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01.08.18

Tiempo para sembrar: fracciones, partidos y programas de gobierno

(El Observador) En las mejores democracias compiten quienes creen posible conciliar crecimiento y distribución con aquellos que sostienen que lo primero es asegurar el crecimiento económico. Si van a incrementar la presión fiscal deben decirlo. Si van a reducir los impuestos, deben explicar cómo financiarán los gastos del Estado. Si se proponen encarar reformas en temas centrales, deben ser absolutamente precisos.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Se aproximan los momentos decisivos de la campaña electoral. Los partidos deben encontrar los caminos para seleccionar precandidatos presidenciales con la vista puesta en ganar la elección pero también en ofrecer elencos de gobierno política y técnicamente competentes. Además, y esto todavía es más importante que lo anterior, deben acelerar sus definiciones en materia programática. El partido de gobierno y los de oposición, desde este punto de vista, vienen recorriendo caminos distintos. Pero deben responder las mismas preguntas.

Repasemos, primero, las principales características de los respectivos procesos de elaboración programática. En el Frente Amplio este proceso tiene dos grandes momentos. El primero de ellos ya está en marcha. Transcurre en la Comisión de Programa (que preside Ricardo Ehrlich) y culmina en el Congreso (que tendrá lugar sobre fines de 2018). En esta primera instancia los protagonistas centrales son los militantes de organizaciones de base y de los sectores frenteamplistas. El segundo momento se desencadena, habitualmente, de manera inmediata después de la elección primaria. La fórmula presidencial, sobre la base del programa aprobado por el Congreso, lidera la preparación de la plataforma electoral frenteamplista para la elección nacional. El gran desafío del FA es que el programa oficial y la plataforma electoral no sean esencialmente distintos. Es sabido que el primero, en tanto refleja el punto de vista de los militantes, suele ser menos "centrista" que el segundo.

El proceso de elaboración programática en los partidos de oposición tiene tres instancias distintas. La primera está en curso. Los precandidatos definen sus propuestas apoyándose en expertos de su confianza y en contacto (más o menos explícito, más o menos estructurado) con los electores. El segundo momento se dispara, como en el FA, después de acordada la fórmula presidencial. El tercero ha sido, hasta ahora, el más problemático. Los partidos de oposición están obligados a pactar un programa en la medida en que están llamados a trabajar juntos en el contexto de un gobierno de coalición. En estas tres instancias la militancia organizada pesa, pero menos que en el FA. En cambio, juegan un papel más relevante las fundaciones ("think tanks"), que se activan de modo visible y se convierten en ámbitos privilegiados para alojar a los expertos de fracciones y partidos. El gran desafío es que la última etapa, la de la coordinación programática entre partidos de oposición, no constituya un mero ritual ni quede para noviembre.

A lo largo de este proceso los partidos deben poder responder dos tipos de preguntas. El primer paquete refiere a las prioridades del próximo gobierno. El segundo a las políticas específicas, a los procedimientos a emplear y a los resultados esperados. En el contexto de una región que ha vuelto a conmoverse, Uruguay no está tan mal. Pero enfrenta un conjunto de problemas impostergables. En primer lugar, nuestro país debe relanzar su economía: debe redefinir su política comercial, incrementar su competitividad, revisar regulaciones laborales, incentivos a la inversión y potenciar sus políticas de innovación. En segundo lugar, hay que reparar fractura social, mejorar la calidad de la convivencia e incrementar la seguridad ciudadana, en el contexto de nuevos problemas como la amenaza del narcotráfico. En tercer lugar, hay que atreverse de una buena vez a reformar la educación. Hemos recorrido durante la Era Progresista el camino del cambio incremental. Hay que animarse a dar un salto y a cambiar de paradigma. El escándalo del abandono liceal no se resuelve con soluciones ad hoc. En cuarto lugar, hay que encarar desafíos demográficos. Precisamos cuatro millones de personas. Debemos discutir a fondo incentivos a la natalidad y políticas de inmigración, entre otras razones, porque el financiamiento de la seguridad social está bajo presión una vez más. Por último, y no por esto menos importante, hay que seguir poniendo un ojo en la agenda institucional: entre otros asuntos, cabe mencionar la modernización de la gestión pública, la aprobación de normas anticorrupción más severas, y la revisión del vínculo entre partidos políticos y poder judicial.

No puede descartarse que pueda haber respuestas total o parcialmente convergentes a algunas de las preguntas anteriores. Pero es especialmente importante que los protagonistas principales, a lo largo de todo este proceso, no tomen por el camino sencillo de las frases hechas. Es evidente que en temas muy importantes las respuestas no coinciden. Los partidos no tienen la obligación de tener en todos los casos las mismas respuestas. Diría más. Es preferible que no las tengan para que la ciudadanía pueda hacerse realmente responsable del rumbo adoptado. Hay, en Uruguay y en todos lados, enfoques del desarrollo más "dirigistas" y proteccionistas, y enfoques más liberales y aperturistas. En las mejores democracias compiten quienes creen posible conciliar crecimiento y distribución (cualquiera sea el contexto) con aquellos que sostienen que lo primero es asegurar el crecimiento económico. Si van a incrementar la presión fiscal deben decirlo. Si van a reducir los impuestos, deben explicar cómo financiarán los gastos del Estado. Si se proponen encarar reformas en temas centrales, como educación o seguridad social, deben ser absolutamente precisos.

Suele decirse que nadie lee los programas. Es muy discutible. En todo caso, está fuera de discusión que la calidad de la gestión de gobierno depende en gran medida del proceso de elaboración programática (ya sabemos que sin buenas siembras no habrá buenas cosechas). También está fuera de discusión que la calidad de la democracia depende de la precisión y profundidad del debate programático.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)