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22.06.18

La normalidad de los conflictos intra-coalición

(El Líbero) Resulta irónico que los chilenos demanden una democracia que funcione mejor y luego se sorprendan cuando ésta efectivamente lo hace como es normal en los países desarrollados. La tensión y los conflictos son elementos inherentes a ella. Cuando gobierna una coalición multipartidista, los roces están a la orden del día. No podría ser de otra forma.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Ahora que la democracia chilena se ha consolidado y el sistema político se ha llenado de nuevos actores, nos debemos acostumbrar a que las coaliciones vivan con permanentes conflictos entre sus miembros. Precisamente porque ella supone que los distintos intereses se ven expresados en la diversidad de los partidos y coaliciones, resulta ilusorio pretender que los gobiernos estarán formados por agrupaciones disciplinadas y cohesionadas.

Es irónico que los chilenos, por un lado, demanden una democracia que funcione mejor y, por otro, se sorprendan cuando ésta efectivamente lo hace como es normal en los países desarrollados. La tensión y los conflictos son elementos inherentes a la democracia. Cuando gobierna una coalición multipartidista, los roces están a la orden del día. No podría ser de otra forma. La razón por la que una alianza se mantiene conformada por varios partidos y no se fusiona en uno solo es precisamente porque hay diferencias ideológicas y tácticas entre sus miembros.

En Chile, la memoria de los primeros años después de la transición a la democracia a menudo nubla la visión de los que creen que las instituciones democráticas no funcionan bien. Cuando comparan el supuesto desorden actual con la disciplina férrea que, presumiblemente, tenían los partidos a comienzos de los 90, algunos concluyen que la democracia actual está en problemas. Pero el orden que se observaba en esa primera década no es propia de una democracia normal. Entonces, en parte por el temor a una regresión autoritaria, porque Pinochet seguía ejerciendo presión desde la Comandancia en Jefe del Ejército o porque la presencia de senadores designados privó a la Concertación en el Congreso de la mayoría electoral que ganó en las urnas, la democracia de los acuerdos emanó del hecho que todos los actores involucrados entendían que no teníamos una democracia normal.

Hoy, cuando no quedan enclaves autoritarios, los chilenos pueden vivir plenamente sus derechos democráticos. Eso hace que los partidos se comporten con la misma libertad que tiene una persona que está parada sobre una roca sólida que no se va a desintegrar. El desorden, las tensiones, el caos y los conflictos al interior de las coaliciones no es una señal de que la democracia no funciona. Al contrario, es una indicación incontrovertible de que sí lo hace, y bien.

Basta con mirar los conflictos permanentes que tienen las coaliciones y los partidos de gobierno y oposición en otras democracias del mundo. Ya que nos gusta compararnos con otros países de la OECD en otras dimensiones, debiéramos también hacer la comparación sobre el nivel de conflicto político que existe en el resto de la OECD al interior de las coaliciones multipartidistas de gobierno, y por cierto también de oposición.

La política consiste en que los diversos intereses buscan influir en las decisiones que toma el gobierno, de tal forma que las políticas y reformas que se implementen hagan que el país evolucione en la dirección que ellos quieren.Es verdad que las coaliciones se forman porque los partidos tienen intereses comunes. Pero eso no quiere decir que los partidos tengan sólo intereses comunes. En Chile Vamos, hay más cosas que unen a los cuatro partidos que las que los dividen. Pero es evidente que hay temas en que los partidos de derecha discrepan. Esas discrepancias inevitablemente aparecen en las decisiones que toma el gobierno y se hacen patentes en conflictos sobre prioridades que adopta el ejecutivo. Pero todo eso es normal. No hay razón para preocuparse o para crear alarma. La democracia funciona así en todas partes.

En la ciencia política, hay muchos académicos que gustan de profecías apocalípticas. Desde los que predican el derrumbe del modelo hasta los que presentan nuevos modelos que nunca se materializan, hay politólogos que parecen querer competir con predicadores que anuncian el fin del mundo. Luego, están los otros que llaman crisis a cualquier proceso de cambio o evolución. Para algunos, la democracia chilena entró en una crisis de representación a fines de los 90. Aparentemente, para ellos, Chile ha vivido más tiempo en crisis que en normalidad (si es que es posible creer que la democracia chilena en los 90 era más normal que la de ahora).

En las democracias que funcionan bien, el conflicto no está ausente. Los gobiernos exitosos son aquellos que saben canalizarlos adecuadamente, logran minimizarlos y, cuando no se puede, aprovechan la energía que generan para avanzar en causas que tienen mayor apoyo y generan más acuerdo. Resta por ver si el gobierno de Sebastián Piñera será capaz de aprovechar exitosamente los conflictos que hoy se dan en su coalición. Pero no debiera cometer el error de creer que una democracia que funciona bien es una en la que no existen los problemas.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)