Belisario Betancur, promotor de la paz
Su época coincidió con la etapa final de una izquierda latinoamericana contraria a la democracia. Los enemigos de parte y parte de la paz, cultores beneficiados de la guerra, le salieron al paso bajo diferentes formas. La tragedia que decapitó entonces al Poder Judicial colombiano ensombreció toda la gestión de Betancur. Se manifestó un ferviente partidario del acuerdo de paz suscrito en 2016 entre la administración Santos y la cúpula de las Farc.Por Hugo Machín Fajardo
Colombia pierde al más liberal de sus conservadores, según propia definición del ex presidente Belisario Betancur, fallecido el pasado 7 de diciembre a los 95 años, luego de más de tres décadas de haber ejercido la presidencia y en plena lucidez.
Latinoamérica pierde a uno de esos incesantes buscadores de la paz regional, cuya labor queda opacada por la estridencia de personajes que terminan decepcionando a sus conciudadanos o, por lo menos, no mereciendo tanta dedicación mediática.
Este antioqueño hijo de arriero, a los cuatro años leía, escribía y sabía las cuatro operaciones, aprendidas en los descansos de los viajes realizados con recua de mula, en que acompañaba a su padre y a alguno de sus 21 hermanos, de los cuales 16, tempranamente perecieron de hambre o enfermedades.
A punta de autoeducación, mucho esfuerzo -repitió tres veces quinto grado hasta leer de corrido- cultura y primoroso estilo para escribir, deja una veintena de libros. Este poeta cuya fortuna “fue nacer sin fortuna”, ocupó la Casa de Nariño en el tercer intento y gobernó una convulsa -cuándo no- Colombia entre 1982 y 1986.
Su época coincidió con la etapa final de una izquierda latinoamericana contraria a la democracia. Además, a diez días de asumir como Presidente, el Gobierno de México informó que no podía asumir su deuda externa. Comenzaba una crisis continental de ocho años, la “década perdida”, que se dice. Por si fuera poco, también Betancur heredaba una crisis financiera interna, que determinó la liquidación de varios bancos y la intervención de la Superintendencia Bancaria en el Banco de Colombia y en el Grupo Grancolombiano. Su país perdió reservas internacionales.
La inequidad proverbial del país cafetero -que él había conocido en carne y familia propia, durmiendo más de una noche en bancos de la plaza- sumada a la Guerra Fría, producía una media docena de grupos dogmáticos y obedientes a las diferentes capitales del llamado socialismo real. Partidos y guerrillas línea Moscú, estalinistas, maoístas, procastristas, trotskistas; a favor o en contra de la lucha armada, cuya división les impedía superar un exiguo 5% de apoyo electoral, hubieran tentado alguien de talante autoritario a barrer a sangre y fuego.
Comisión para la Paz. Por el contrario, Betancur de inmediato anula el cuestionado Estatuto de Seguridad de su antecesor, el liberal Turbay Ayala, y crea una Comisión para la Paz integrada por 36 personalidades, entre ellas un representante guerrillero del Movimiento 19 de abril (M-19), a fin de entablar diálogos de paz con los diferentes grupos alzados en armas.
Los enemigos de parte y parte de la paz, cultores beneficiados de la guerra, le salieron al paso bajo diferentes formas. Su ministro de Defensa, un general, renunció tras una reunión de Betancur con guerrilleros. Estos, coaligados con uno de los mayores criminales de la historia latinoamericana, Pablo Escobar, protagonizaron un asalto narcoterrorista al Palacio de Justicia en noviembre de 1985, con el objetivo de impedir la extradición de los cabecillas de los carteles de la droga. Iban a más. Atacar luego la sede del Poder Ejecutivo y someter a juicio al mismo Betancur. El gobierno envió al ejército a recuperar el edifico y liberar rehenes “lo que se hizo en una operación con absurda violencia”, según el historiador colombiano Jorge Orlando Melo. Luego de 48 horas de enfrentamientos, diecisiete magistrados del Poder Judicial murieron -muchos posiblemente a raíz de la intervención militar- así también como unos treinta guerrilleros atacantes, once soldados y 35 funcionarios; más algunos detenidos por el ejército, desaparecidos hasta hoy, sin que se conozca a los responsables.
La tragedia del Palacio. Esa extradición que se quería evitar, es la misma a la que se opuso inicialmente Betancur, postura que debió abandonar ante la imposibilidad de que la justicia y la policía colombianas combatieran eficazmente el narcotráfico. Corrupción y terror combinados perforaban las instituciones. Su ministro de Justicia, Rodrigo Lara había sido asesinado en abril de 1984 por Escobar -una de sus 46 mil víctimas- entre la cuales hubo decenas de jueces y magistrados entre 1985 y 1987 que adelantaban procesos contra el capo mafioso; y Betancur le declaró la guerra al narcotráfico.
