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24.08.18

Las buenas maneras y la democracia en el Perú

(La Mula) Las buenas maneras, lejos de constituir un tema frívolo, son, por el contrario, cosa muy seria. En la vida de todos los días contribuyen a nuestro relacionamiento con los demás. En política, son un lubricante del diálogo en momentos de tensión.
Por Francisco Belaunde Matossian

(La Mula) La democracia está en riesgo cuando los ciudadanos ya no quieren escucharse los unos a los otros, prefiriendo atrincherarse en plazas-fuertes ideológicas y/o partidarias, o “burbujas”, según una expresión actual, desde las cuales intercambian invectivas.   

Como en otros países, es lo que viene ocurriendo en el Perú. Algunas voces relativizan la gravedad del fenómeno, señalando que solo concierne a la parte minoritaria de la población que se interesa en la política. No obstante, los efectos van mucho más allá, pues la polarización influye en no pocas ocasiones en los actos del Gobierno y del Congreso, lo que afecta al país en su conjunto. Por otro lado, el clima de enfrentamiento permea y contamina a sectores más amplios de la sociedad. Particularmente grave es que se frene el intercambio de argumentos que permiten enriquecer las opiniones de cada uno, haciendo prevalecer en consecuencia la emotividad por sobre la racionalidad a la hora, por ejemplo, de ejercer el derecho al sufragio. El decir, el voto se empobrece y la demagogia gana.

En tal contexto, es indispensable nadar contra la corriente y esforzarnos en mantener las líneas de comunicación abiertas, principalmente entre los ciudadanos de a pie y los llamados “líderes de opinión”; los políticos suelen decirse barbaridades, pero no pueden romper el contacto entre ellos, pues en muchas ocasiones se ven obligados a conversar y concertar para tomar decisiones.

¿Cómo se mantienen abiertas las líneas de comunicación en contextos de exacerbación de ánimos? Obviamente, cuidando de preservar las buenas maneras.

Ahora bien ¿Qué son exactamente las buenas maneras en las discusiones y los debates?

No consisten en modo alguno en renunciar a expresar con firmeza los puntos de vista o a indignarse ante determinadas posiciones, ni en refugiarse en una suerte de neutralidad sin ningún tipo de compromiso.

Se trata, en primer lugar, de algo tan simple como no insultar al interlocutor. Además de no ser lo civilizado, no sirve como forma de rebatir. En cambio, se puede ser muy contundente con argumentos y observaciones precisas.

Para el segundo aspecto, cabe apoyarse en el filósofo escocés del Siglo XVIII, David Hume, que examinó y destacó el rol de las buenas maneras en el funcionamiento de las sociedades.

Una de sus recomendaciones era que, al momento de entablar una conversación, se evitara la arrogancia y se optara por una actitud de modestia. Se previene así una actitud a la defensiva del interlocutor e incluso que se ofenda, lo que lo haría menos receptivo a lo que se le dice, frustrándose la posibilidad de un diálogo fructífero.

Naturalmente, el análisis de Hume estaba enmarcado en el contexto social de su tiempo, pero su consejo es válido en cualquier circunstancia. Así, en las conversaciones actuales y en los intercambios en las redes, existe una fuerte tendencia a expresarse como si la opinión propia fuera la verdad absoluta y a transmitir al otro la idea, implícita o explícitamente, que, si piensa de manera distinta, es porque es ignorante, egoísta, antidemocrático y/o corrupto, entre muchos otros calificativos que escuchamos y leemos aquí y allá. También, por cierto, se le encasilla en un determinado bando político. En otras palabras, se le descalifica. Ello no se da solamente en los intercambios con personas cuyas posiciones son conocidas y que pueden generar indignación; también ocurre respecto de desconocidos que expresan un punto de vista discrepante o, simplemente, introducen matices y comunican sus dudas o reservas.

Optemos entonces por la modestia, aunque estemos muy seguros de lo que pensamos. Ello quiere decir utilizar con más frecuencia expresiones como “a mi parecer”, “creo” o “hasta donde sé”, entre muchas otras, al momento de expresar nuestras opiniones.

Los beneficios vienen en cascada, empezando por el hecho de que, al dar menos pie a reacciones defensivas, se reduce el campo de la emotividad y se abre el de la racionalidad. Es decir, nos permitimos ser inteligentes de nuevo. Con ello, se da la posibilidad de que surjan las coincidencias que todos tenemos , acotándose el campo de las diferencias que pueden resultar bastante menos importantes de lo que parecían en un inicio. Es decir, aunque no necesariamente lleguen a un acuerdo total, las partes terminan acercándose y quedan disponibles para conversaciones ulteriores.

Lo anterior se vuelve particularmente importante en esta época de proliferación de “fake news”, o de falsas noticias a través de las redes. En un ambiente polarizado éstas prosperan, y, a su vez, retroalimentan la polarización. En cambio, nada mejor que una conversación con cierto grado de serenidad para analizar las noticias y frenar su difusión si son falsas.

En resumen, las buenas maneras, lejos de constituir un tema frívolo, son, por el contrario, cosa muy seria. En la vida de todos los días contribuyen a nuestro relacionamiento con los demás. En política, son un lubricante del diálogo en momentos de tensión y abren una ventana de oportunidad para la racionalidad, y vaya que la democracia requiere de racionalidad para prosperar.

Fuente: La Mula (Lima, Perú)