendida, la pobreza era garantía de moralidad. En cuanto a la economía, no estaba al servicio del desarrollo y la prosperidad: era una ciencia moral a través de la cual el Estado evangelizaba a los ciudadanos conservando la unidad de la fe.

Así sucedió que mientras el gobierno peronista, asediado por la recesión, pedía a escondidas créditos a Washington, el presupuesto de la Fundación Eva Perón seguía creciendo, bulímico y sin fiscalización. ¿Era sostenible? No. Eva distribuía riquezas que el país no producía y que sus exacciones inhibían. ¿Quién pagaría la cuenta? Quedaría sobre los hombros de las generaciones futuras. Así fue como la exaltación de los pobres se convirtió en una trampa de la pobreza. Y todavía lo es.

Si este es el significado de la parábola de Eva Perón y del evitismo, si esta es su raíz histórica remota, no es sorprendente que continúe reproduciéndose con otros nombres y nuevas formas. Ni que Benítez pusiera a su lado al Che Guevara, elevado a “héroe cristiano”, que alabara a Evita Montonera.

Tampoco es sorprendente que Fidel Castro, el más poderoso jesuita latinoamericano del siglo XX, viera en el comunismo un “nuevo cristianismo”, ni que el nicaragüense Daniel Ortega y el fallecido Hugo Chávez repitieran la consigna, y que un Papa jesuita y argentino olfateara en ellos a las ovejas extraviadas de su proprio rebaño. Finalmente, no es sorprendente que Buenos Aires le reserve a Juan D. Perón apenas una calle, que algunos insisten en llamar Cangallo, mientras que Eva Perón domina desde el alto de la avenida 9 de Julio.

Loris Zanatta es catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia y se especializa en peronismo. Entre sus libros figuran "Perón y el mito de la nación católica" y "Eva Perón. Una biografía política".

Fuente: Clarín (Buenos Aires, Argentina)