Artículos

21.03.19

Macri, Cristina y Lavagna, en un todos contra todos

(TN) La carrera hacia octubre empezó a piña limpia. Aunque de sus tres actores centrales sólo el actual Presidente reconoce ser candidato, todos buscan pegar primero para pegar mejor.
Por Marcos Novaro

(TN) Se habla mucho de la grieta, pero en verdad lo que va a definir el más decisivo resultado electoral de este año, el de las presidenciales de octubre, es quién ocupe mejor el centro político, es decir se quede con la mayor porción a su alcance del voto moderado y evite quedar en tercer lugar en la primera vuelta.

Lavagna lo sabe y por eso se muestra moderado en casi todo, “no soy el ajuste pero tampoco el despilfarro” etc., y descalifica a los otros dos por someter al país a una polarización constante y estéril. Pero como sabe también que el voto más blando a su alcance por ahora es el que se disputa con Cristina por el lugar de “principal oposición”, salió a pegarle con todo a Macri, de quien dijo que era un fracasado, un soberbio, el comandante de un ejército de trolls y varias otras linduras.

Aunque la jugada más importante del sector de Lavagna en estos momentos no es esa sino la que dirige a desalentar por todos los medios la candidatura de Cristina. La razón es evidente: en caso de que ella desista, imaginan en el peronismo federal, quien la reemplace carecería del rígido piso en que hasta ahora ella se asienta, y que le impide a los “no kirchneristas” superar lo que hasta aquí es su techo infranqueable de 20 puntos, con toda la furia, sumando a los progresistas y algunos radicales tal vez 25, aún insuficientes para colarse en el ballotage.

El kirchnerismo también se ha venido moderando en los últimos meses. Tras dejar pasar el G20 y el verano sin hacer más que un poco de ruido con las cacerolas, la expresidenta volvió a hablar, pero para victimizarse abrazada a su hija enferma. Los resultados están a la vista: las últimas encuestas la muestran, por primera vez, con mejor imagen que Macri e imponiéndose en primera vuelta.

Ofreció además una moderada aunque potencialmente muy dañina respuesta al intento de los federales de correrla de la escena: la posibilidad de compartir las listas bonaerenses a través de la candidatura a gobernador de Massa. Es decir, llevar la estrategia de la unidad hasta la misma jornada de la votación presidencial. Va a ser difícil que los federales resistan esa oferta, sobre todo si a Massa lo corren de la carrera presidencial. ¿En qué otras condiciones le convendría competir contra Vidal? La ventaja para Cristina es también evidente: con Lavagna sumando votos para la oposición, pero sin poder entrar al ballotage, volcar después esos votos a su favor en el mano a mano contra Macri sería muy fácil. Más aún si los intendentes que la sigue proponen hacer lo mismo: la de Lavagna se reduciría a ser una colectora a su servicio.

Mientras tanto, va quedando en evidencia que de estos tres bandos en pugna, el oficialista es el que está más a la defensiva, y por eso también es el más desesperado por lanzar golpes a diestra y siniestra, para que no terminen de ponerlo contra las cuerdas. Al precio de dejar demasiado a la vista que la puntería no es su fuerte. Como cuando se apuró a ir contra el juez Alejo Ramos Padilla o repite hasta el hartazgo que estamos a un tris de volvernos Venezuela ante cualquier cosa que justifique o no agitar el ánimo antikirchnerista. O cuando le pega a Lavagna por su pasado y encima en su flanco más fuerte, que no es tanto la economía como el costado “populista” de su experiencia económica.

Lo hizo Dujovne al criticar la quita de la deuda en la renegociación de 2005, que es cierto implicó un costo entonces ignorado, un 26% del pasivo que siguió años en litigio. Y que en parte debió afrontar Macri al iniciar su mandato (garpando unos 17.000 millones de dólares). Y lo repitió el presidente cuando volvió a aludir a esa “malísima renegociación” y al congelamiento de las tarifas, cuya resolución también es cierto explica buena parte de la inflación de los últimos tres años.

Pero el problema no es tanto que exista o no evidencia para justificar sus golpes, sino la imposibilidad de que den en el blanco: a Lavagna le alcanzó con responder que deberían “dejar de lloriquear” y ponerse a trabajar para que la economía crezca.

¿Otro hubiera sido el resultado si le recordaban al exministro que su devaluación fue más exitosa que las dos de este gobierno porque en 2002 los salarios y jubilaciones siguieron congelados y la desocupación era del 20%? ¿O si en vez de reprocharle haber pasado por varios gobiernos muy distintos, algo que todos los argentinos como votantes hemos hecho, le pedían explicara esa famosa foto del abrazo con Néstor Kirchner pocos meses después de haber sido candidato de la oposición, y semanas antes del estallido de la crisis del campo, durante la cual y por bastante tiempo más no pudo abrir la boca?

Es dudoso: ¿a quién le importa todo eso? A una ínfima minoría. Andar desenterrando esas discusiones tiene encima el costo de colocar al gobierno, y al propio presidente, escarbando mugre antigua, para una pelea que atrasa. Por eso que poco después saliera Marcos Peña a acusar tanto a Lavagna como a Cristina de ser “antiguos, conservadores y reaccionarios” sonó aún más a golpes a ciegas: ¿a quién le estaba hablando?

El oficialismo tiene decidido abstenerse de nuevas muestras de optimismo, reconocer la “gravedad de los problemas” y mostrarse “peleándola”. Con uñas y dientes no sólo lo político, también en la economía. Y dadas las circunstancias puede que no le quede otra. Pero de los tres polos en competencia es el que tiene en este momento las cosas más difíciles. Y hasta que la economía no repunte solo puede evitar perder los rounds por paliza. Para no retroceder más de lo que ya hizo en los últimos meses.

¿Sus chances desaparecen si la recuperación no llega a tiempo? No sólo depende de que la economía vuelva a crecer. También de que la explicación que él ha dado de la crisis y del ajuste siga siendo aceptada: la idea de que el esfuerzo no lo impuso por propia voluntad si no porque “no quedó otra”, se acabó la plata para una salida sin costos, y por tanto no se justifica ver en él a un insensible ajustador; y que “el esfuerzo vale la pena”, por lo que cambiar de rumbo ahora sería tirar por la borda todos los sacrificios justo cuando van a dar sus frutos.

¿Y depende tanto como se cree de que Cristina sostenga su candidatura? Si la expresidenta desiste pero porque sella un acuerdo con Alternativa Federal y Lavagna, no es tan seguro que el oficialismo se vea perjudicado. ¿No podría repetirse la votación de segunda vuelta de 2015? Otro sería el caso si Cristina se retira y promueve en su lugar a un candidato adicto. Ahí sí, Lavagna tendría su mejor escenario: uno en que podría sumar los votos del peronismo y unificarlo desde abajo, sin necesidad de ningún acuerdo de cúpulas que sea difícil de explicar ante el resto de los votantes.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)