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25.07.18

El vicepresidente como candidato y como gobernante

(El Observador) El vicepresidente debe entender la dinámica de los partidos y de la competencia política. Debe ser capaz de entenderse con su propia bancada y, en ocasiones, con las de los demás partidos. La tendencia a la fragmentación del sistema de partidos y la creciente probabilidad de que, gane quien gane, el partido del presidente electo esté en minoría, vuelve este aspecto del perfil del vicepresidente especialmente relevante.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La semana pasada me detuve a analizar un dilema central de los partidos y de la democracia: competir o pactar para seleccionar el candidato a la Presidencia. Hoy quiero ocuparme de otro asunto directamente relacionado: el de los distintos criterios en tensión a la hora de completar la fórmula. En concreto: ¿qué características debería tener la persona nominada a la vicepresidencia? En este caso me interesa detenerme en dos dimensiones de especial interés. Por un lado, el vice debe tener virtudes significativas en tanto candidato; por el otro, debe tenerlas en tanto posible inquilino de un puesto clave en el funcionamiento del gobierno.

Empecemos por la dimensión electoral. Desde siempre, y por suerte, en nuestro país la ciudadanía elige primero partidos y luego candidatos. Esto, que estaba en el corazón mismo del sistema de candidaturas múltiples consagrado en 1910, siguió siendo cierto luego de la reforma constitucional aprobada en 1996. De todos modos, el perfil concreto de las personas propuestas a los cargos más importantes no es irrelevante. Hay, como es obvio, mejores candidatos que otros. Esto, que vale para la Presidencia, vale también para la vicepresidencia. El criterio básico que suelen utilizar los partidos es el de la complementariedad. La pregunta central que buscan responder es la siguiente: ¿quién complementa mejor al candidato a la Presidencia? En síntesis, el mejor vice es aquel que minimiza el riesgo de fuga de votos de dirigentes y militantes partidarios que puedan no sentirse bien representados por la candidatura presidencial y el que, al mismo tiempo, maximiza el potencial de crecimiento del partido hacia fuera.

Conciliar estos dos desafíos está lejos de ser sencillo. Con un ojo puesto en cada uno de ellos, los dirigentes partidarios toman en cuenta e intentan articular distintos aspectos. El eje izquierda-derecha suele ser clave: si el candidato a la presidencia se acerca a unos de los polos del continuo ideológico, se procura que el vice tienda hacia el centro. La dimensión de "clase" también es muy relevante: si uno es de origen "patricio" que el otro sea "plebeyo". La cuestión territorial importa mucho: si uno tiene perfil "doctoral" y representa mejor a los electores urbanos y metropolitanos, que el otro tenga perfil "caudillista" y hable el idioma de los votantes de áreas suburbanas y del "interior".

En los tiempos que corren, por suerte, el género tiene creciente importancia: es mejor que uno de ellos sea mujer. Por último, y no por ello menos importante, la demografía es relevante: si uno es más veterano, que el otro sea más joven. Como resultará obvio, combinar todos estos criterios es muy difícil. Dejo los ejemplos a cargo del lector.

Hace muchos años escuché a un dirigente político decir que en Uruguay se confunde política con elecciones. Siempre me acuerdo de esa frase... El énfasis en la dimensión electoral suele hacer que se pierda de vista lo que, en verdad, debería ser central. Los partidos deberían ofrecerle a la ciudadanía en su fórmula presidencial buenos gobernantes. Esto vuelve la discusión sobre el perfil del candidato a la vicepresidencia todavía más compleja. Es bastante obvio que las cualidades personales que maximizan la eficacia en la búsqueda de votos no son las mismas que ayudan a ejercer con destreza el gobierno. Una de las lecciones de la crisis que vivió el Frente Amplio durante este último período de gobierno es que el vicepresidente juega un papel muy relevante en el gobierno. Si la vicepresidencia, por la razón que sea, no funciona, la dinámica gubernativa sufre.

El vice, como es notorio, suple al presidente en caso de ausencia. Esta eventualidad puede llegar a tener consecuencias políticas importantes. Basta recordar la muerte del presidente Óscar Gestido y el ascenso de Jorge Pacheco. Pero esta situación es excepcional. La vicepresidencia juega un papel permanente poco visible pero muy delicado: es el puente más directo entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Dado que el gabinete ministerial es, como ha demostrado Daniel Chasquetti, el principal legislador (2/3 partes de las leyes aprobadas son iniciadas por el Poder Ejecutivo), la vicepresidencia juega un papel clave en el proceso legislativo. En tanto presidente del Senado, el vicepresidente incide sobre la agenda del Senado (priorizando asuntos) y sobre el ritmo de la productividad legislativa (acelerando o frenando en función de las circunstancias).

