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14.08.18

Claudio Uberti, como Juan Manuel Abal Medina, apela a la obediencia debida

(TN) Los cuadernos de las coimas revelaron cómo funcionaba el retorno de dinero a través de la obra pública. Cómo los «subordinados» dejaron al descubierto quiénes eran los destinatarios finales de los bolsos con plata.
Por Marcos Novaro

(TN) Primero fueron los cuadernos. Después vinieron las confesiones de empresarios arrepentidos, el primer quiebre del pacto de silencio. Quiebre y confesiones a medias, en verdad, porque apelaron al argumento de la presión extorsiva y el financiamiento de campañas. Pero alcanzaron para que se rompiera un silencio fundamental, el de Carlos Wagner. Cuando el exjefe de la Cámara de la Construcción habló, el carácter sistémico de la corrupción montado alrededor de la obra pública quedó a la luz y se fueron al caño la mitad de la excusa empresaria y la posibilidad de los exfuncionarios de guardar silencio.

De allí que haya comenzado -en los últimos días- una tercera y fundamental etapa de la causa, en que se empieza a romper un dique hasta ahora incólume: el de la estructura política que creó el kirchnerismo para saquear al Estado.

Las primeras grietas las abrieron Juan Manuel Abal Medina y Claudio Uberti, dos exkirchneristas que, por serlo, no tienen la lealtad de un De Vido o de un Baratta. Pero fueron engranajes necesarios del sistema en algún momento: Abal Medina entre 2011 y 2013, Uberti hasta 2007.

Aunque las suyas también son confesiones a medias: para no autoincriminarse han dicho que ellos obedecían órdenes y no preguntaban más que lo imprescindible. Así que no pueden decir mucho sobre el dinero que pasaba por sus manos, ni de dónde venía ni dónde iba a parar. Estaban -como reveló Hannah Arendt que decía Eichmann en Jerusalem, al ser juzgado por sus crímenes- haciendo el trabajo que se les encomendó, como empleados obedientes que eran.

Abal Medina llegó al extremo de aclarar que no era su obligación preguntar si se trataba de dinero negro. Según él, sí era su obligación, como Jefe de Gabinete, mover bolsos con fajos de billetes en la Casa Rosada. Ese vendría a ser, en su opinión, parte del rol constitucional asignado al cargo, junto a hacer informes en el Congreso, coordinar ministerios y alguna otra cosa más. Pero no andar metiendo las narices en detalles. ¿Porque hacerlo hubiera sido de chismoso, de alcahuete o de imprudente, porque temía involucrarse más de lo que lo obligaban?

Imaginemos un posible diálogo:

X: “Che Abal, llegan unos bolsos, ocúpate”

A: “¿A quién se los llevo?”

X: “a Y”.

Si en esa estructura de mando tan peculiar X e Y sabían más que Abal Medina, entonces eran sus jefes, los jefes de la banda, se entiende. Y ellos sí serían culpables de algo serio. El asunto es de todos modos complicado para el obediente empleado, porque no pudo negar que sabía que lo que movía eran fajos de billetes, tampoco desconoció que se entregaban con regularidad, y para demostrar que su creencia de que se trataba de aportes voluntarios para las campañas es verosímil va a tener que mencionar a X e Y, esperar que ellos confirmen su versión, y además que el juez y los fiscales -les crean o no- encuentren pruebas que los desmientan. Demasiados imponderables.

Tal vez por eso es que cuando a Uberti le tocó hablar, forzado por más testimonios de choferes que lo identificaron como el portabagagli del tráfico de billetes desde Venezuela, fue bastante más allá y confesó que además de los negocios con Venezuela, en su condición de administrador de las concesiones de corredores viales se ocupaba de recaudar coimas para De Vido, de las que estaban bien al tanto Néstor y Cristina. También dice haber sido un empleado, pero la verdad que uno bastante más atento o curioso que Abal Medina.

El problema de Uberti es que le va a resultar bastante difícil negar que el pago por sus servicios era bastante más que su sueldo oficial: tiene propiedades que le va a costar mucho justificar. Puede que por eso esté tan colaborativo. O puede que sea porque resiente el haber sido expulsado de la banda cuando estalló el caso Antonini Wilson, y el haberse perdido los mejores años.

En cualquier caso, igual que a los empresarios con su fábula de la extorsión, los aprietes y los supuestos aportes de campaña, a los exfuncionarios les va a pasar que, una vez que empiezan a descorrer el velo, las excusas y disculpas les van a resultar más y más insuficientes. Puede que la Justicia, para avanzar, necesite concederles algún grado de disculpa, pero no será porque se crea su apelación a la obediencia debida.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)