Conciencia y dignidad de la izquierda latinoamericana
De los dirigentes intermedios y las bases de los partidos de izquierda latinoamericanos depende ser herederos de una mística con bases poderosas, o terminar como expresiones testimoniales, además de traicionar la memoria de sus mártires.Por Hugo Machín Fajardo
Conciencia y dignidad son las salvaguardas para terminar con una obsecuencia que puede derivar en complicidad criminal. Así de simple es la disyuntiva que hoy se les presenta a miles de dirigentes de partidos de izquierda en Argentina, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela.
Ante la evidencia del apropiamiento indebido de millones de dólares, producto de la corrupción que asoló los gobiernos de izquierda de la región, dirigentes y cuadros intermedios de esas organizaciones, tienen la responsabilidadde reencontrar a sus partidos con su mejor historia.
Cierto es que el objetivo de todo partido político es la toma del poder, pero no menos cierto es que ese objetivo, así como la permanencia en el gobierno cuando se accede a este, dejan de ser lo prioritario si dichos logros fueron producto del desvirtuamiento ético de sus principales líderes.
Los partidos de la izquierda latinoamericana tienen hoy una deuda moral que deben saldar con la memoria y con el presente. La corrupción afecta a los más débiles. Y los más débiles históricamente han sido la base social de esos partidos de izquierda, organizaciones que para acceder democráticamente al poder, denunciaron con razón y argumento, las inequidades existentes en mayor o menor medida en los países mencionados.
También los hoy enjuiciados ex presidentes o presidentes, cuando fueron candidatos, reivindicaron la memoria de los militantes de esos partidos de izquierda que perdieron su vida, o sus mejores posibilidades de vivir, por combatir a las dictaduras que en el siglo pasado se instalaron en Centroamérica y en el Cono Sur.
El grado de responsabilidad varía en cada país. En unos, como Argentina, Brasil y Ecuador, las consecuencias de los delitos pueden ser resarcidas tanto económica como moralmente.
Les será doloroso y frustrante admitirlo, pero es posible. Se trata de no darse por vencidos ni aun vencidos. Y deslindar los dirigentes corruptos del partido político al que la ciudadanía en su democrático ejercicio electoral le confiara su voto. Sanear, restañar y recomenzar. Prácticas comunes en la vida personal aplicables a la vida de la sociedad.
En otros, como Nicaragua y Venezuela, esa reacción adquiere consecuencias dramáticas que empeorarán si no se encara ya. Esos miles de dirigentes y cuadros intermedios están siendo cómplices de homicidios que, a mediano o largo plazo, tendrán su sanción judicial. Sea en sus propios países, o mediante la Corte Penal Internacional.
La responsabilidad, como el ejercicio de un derecho y el cumplimiento de un deber, es individual. No puede ser excusa esperar las directivas de una cúpula directriz inficionada e impedida de actuar con independencia de criterio.
Tampoco se debe estar a la expectativa de lo que opinen organismos internacionales que, a veces reaccionan en tiempo y actúan -dentro de sus naturales limitaciones- con un efecto sancionatorio internacional que va aislando a los dictadores. Pero, en otros casos, evidencian que pueden equivocarse, como en la reciente indiferencia del secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, para encarar la masacre perpetuada por Daniel Ortega contra decenas de jóvenes nicaragüenses.
Menos aun no cabe que presten oídos a algunos intelectuales que se presentan como periodistas con un pasado de estrecha relación con los tiranos de hoy por lo que entierran la cabeza en la arena, empapada de sangre ciudadana. Y repiten que la “crisis”-así denominan las violaciones a los DDHH de sus dictaduras amigas – que viven Nicaragua y Venezuela, es consecuencia cuando no de la conspiración del “imperialismo contra los gobiernos de izquierda”. Incapacitados para entender que aquellos admirados líderes que prometían una sociedad nueva degeneraron en criminales, corruptos y cínicos, según el caso. Increíblemente en estos días puede escucharse eso de boca de algunos dinosaurios que han perdido toda coherencia. Para nos ser colocados en la misma bolsa del Cartel de los soles que apesta a cocaína, deberían comunicarse por Skype con Teodoro Petkoff en Caracas, o Ernesto Cardenal, en Managua: recibirían una buena dosis de conciencia y dignidad.
Pues entonces, los hechos son como son. Partidos políticos que pueden tener un protagonismo necesario en nuestros países, como equilibrio de la democracia, están ante una disyuntiva histórica.
