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18.05.18

La política de Piñera hacia Venezuela

(El Líbero) La opción más razonable, pero también valiente e incluso osada, sería que Sebastián Piñera nombrara como embajador en Caracas a un líder con credenciales democráticas impecables, y con autoridad y legitimidad para convertirse en un actor que ayude a que ese país retome el sendero de la democracia en los próximos meses. Los candidatos naturales serían los ex Presidentes Ricardo Lagos o Michelle Bachelet.
Por Patricio Navia

(El Líbero) El  gobierno del Presidente Sebastián Piñera debiera resistir caer en la trampa de condicionar el envío de un embajador a Venezuela a la forma en que el gobierno de Nicolás Maduro reaccione ante las irrelevantes elecciones presidenciales de este domingo. Precisamente porque los defensores de la democracia en Venezuela necesitan toda la ayuda posible, el gobierno de Chile debería tener una participación activa, construyendo puentes y generando condiciones para proveer esa ayuda. No hay mejor forma de ayudar a recuperar la democracia en ese país que enviando un embajador influyente, respetado y con legitimidad democrática que pueda alzar la voz en defensa de los derechos civiles y políticos de los líderes de la oposición venezolana. El Presidente Piñera debiera pedirle al ex Presidente Ricardo Lagos o a la ex Presidenta Michelle Bachelet que acepten ser embajadores de su gobierno en Caracas.

Aunque hay algunos que todavía insisten en definir a Venezuela como una democracia en problemas, que el gobierno de Maduro haya mandado a cerrar el Congreso controlado por una mayoría de oposición y luego haya organizado unas elecciones que no podía perder, son motivos suficientes para declarar que la democracia venezolana está, si no muerta, al menos en coma. Para que las elecciones sean legítimas, la oposición tiene que tener una chance de ganar.

Nadie duda que Maduro resultará electo el 20 de mayo. Es más, la oposición se abstuvo de participar en las elecciones porque no había condiciones suficientes para garantizar un proceso competitivo. Desde un inicio, este proceso ha estado viciado. Los dos candidatos alternativos en carrera no esperan ganar la elección, sino posicionarse como alternativa política hacia futuro. Esta elección, luego, no es democrática.

De ahí que parezca difícil de entender la posición del gobierno, representada por el canciller Roberto Ampuero, que ha condicionado lo que hará Chile a la reacción de Maduro ante los resultados. Es difícil de entender, porque es obvio que éste se declarará ganador y hará un llamado a la unidad del país, a mirar hacia adelante y a construir una mejor Venezuela que pueda superar la crisis. Maduro pudiera incluso invitar a la oposición a un diálogo político. Pero nada de eso será suficiente para alterar la realidad de que tendrá en su bolsillo una victoria legalizada por un sistema que no permite la verdadera competencia democrática.

No hay que esperar hasta el domingo para tomar una decisión. Es verdad que las opciones no son muy atractivas. Sumarse al gobierno de Donald Trump en la condena a Maduro es una mala opción. Probablemente el único líder más impopular que Maduro en América Latina es el Presidente de Estados Unidos. Un país que se precie de respetar las instituciones y los valores democráticos no quiere sumarse a una administración impredecible e irrespetuosa de dichos valores, como la de Trump. Por otro lado, hacer fuerza con otros gobiernos latinoamericanos para presionar a Maduro tampoco es una opción muy atractiva. Los de Colombia, Brasil y México —tres de los cuatro países más grandes de la región— están de salida y carecen de fuerza y legitimidad política para presionar a Venezuela. Argentina, que era el candidato para liderar la presión a Maduro, está sumida en su propia crisis cambiaria. El gobierno de Perú está liderado por un Presidente que llegó accidentalmente al poder. A Piñera no le conviene arriesgar capital político para liderar una región que no tiene la fuerza ni el interés de promover hoy la democracia en Venezuela. Tampoco tiene sentido pretender castigar a ese país optando por no nombrar a un embajador, cuando tenemos uno en Cuba, una nación que es claramente menos democrática. Al menos en Venezuela hay oposición política activa.

De ahí que la solución más razonable, pero también valiente e incluso osada, sería que Sebastián Piñera nombrara como embajador en Caracas a un líder con credenciales democráticas impecables, y con autoridad y legitimidad para convertirse en un actor que ayude a que ese país retome el sendero de la democracia en los próximos meses. Los candidatos naturales serían Lagos o Bachelet. Tal vez ninguno de ellos quiera hacerlo, pero si Piñera les pidiera aceptar esa tarea, estaría enviando un poderoso mensaje de su compromiso con la democracia y de su intención por convertir a Chile en un actor clave que promueva la transición democrática en Venezuela.

Nunca es tarde para ayudar a recuperar la democracia, pero hay caminos mejores que otros. Optar por no nombrar embajador en Venezuela ayudaría poco a promover la democracia en ese país. En cambio, nombrar como enviado diplomático a un líder de incuestionables credenciales democráticas sería una señal potente e inequívoca del compromiso del gobierno de Chile con la defensa y promoción de la democracia en América Latina.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)