La tragedia que decapitó entonces al Poder Judicial colombiano, que una parte de la ciudadanía colombiana sigue considerando un desborde militarista sobre el poder civil, y otra, un error del Presidente al negarse a negociar con los atacantes, como reclamaba el presidente de la Corte Constitucional, ensombreció toda la gestión de Betancur. Opacó que cuatro años antes hubiera iniciado una generosa y abierta negociación con la guerrilla, tras levantar el estado sitio y aprobar una ley de amnistía para 1.500 guerrilleros, sin que esos grupos dejaran las armas y sin que los beneficiarios tuvieran que renunciar a continuar su guerra.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), aprovecharon esa negación para incrementar su poder, y ensayar lo que su ideólogo Jacobo Arenas denominaba “todas las formas de lucha” que, en realidad, fue ofrecer en bandeja a la represión estatal y paraestatal a miles de izquierdistas encuadrados en el partido legal Unión Patriótica, cuyo candidato presidencial, Jaime Pardo Leal -también asesinado en el periodo del liberal Virgilio Barco (1986 -1990)- obtendría 370.000 votos en 1986, iniciando la ruptura del bipartidismo colombiano imperante.
Olvidos. La izquierda regional insuflada por el castrismo y la de dentro del país, rápidamente denigraron a Betancur, quien en 1943 había auspiciado la estadía de Neruda en Bogotá para escuchar su “Viaje al corazón de Quevedo", luego parafraseado por Betancur con su “Viaje al corazón de Neruda”. Quedó en el olvido la decena de veces que sufrió prisión bajo la dictadura de Rojas Pinilla (1953 - 1957), cuando en la Asamblea Nacional Constituyente dirigía el “Batallón Suicida” antidictatorial.
También se olvida su intervención en la Asamblea General de la ONU en que le dijo al gobierno de los EEUU que era corresponsable con Colombia por el narcotráfico. O su negativa a aceptarle a la poderosa y corrupta FIFA la realización del mundial de fútbol en Colombia. Ante las numerosas críticas de entonces, patrioteras unas, sospechosamente interesadas otras, queda la evidencia de su responsabilidad para administrar los dineros públicos. “No se cumplió la regla de oro, consistente en que el Mundial debería servir a Colombia y no Colombia a la multinacional del Mundial. Aquí tenemos otras cosas que hacer, y no hay siquiera tiempo para atender las extravagancias de la FIFA y sus socios”, dijo quien impulsó la educación a distancia, la enseñanza desescolarizada, así como la campaña de instrucción nacional (CAMINA), que redujo los índices de analfabetismo.
No obstante, Betancur fue el mejor ex presidente de Colombia. Terminado su mandato, se volcó a la labor cultural, verdadera vocación, y a continuar lo iniciado en 1983 como cofundador del Grupo Contadora, alternativa a la política guerrerista de Reagan para Centroamérica, por la que recibiera el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1983 como reconocimiento a su labor por la paz en Centroamérica.
Impulsó la paz en la región caribeña junto a quienes luego reencontraría en el Club de Madrid, al que también contribuyó a fundar y en el cual 110 ex presidentes le rindieron honor.
Fue en otro país en guerra civil donde se verificó su principal aporte como uno de los tres integrantes de Comisión de la Verdad para El Salvador designada por el secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar en 1991. Guatemala supo también de sus esfuerzos por la pacificación centroamericana, como Presidente de la Misión de IDEA, de Suecia, en 1998, para apoyar el proceso de paz guatemalteco.
Casi todos los presidentes colombianos que le sucedieron continuaron con suerte diversa su frustrada propuesta de paz para Colombia. Su esfuerzo “legitimó en el largo plazo, una vía de solución política del conflicto armado que podía ser la única realista y a la que se apegaron casi todos los gobiernos que siguieron”, sostiene Melo 35 años después.
Por supuesto que Betancur se manifestó un ferviente partidario del acuerdo de paz suscrito en 2016 entre la administración Santos y la cúpula de las Farc, y su candidato a presidente en 2018, fue el ex vicepresidente Humberto de la Calle, principal negociador durante cuatro años y principal difusor del acuerdo a quien el electorado le dio la espalda.
“Construimos nuestras vidas con trasfondos de quimeras”, decía Betancur, quien en 2012, en los prolegómenos del acuerdo de paz entre el presidente Santos y las Farc, admitía haber cometido errores al respecto.
“Es que estábamos muy inmaduros. Pero él fue el que abrió el camino para la paz”, había dicho años antes el máximo comandante del M-19 y ex candidato presidencial, Carlos Pizarro, asesinado en 1990, muerte declarada crimen de lesa humanidad.