Estos dirigentes tienen que ser dignos. No hacerse cargo de lo que no hicieron, ni de lo que, además, va en contra de sus principios; de lo que ellos honestamente creen que debe ser la política.
¿Tienen los partidos de izquierda latinoamericana que ser cómplices intelectuales de los asesinatos de jóvenes nicaragüense y de los 4 mil millones de petrodólares que Daniel Ortega ha canalizado a través de Albanisa, una red de compañías sandinistas al margen de los controles estatales? ¿También hacerse cargo de las decenas de muertes ocurridas en Venezuela a manos de la represión de Maduro, así como también de la crisis humanitaria que arroja miles de venezolanos hacia la emigración? ¿Que más necesitan los dirigentes del PT de Brasil para asumir que Lula es corrupto? Su admirado “Pepe” Mujica se los dijo por escrito, tal cual Lula se lo había confiado en el libro “Una oveja negra al poder”. Después Mujica, cambió su versión, pero fue el propio Lula quien le confesó que la compra de votos (mensalao) en el Congreso de Brasil fue como fue. ¿Y por qué los cuadros intermedios y bases del ecuatoriano Alianza PAIS deben asumirse como cómplices del hurto de USD 16 millones por el que está encarcelado el ex vicepresidente Jorge Glas? ¿Por qué los dirigentes intermedios y de las bases del Frente Amplio de Uruguay aceptan ser dirigidos por un ex vicepresidente que fue defenestrado a raíz del procesamiento judicial que sobrevino por utilizar dineros públicos en provecho propios, tras perder más de USD 800 millones cuando estuvo al frente de la empresa monopólica petrolera, Ancap? Y más recientemente, ¿van a seguir tras un senador frenteamplista que acaba de ser calificadode “deshonesto” por un fiscal al comprobarse que utilizó en su provecho dineros públicos? Finalmente, ¿qué tiene que ver la ciudadanía de izquierda argentina con los USD 7 millones encontrados en una caja fuerte de Florencia Kirchner, o con los incontables procesos judiciales por corrupción existentes contra su madre?
De los dirigentes intermedios y las bases de los partidos de izquierda latinoamericanos depende ser herederos de una mística con bases poderosas, o terminar como expresiones testimoniales, además de traicionar la memoria de sus mártires. Destino similar al que tienen hoy los grupúsculos maoístas latinoamericanos que -créase o no - recitan el libro rojo del Gran Timonel.
Conciencia y dignidad son las salvaguardas para terminar con una obsecuencia que puede derivar en complicidad criminal. Así de simple es la disyuntiva que hoy se les presenta a miles de dirigentes de partidos de izquierda en Argentina, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela.
Ante la evidencia del apropiamiento indebido de millones de dólares, producto de la corrupción que asoló los gobiernos de izquierda de la región, dirigentes y cuadros intermedios de esas organizaciones, tienen la responsabilidadde reencontrar a sus partidos con su mejor historia.
Cierto es que el objetivo de todo partido político es la toma del poder, pero no menos cierto es que ese objetivo, así como la permanencia en el gobierno cuando se accede a este, dejan de ser lo prioritario si dichos logros fueron producto del desvirtuamiento ético de sus principales líderes.
Los partidos de la izquierda latinoamericana tienen hoy una deuda moral que deben saldar con la memoria y con el presente. La corrupción afecta a los más débiles. Y los más débiles históricamente han sido la base social de esos partidos de izquierda, organizaciones que para acceder democráticamente al poder, denunciaron con razón y argumento, las inequidades existentes en mayor o menor medida en los países mencionados.
También los hoy enjuiciados ex presidentes o presidentes, cuando fueron candidatos, reivindicaron la memoria de los militantes de esos partidos de izquierda que perdieron su vida, o sus mejores posibilidades de vivir, por combatir a las dictaduras que en el siglo pasado se instalaron en Centroamérica y en el Cono Sur.
El grado de responsabilidad varía en cada país. En unos, como Argentina, Brasil y Ecuador, las consecuencias de los delitos pueden ser resarcidas tanto económica como moralmente.
Les será doloroso y frustrante admitirlo, pero es posible. Se trata de no darse por vencidos ni aun vencidos. Y deslindar los dirigentes corruptos del partido político al que la ciudadanía en su democrático ejercicio electoral le confiara su voto. Sanear, restañar y recomenzar. Prácticas comunes en la vida personal aplicables a la vida de la sociedad.
