Artículos

16.04.18

Inflación: el fracaso que mes a mes el Gobierno carga en sus espaldas

(TN) Lejos del 15% previsto para este año, el Ejecutivo sobreestima su capacidad de planear expectativas económicas. ¿Los ortodoxos tienen razón?
Por Marcos Novaro

(TN) Con el 2,3 % de inflación en marzo el primer trimestre de 2018 cerró con un alza de precios al consumidor de 6,7%. Se prevé que en abril se repetirá aproximadamente el dato del mes pasado, así que en el primer cuatrimestre estaríamos en un 9%. Para peor, el cartucho de flexibilizar la meta de inflación para darse más margen de cumplirla ya lo gastó en diciembre pasado. Y no es renovable, no puede volver a utilizarlo. ¿Qué opción le queda?

Tal vez lo que sucede ahora es fruto de que en diciembre se quedó corto: presionó al Banco Central a la luz del 24,8% de inflación acumulada en 2017 y logró llevar la meta prevista para este año de 12, evidentemente inalcanzable, a 15 puntos, lo que para muchos fue un gesto de realismo, pero resultó un realismo de corta duración, a menos de cuatro meses de ese cambio de metas, que generó en su momento bastantes tensiones con el jefe del Central y críticas de economistas ortodoxos, hoy ya nadie considera creíble el techo de 15. ¿Por qué le pasa esto al Gobierno, por qué sigue fracasando año a año, mes a mes, en uno de los objetivos más importantes que se puso al comienzo de su mandato?

Puede que un poco sea porque sobreestima su capacidad de moldear las expectativas económicas y el comportamiento consecuente de los actores, y en consecuencia ha ido desgastando la confianza en su palabra y la eficacia de sus promesas. Curiosamente eso no le impidió lograr bastante buenos resultados este año con los sindicatos, a muchos de los cuales convenció de firmar paritarias por el 15%. Pero parece que no está consiguiendo que eso sea imitado por los empresarios, ni por el público en general, ni por los analistas y pronosticadores.

Que él diga y repita que la inflación va a bajar, no significa que sus interlocutores automáticamente dejen de acomodar sus precios y previsiones a la alta inflación pasada y los ajusten a una inflación futura en supuesto declive, que hasta aquí nadie está seguro cuándo llegará. Al contrario, a medida que pasó el tiempo pareciera que la influencia de su palabra y de sus promesas al respecto se ha ido devaluando.

Otro poco sucede que el Ejecutivo sigue subestimando el impacto inflacionario que inevitablemente tienen las decisiones por él mismo adoptadas sobre las tarifas. Este fue un serio problema ya en 2016: ese año el Gobierno empezó a aplicar la drástica reducción de subsidios que todavía continúa (además de una actualización del tipo de cambio imprescindible para no seguir desalentando las exportaciones), y sin embargo estimó que la inflación iba a ser más baja que el año anterior.

No había forma de que pudiera cumplir esa promesa, como quedó en evidencia cuando la suba de precios al consumidor para el primer año de su gestión rozó el 40%. Más le hubiera valido explicar que además de la inflación crónica que anualmente rondaba entre los 25 y 30 puntos había oculta en el paquete que recibió de manos del Gobierno anterior una voluminosa e inescapable inflación reprimida, muy superior a esos porcentajes anuales, que habría que sincerar tarde o temprano, lo que iba a hacer subir aún más los demás precios antes de que ellos pudieran empezar a estabilizarse.

No lo hizo entonces para no desanimar a la sociedad con la ola del cambio y lo más curioso de todo es que hasta hoy tampoco lo ha explicado cruda y sinceramente, sigue atado a un argumento híper optimista, que ya no entusiasma pero alimenta reproches de todo tipo por lo poco que consigue en el terreno de la lucha antinflacionaria.

También sucede que el Gobierno no termina de valorar en su justa medida la inercia que llevan los precios. Y el grave problema político que esa inercia genera en términos de acostumbramiento y baja disposición social a hacer sacrificios para frenarla. El hecho es que después de más de 10 años de alta inflación (bajo el telón de fondo de medio siglo de una aún más alta, solo interrumpida en los años noventa) todo nuestro sistema económico funciona previendo que ella va a seguir y por tanto la reproduce en el tiempo.

Como cualquier organismo que se acostumbra a vivir adicto a una droga. Y para quienes viven drogados, como se sabe, no es fácil aceptar y encarar grandes esfuerzos para desintoxicarse: como con cualquier adicción, por más que la gente diga que le molesta la inflación y le gustaría dejarla atrás, lo que sucede en concreto es que está más dispuesta a seguir atada a ella de lo que reconoce, así que tenderá a reprocharle al Gobierno que no hace más eliminarla al mismo tiempo que resistirá lo mucho o poco que él haga concretamente por combatirla.

Pero entonces, ¿no sucede también que los ortodoxos tienen su parte de razón y desde el principio el Gobierno falló por no tomarse realmente en serio la lucha antinflacionaria, por no advertir que el gradualismo no alcanza, que hace falta algo bastante más drástico y agresivo para dominar a este monstruo? En vez de seguir ese camino el Ejecutivo dejó el problema en manos del Banco Central y sus tasas de interés, sin hacer un significativo aporte desde la administración, manteniendo con apenas retoques un importante déficit fiscal, que por más que se financie con deuda sigue engordando la masa monetaria.

¿Por razones políticas no se podía hacer otra cosa? ¿Tenía que elegir entre hacer crecer al menos un poco la economía para ganar las elecciones de medio término, o bajar el déficit y frenar los precios? Si fue así que no se lamente. Lo que está sucediendo ahora simplemente es que le llega la factura por la fiesta montada para octubre. Y que no se haga el sorprendido y alarmado si la historia se repite el próximo año.

Esa es una forma de ver las cosas. Otra no tan pesimista sería valorar un poco más lo que se consiguió. En verdad, con semejantes aumentos de tarifas acumulados en los últimos dos años es casi un milagro que la inflación no haya sido mucho mayor. Y aunque es cierto que hoy la suba de precios anualizada es casi igual que en 2015 (un poco más de 25%) en el ínterin se superó la enorme distorsión de precios relativos que había ido acumulando la gestión anterior, evitando el peligro muy concreto de que eso terminara en un ajuste caótico, como los vividos regularmente cada diez años en nuestra historia previa.

¿Una vez que ese ajuste de precios relativos termine, con los últimos aumentos importantes de tarifas de este año, será más fácil bajar los índices de precios? No tanto, y de todos modos habrá que esperar a después de las presidenciales de 2019.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)