Kant establecía que la paz no es solamente el cese de la guerra, sino una interiorización de los seres humanos que participen en ella, sostenía Betancur y él sí que estuvo interiorizado de esa paz.
Colombia pierde al más liberal de sus conservadores, según propia definición del ex presidente Belisario Betancur, fallecido el pasado 7 de diciembre a los 95 años, luego de más de tres décadas de haber ejercido la presidencia y en plena lucidez.
Latinoamérica pierde a uno de esos incesantes buscadores de la paz regional, cuya labor queda opacada por la estridencia de personajes que terminan decepcionando a sus conciudadanos o, por lo menos, no mereciendo tanta dedicación mediática.
Este antioqueño hijo de arriero, a los cuatro años leía, escribía y sabía las cuatro operaciones, aprendidas en los descansos de los viajes realizados con recua de mula, en que acompañaba a su padre y a alguno de sus 21 hermanos, de los cuales 16, tempranamente perecieron de hambre o enfermedades.
A punta de autoeducación, mucho esfuerzo -repitió tres veces quinto grado hasta leer de corrido- cultura y primoroso estilo para escribir, deja una veintena de libros. Este poeta cuya fortuna “fue nacer sin fortuna”, ocupó la Casa de Nariño en el tercer intento y gobernó una convulsa -cuándo no- Colombia entre 1982 y 1986.
Su época coincidió con la etapa final de una izquierda latinoamericana contraria a la democracia. Además, a diez días de asumir como Presidente, el Gobierno de México informó que no podía asumir su deuda externa. Comenzaba una crisis continental de ocho años, la “década perdida”, que se dice. Por si fuera poco, también Betancur heredaba una crisis financiera interna, que determinó la liquidación de varios bancos y la intervención de la Superintendencia Bancaria en el Banco de Colombia y en el Grupo Grancolombiano. Su país perdió reservas internacionales.
La inequidad proverbial del país cafetero -que él había conocido en carne y familia propia, durmiendo más de una noche en bancos de la plaza- sumada a la Guerra Fría, producía una media docena de grupos dogmáticos y obedientes a las diferentes capitales del llamado socialismo real. Partidos y guerrillas línea Moscú, estalinistas, maoístas, procastristas, trotskistas; a favor o en contra de la lucha armada, cuya división les impedía superar un exiguo 5% de apoyo electoral, hubieran tentado alguien de talante autoritario a barrer a sangre y fuego.
Comisión para la Paz. Por el contrario, Betancur de inmediato anula el cuestionado Estatuto de Seguridad de su antecesor, el liberal Turbay Ayala, y crea una Comisión para la Paz integrada por 36 personalidades, entre ellas un representante guerrillero del Movimiento 19 de abril (M-19), a fin de entablar diálogos de paz con los diferentes grupos alzados en armas.
Los enemigos de parte y parte de la paz, cultores beneficiados de la guerra, le salieron al paso bajo diferentes formas. Su ministro de Defensa, un general, renunció tras una reunión de Betancur con guerrilleros. Estos, coaligados con uno de los mayores criminales de la historia latinoamericana, Pablo Escobar, protagonizaron un asalto narcoterrorista al Palacio de Justicia en noviembre de 1985, con el objetivo de impedir la extradición de los cabecillas de los carteles de la droga. Iban a más. Atacar luego la sede del Poder Ejecutivo y someter a juicio al mismo Betancur. El gobierno envió al ejército a recuperar el edifico y liberar rehenes “lo que se hizo en una operación con absurda violencia”, según el historiador colombiano Jorge Orlando Melo. Luego de 48 horas de enfrentamientos, diecisiete magistrados del Poder Judicial murieron -muchos posiblemente a raíz de la intervención militar- así también como unos treinta guerrilleros atacantes, once soldados y 35 funcionarios; más algunos detenidos por el ejército, desaparecidos hasta hoy, sin que se conozca a los responsables.
La tragedia del Palacio. Esa extradición que se quería evitar, es la misma a la que se opuso inicialmente Betancur, postura que debió abandonar ante la imposibilidad de que la justicia y la policía colombianas combatieran eficazmente el narcotráfico. Corrupción y terror combinados perforaban las instituciones. Su ministro de Justicia, Rodrigo Lara había sido asesinado en abril de 1984 por Escobar -una de sus 46 mil víctimas- entre la cuales hubo decenas de jueces y magistrados entre 1985 y 1987 que adelantaban procesos contra el capo mafioso; y Betancur le declaró la guerra al narcotráfico.