En otros, como Nicaragua y Venezuela, esa reacción adquiere consecuencias dramáticas que empeorarán si no se encara ya. Esos miles de dirigentes y cuadros intermedios están siendo cómplices de homicidios que, a mediano o largo plazo, tendrán su sanción judicial. Sea en sus propios países, o mediante la Corte Penal Internacional.
La responsabilidad, como el ejercicio de un derecho y el cumplimiento de un deber, es individual. No puede ser excusa esperar las directivas de una cúpula directriz inficionada e impedida de actuar con independencia de criterio.
Tampoco se debe estar a la expectativa de lo que opinen organismos internacionales que, a veces reaccionan en tiempo y actúan -dentro de sus naturales limitaciones- con un efecto sancionatorio internacional que va aislando a los dictadores. Pero, en otros casos, evidencian que pueden equivocarse, como en la reciente indiferencia del secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, para encarar la masacre perpetuada por Daniel Ortega contra decenas de jóvenes nicaragüenses.
Menos aun no cabe que presten oídos a algunos intelectuales que se presentan como periodistas con un pasado de estrecha relación con los tiranos de hoy por lo que entierran la cabeza en la arena, empapada de sangre ciudadana. Y repiten que la “crisis”-así denominan las violaciones a los DDHH de sus dictaduras amigas – que viven Nicaragua y Venezuela, es consecuencia cuando no de la conspiración del “imperialismo contra los gobiernos de izquierda”. Incapacitados para entender que aquellos admirados líderes que prometían una sociedad nueva degeneraron en criminales, corruptos y cínicos, según el caso. Increíblemente en estos días puede escucharse eso de boca de algunos dinosaurios que han perdido toda coherencia. Para nos ser colocados en la misma bolsa del Cartel de los soles que apesta a cocaína, deberían comunicarse por Skype con Teodoro Petkoff en Caracas, o Ernesto Cardenal, en Managua: recibirían una buena dosis de conciencia y dignidad.
Pues entonces, los hechos son como son. Partidos políticos que pueden tener un protagonismo necesario en nuestros países, como equilibrio de la democracia, están ante una disyuntiva histórica.
Estos dirigentes tienen que ser dignos. No hacerse cargo de lo que no hicieron, ni de lo que, además, va en contra de sus principios; de lo que ellos honestamente creen que debe ser la política.
¿Tienen los partidos de izquierda latinoamericana que ser cómplices intelectuales de los asesinatos de jóvenes nicaragüense y de los 4 mil millones de petrodólares que Daniel Ortega ha canalizado a través de Albanisa, una red de compañías sandinistas al margen de los controles estatales? ¿También hacerse cargo de las decenas de muertes ocurridas en Venezuela a manos de la represión de Maduro, así como también de la crisis humanitaria que arroja miles de venezolanos hacia la emigración? ¿Que más necesitan los dirigentes del PT de Brasil para asumir que Lula es corrupto? Su admirado “Pepe” Mujica se los dijo por escrito, tal cual Lula se lo había confiado en el libro “Una oveja negra al poder”. Después Mujica, cambió su versión, pero fue el propio Lula quien le confesó que la compra de votos (mensalao) en el Congreso de Brasil fue como fue. ¿Y por qué los cuadros intermedios y bases del ecuatoriano Alianza PAIS deben asumirse como cómplices del hurto de USD 16 millones por el que está encarcelado el ex vicepresidente Jorge Glas? ¿Por qué los dirigentes intermedios y de las bases del Frente Amplio de Uruguay aceptan ser dirigidos por un ex vicepresidente que fue defenestrado a raíz del procesamiento judicial que sobrevino por utilizar dineros públicos en provecho propios, tras perder más de USD 800 millones cuando estuvo al frente de la empresa monopólica petrolera, Ancap? Y más recientemente, ¿van a seguir tras un senador frenteamplista que acaba de ser calificadode “deshonesto” por un fiscal al comprobarse que utilizó en su provecho dineros públicos? Finalmente, ¿qué tiene que ver la ciudadanía de izquierda argentina con los USD 7 millones encontrados en una caja fuerte de Florencia Kirchner, o con los incontables procesos judiciales por corrupción existentes contra su madre?
De los dirigentes intermedios y las bases de los partidos de izquierda latinoamericanos depende ser herederos de una mística con bases poderosas, o terminar como expresiones testimoniales, además de traicionar la memoria de sus mártires. Destino similar al que tienen hoy los grupúsculos maoístas latinoamericanos que -créase o no - recitan el libro rojo del Gran Timonel.