Debe ser capaz de articular instituciones (Ejecutivo y Legislativo). Pero también debe ser capaz de construir coaliciones entre actores (partidos y fracciones). Esto último siempre ha sido decisivo en la política uruguaya porque, en la dinámica parlamentaria, las fracciones son todavía más relevantes que los partidos. El vicepresidente debe entender la dinámica de los partidos y de la competencia política. Debe ser capaz de entenderse con su propia bancada y, en ocasiones, con las de los demás partidos. La tendencia a la fragmentación del sistema de partidos y la creciente probabilidad de que, gane quien gane, el partido del presidente electo esté en minoría, vuelve este aspecto del perfil del vicepresidente especialmente relevante. Teniendo en cuenta estos elementos está muy claro que el rasgo más importante que debería tener la persona que ocupe este cargo es la capacidad de negociación política. Lo ideal, es que tenga un perfil legislativo y no ejecutivo. Lo ideal es que tenga experiencia parlamentaria. Es clave que sepa escuchar y pactar. Y si no sabe, que esté dispuesto a aprender.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)

La semana pasada me detuve a analizar un dilema central de los partidos y de la democracia: competir o pactar para seleccionar el candidato a la Presidencia. Hoy quiero ocuparme de otro asunto directamente relacionado: el de los distintos criterios en tensión a la hora de completar la fórmula. En concreto: ¿qué características debería tener la persona nominada a la vicepresidencia? En este caso me interesa detenerme en dos dimensiones de especial interés. Por un lado, el vice debe tener virtudes significativas en tanto candidato; por el otro, debe tenerlas en tanto posible inquilino de un puesto clave en el funcionamiento del gobierno.
Empecemos por la dimensión electoral. Desde siempre, y por suerte, en nuestro país la ciudadanía elige primero partidos y luego candidatos. Esto, que estaba en el corazón mismo del sistema de candidaturas múltiples consagrado en 1910, siguió siendo cierto luego de la reforma constitucional aprobada en 1996. De todos modos, el perfil concreto de las personas propuestas a los cargos más importantes no es irrelevante. Hay, como es obvio, mejores candidatos que otros. Esto, que vale para la Presidencia, vale también para la vicepresidencia. El criterio básico que suelen utilizar los partidos es el de la complementariedad. La pregunta central que buscan responder es la siguiente: ¿quién complementa mejor al candidato a la Presidencia? En síntesis, el mejor vice es aquel que minimiza el riesgo de fuga de votos de dirigentes y militantes partidarios que puedan no sentirse bien representados por la candidatura presidencial y el que, al mismo tiempo, maximiza el potencial de crecimiento del partido hacia fuera.
Conciliar estos dos desafíos está lejos de ser sencillo. Con un ojo puesto en cada uno de ellos, los dirigentes partidarios toman en cuenta e intentan articular distintos aspectos. El eje izquierda-derecha suele ser clave: si el candidato a la presidencia se acerca a unos de los polos del continuo ideológico, se procura que el vice tienda hacia el centro. La dimensión de "clase" también es muy relevante: si uno es de origen "patricio" que el otro sea "plebeyo". La cuestión territorial importa mucho: si uno tiene perfil "doctoral" y representa mejor a los electores urbanos y metropolitanos, que el otro tenga perfil "caudillista" y hable el idioma de los votantes de áreas suburbanas y del "interior".
En los tiempos que corren, por suerte, el género tiene creciente importancia: es mejor que uno de ellos sea mujer. Por último, y no por ello menos importante, la demografía es relevante: si uno es más veterano, que el otro sea más joven. Como resultará obvio, combinar todos estos criterios es muy difícil. Dejo los ejemplos a cargo del lector.
Hace muchos años escuché a un dirigente político decir que en Uruguay se confunde política con elecciones. Siempre me acuerdo de esa frase... El énfasis en la dimensión electoral suele hacer que se pierda de vista lo que, en verdad, debería ser central. Los partidos deberían ofrecerle a la ciudadanía en su fórmula presidencial buenos gobernantes. Esto vuelve la discusión sobre el perfil del candidato a la vicepresidencia todavía más compleja. Es bastante obvio que las cualidades personales que maximizan la eficacia en la búsqueda de votos no son las mismas que ayudan a ejercer con destreza el gobierno. Una de las lecciones de la crisis que vivió el Frente Amplio durante este último período de gobierno es que el vicepresidente juega un papel muy relevante en el gobierno. Si la vicepresidencia, por la razón que sea, no funciona, la dinámica gubernativa sufre.
El vice, como es notorio, suple al presidente en caso de ausencia. Esta eventualidad puede llegar a tener consecuencias políticas importantes. Basta recordar la muerte del presidente Óscar Gestido y el ascenso de Jorge Pacheco. Pero esta situación es excepcional. La vicepresidencia juega un papel permanente poco visible pero muy delicado: es el puente más directo entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Dado que el gabinete ministerial es, como ha demostrado Daniel Chasquetti, el principal legislador (2/3 partes de las leyes aprobadas son iniciadas por el Poder Ejecutivo), la vicepresidencia juega un papel clave en el proceso legislativo. En tanto presidente del Senado, el vicepresidente incide sobre la agenda del Senado (priorizando asuntos) y sobre el ritmo de la productividad legislativa (acelerando o frenando en función de las circunstancias).
Debe ser capaz de articular instituciones (Ejecutivo y Legislativo). Pero también debe ser capaz de construir coaliciones entre actores (partidos y fracciones). Esto último siempre ha sido decisivo en la política uruguaya porque, en la dinámica parlamentaria, las fracciones son todavía más relevantes que los partidos. El vicepresidente debe entender la dinámica de los partidos y de la competencia política. Debe ser capaz de entenderse con su propia bancada y, en ocasiones, con las de los demás partidos. La tendencia a la fragmentación del sistema de partidos y la creciente probabilidad de que, gane quien gane, el partido del presidente electo esté en minoría, vuelve este aspecto del perfil del vicepresidente especialmente relevante. Teniendo en cuenta estos elementos está muy claro que el rasgo más importante que debería tener la persona que ocupe este cargo es la capacidad de negociación política. Lo ideal, es que tenga un perfil legislativo y no ejecutivo. Lo ideal es que tenga experiencia parlamentaria. Es clave que sepa escuchar y pactar. Y si no sabe, que esté dispuesto a aprender.