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13.08.18

Los cuadernos de las coimas: falta que se arrepienta Cristina Kirchner

(TN) La expresidenta tal vez se lamente de haber confiado en Abal Medina, o de haber dejado muchos cabos sueltos en el "club de la construcción".
Por Marcos Novaro

(TN) Aún el híper centralizado modelo que usaron los Kirchner en su paso por el poder, tanto para gobernar como para llenarse los bolsillos, necesitó la silenciosa colaboración de muchos, la decisión de su parte de avalar dicho sistema y perseverar en la disciplina que él requería, aún en los momentos de crisis.

Sucede ahora, cuando por primera vez algunos de esos muchos engranajes del sistema empiezan a romper el pacto de silencio que los mantuvo alineados, que resulta relativamente fácil llegar al corazón del mecanismo: no mienten del todo cuando apelan a la "obediencia debida", explican al juez y los fiscales que ellos no tomaban decisiones, ni conocían toda la trama, ni el destino final del dinero negro, porque estaban encargados solo de un paso del extenso y aceitado sistema de tráfico y uso del mismo.

Lo que era una gran ventaja para el matrimonio Kirchner en ese entonces, ahora se está volviendo en su contra: les permitía reducir al mínimo el peligro de que los intermediarios hicieran sus propios negocios, o "desviaran" fondos (que le roben a los ladrones puede que sea perdonable, pero a estos les suele resultar muy molesto, ¿no será que Centeno escribía todo en sus cuadernos porque eso debían hacer los choferes, dentro del sistema de control diseñado por Kirchner?), también reducía el riesgo de filtraciones y tornaba muy predecible y poco conflictivo el sistema mismo para todos los involucrados; pero desde que el poder les es esquivo que corren con desventaja, ha habido infinidad de pruebas de que el fruto del saqueo fluía hacía el vértice, faltaba sólo un empujón final para que los engranajes subalternos finalmente se resignaran a confesar lo que todo el mundo ya sabía, que en este chiquero no se tocaba un peso sin la intervención y autorización de los patrones.

La comparación con Carlos Menem es aleccionadora a este respecto. Es cierto que el riojano lidió con muchos más problemas durante sus 10 años en la presidencia por filtraciones a la prensa nacidas de disputas entre facciones de su gestión, o de choques de intereses y negocios en pugna entre sus funcionarios. Pero ese estilo más a la Alí Babá le permitió después dormir más tranquilo: una vez lejos del poder la lógica se invirtió, fue mucho más difícil lograr que se encadenaran investigaciones de corrupción hacia el vértice, y también que los socios y beneficiarios de esa suerte de cooperativa del afano que fue el menemismo tuvieran fácil apelar a la obediencia debida. Y eso que llegara al extremo de volar por el aire todo un pueblo para ocultar los rastros dejados por uno de sus más espectaculares curros, matando unas cuantas personas, y también suicidara a dos o tres más cuando las filtraciones se volvieron incontrolables.

La diferencia, claro, no reside sólo en el método, sino que también involucra el sistema social y económico que cada uno promovió. Menem creía que para su plan de reconversión de los peronistas al capitalismo, que cada líder del partido actuara como un empresario, en todo sentido, resultaba un paso necesario, una pieza de su esfuerzo por reconciliar e integrar a las elites nacionales durante décadas enemistadas.

En cambio en el caso de los Kirchner la lógica subyacente fue la del sultanato, un sistema extractivo en el que, en última instancia, hay un solo dueño, los demás son empleados o en el mejor de los casos concesionarios.

Por eso los análisis que hacen cuentas y comparan odiosamente el monto de recursos “desviado” por la corrupción en los años del kirchnerismo con lo que se robó en tiempos de Menem, o lo que los empresarios evadieron al fisco, o los costos de haber implementado malas políticas, se olvidan de lo esencial. El saqueo no fue un complemento, fue parte esencial del modelo social, económico y político instrumentado en ambos períodos. Pero el modelo no fue para nada el mismo, y por eso el sentido práctico y programático de la corrupción tampoco lo fue.

Entonces, la pregunta, ¿se puede arrepentir de algo Cristina Kirchner? Tal vez se esté arrepintiendo de confiar en Juan Manuel Abal Medina. De haber dejado muchos cabos sueltos en el "club de la construcción". O de haber participado personalmente de las reuniones en que se recibían y pesaban bolsos. Pero si lo hiciera sería un poco ingrata con quien montó el espectáculo. Que, la verdad, funcionó extraordinariamente bien durante un tiempo extraordinariamente largo. Y ya muy tarde, casi tres años después de haber dejado el poder, está haciendo finalmente agua. Para los estándares a los que nos tienen acostumbrados, un récord de estabilidad institucional.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)