La tragedia que decapitó entonces al Poder Judicial colombiano, que una parte de la ciudadanía colombiana sigue considerando un desborde militarista sobre el poder civil, y otra, un error del Presidente al negarse a negociar con los atacantes, como reclamaba el presidente de la Corte Constitucional, ensombreció toda la gestión de Betancur. Opacó que cuatro años antes hubiera iniciado una generosa y abierta negociación con la guerrilla, tras levantar el estado sitio y aprobar una ley de amnistía para 1.500 guerrilleros, sin que esos grupos dejaran las armas y sin que los beneficiarios tuvieran que renunciar a continuar su guerra.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), aprovecharon esa negación para incrementar su poder, y ensayar lo que su ideólogo Jacobo Arenas denominaba “todas las formas de lucha” que, en realidad, fue ofrecer en bandeja a la represión estatal y paraestatal a miles de izquierdistas encuadrados en el partido legal Unión Patriótica, cuyo candidato presidencial, Jaime Pardo Leal -también asesinado en el periodo del liberal Virgilio Barco (1986 -1990)- obtendría 370.000 votos en 1986, iniciando la ruptura del bipartidismo colombiano imperante.
Olvidos. La izquierda regional insuflada por el castrismo y la de dentro del país, rápidamente denigraron a Betancur, quien en 1943 había auspiciado la estadía de Neruda en Bogotá para escuchar su “Viaje al corazón de Quevedo", luego parafraseado por Betancur con su “Viaje al corazón de Neruda”. Quedó en el olvido la decena de veces que sufrió prisión bajo la dictadura de Rojas Pinilla (1953 - 1957), cuando en la Asamblea Nacional Constituyente dirigía el “Batallón Suicida” antidictatorial.
También se olvida su intervención en la Asamblea General de la ONU en que le dijo al gobierno de los EEUU que era corresponsable con Colombia por el narcotráfico. O su negativa a aceptarle a la poderosa y corrupta FIFA la realización del mundial de fútbol en Colombia. Ante las numerosas críticas de entonces, patrioteras unas, sospechosamente interesadas otras, queda la evidencia de su responsabilidad para administrar los dineros públicos. “No se cumplió la regla de oro, consistente en que el Mundial debería servir a Colombia y no Colombia a la multinacional del Mundial. Aquí tenemos otras cosas que hacer, y no hay siquiera tiempo para atender las extravagancias de la FIFA y sus socios”, dijo quien impulsó la educación a distancia, la enseñanza desescolarizada, así como la campaña de instrucción nacional (CAMINA), que redujo los índices de analfabetismo.
No obstante, Betancur fue el mejor ex presidente de Colombia. Terminado su mandato, se volcó a la labor cultural, verdadera vocación, y a continuar lo iniciado en 1983 como cofundador del Grupo Contadora, alternativa a la política guerrerista de Reagan para Centroamérica, por la que recibiera el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1983 como reconocimiento a su labor por la paz en Centroamérica.
Impulsó la paz en la región caribeña junto a quienes luego reencontraría en el Club de Madrid, al que también contribuyó a fundar y en el cual 110 ex presidentes le rindieron honor.
Fue en otro país en guerra civil donde se verificó su principal aporte como uno de los tres integrantes de Comisión de la Verdad para El Salvador designada por el secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar en 1991. Guatemala supo también de sus esfuerzos por la pacificación centroamericana, como Presidente de la Misión de IDEA, de Suecia, en 1998, para apoyar el proceso de paz guatemalteco.
Casi todos los presidentes colombianos que le sucedieron continuaron con suerte diversa su frustrada propuesta de paz para Colombia. Su esfuerzo “legitimó en el largo plazo, una vía de solución política del conflicto armado que podía ser la única realista y a la que se apegaron casi todos los gobiernos que siguieron”, sostiene Melo 35 años después.
Por supuesto que Betancur se manifestó un ferviente partidario del acuerdo de paz suscrito en 2016 entre la administración Santos y la cúpula de las Farc, y su candidato a presidente en 2018, fue el ex vicepresidente Humberto de la Calle, principal negociador durante cuatro años y principal difusor del acuerdo a quien el electorado le dio la espalda.
“Construimos nuestras vidas con trasfondos de quimeras”, decía Betancur, quien en 2012, en los prolegómenos del acuerdo de paz entre el presidente Santos y las Farc, admitía haber cometido errores al respecto.
“Es que estábamos muy inmaduros. Pero él fue el que abrió el camino para la paz”, había dicho años antes el máximo comandante del M-19 y ex candidato presidencial, Carlos Pizarro, asesinado en 1990, muerte declarada crimen de lesa humanidad.
Kant establecía que la paz no es solamente el cese de la guerra, sino una interiorización de los seres humanos que participen en ella, sostenía Betancur y él sí que estuvo interiorizado de esa paz.