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09.02.18

El desafío de Ampuero

(El Líbero) Resultan curiosas las críticas a la poca experiencia diplomática de Ampuero, ya que eso nunca fue un obstáculo para nombramientos anteriores de cancilleres. El problema no es su trayectoria previa. Su desafío será superar las complejas condiciones externas que existirán cuando él asuma, porque no tendrá socios poderosos que lo puedan ayudar en promover la democracia y los derechos humanos en la región, y porque aparecer al lado de Estados Unidos criticando la falta de democracia en Venezuela probablemente tenga más costos que beneficios.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Más que su supuesta falta de experiencia en relaciones internacionales o su poca inclinación para la diplomacia al emitir sus opiniones, el gran desafío que enfrentará el próximo canciller, Roberto Ampuero, serán las adversas condiciones internacionales que existen para que el gobierno de Sebastián Piñera adopte una política ambiciosa en la defensa de la democracia y los derechos humanos, especialmente en América Latina. Los principales países de la región ya sea tendrán elecciones presidenciales en 2018 o sus gobiernos están demasiado absorbidos por sus desafíos domésticos. Además, aliarse con el errático e impopular gobierno de Estados Unidos no es una buena idea. Por eso, será difícil que Ampuero logre ser exitoso en el rol de paladín de los derechos humanos y promotor del respeto a las instituciones que probablemente tuvo en mente el Presidente electo Piñera al nombrarlo.

Como ocurre con todo gabinete, el anuncio que hizo Piñera sobre quienes lo acompañarán en su equipo de gobierno cuando asuma el poder el 11 de marzo provocó algunas sorpresas. Los nombramientos en Educación, Cancillería y el Ministerio de la Mujer estuvieron entre los que más reacciones generaron en los días posteriores. Pero siempre se supo que Educación sería una cartera polémica. Por las expectativas radicalmente opuestas que existen, incluso dentro del propio futuro gobierno, respecto de cuál es el camino a tomar con las reformas que implementó Bachelet, era esperable que muchos políticos prefirieran no aceptar ese cargo. A su vez, aunque el nombramiento de Isabel Plá produjo reacciones negativas, era esperable que un gobierno de derecha, cuyos partidos en su mayoría se opusieron al aborto en sus tres causales, nombrara a una ministra de la Mujer que representara las posturas del sector.

Pero en Relaciones Exteriores el nombramiento de Roberto Ampuero resultó especialmente sorprendente. Había candidatos que habrían resultado mucho menos polémico. El arriesgado nombramiento lleva a suponer que Piñera aspira a darle una marca especial a su política exterior.

Lamentablemente para las expectativas del propio Piñera, las condiciones externas son especialmente poco propicias para el éxito de esa apuesta. Cuando él asuma en marzo, los Presidentes de Brasil, Colombia y México estarán de salida. Sus países estarán más preocupados de elegir a los próximos lideres que de unirse a una campaña internacional para, por ejemplo, inducir a Venezuela a tener un proceso electoral transparente, competitivo y democrático. Aunque Ampuero podría querer hacer fuerzas con Argentina o Perú, ambos gobiernos pasan por momentos complicados. Mientras el gobierno de Macri necesita mostrar resultados después de dos años en el poder, el gobierno de Kuczynski pasa por su peor momento y hay pocas posibilidades de que se recupere.

Además, adoptar una política agresiva hacia Venezuela o Cuba implica, inevitablemente, aparecer al lado del gobierno del Presidente Trump en Estados Unidos. Trump es probablemente uno de los pocos líderes tan o más impopulares que Nicolás Maduro en América Latina. Aparecer junto al errático, nacionalista y a menudo xenófobo gobernante estadounidense es una mala idea. El intento por defender los derechos humanos y la democracia quedará contaminado por la mala percepción que existe del gobierno estadounidense en América Latina y el mundo.

El problema, entonces, no es la poca diplomacia que ha mostrado Ampuero en sus exitosos libros autobiográficos sobre Cuba y Alemania del Este, ni su poca experiencia en relaciones exteriores. Enrique Silva Cimma tenía menos experiencia aun cuando fue nombrado por Aylwin en 1990. Lo mismo para Carlos Figueroa en 1994. Al ser nombrada por Ricardo Lagos en 2000, Soledad Alvear ni siquiera hablaba inglés. Cuando fue nombrado por Michelle Bachelet en 2006, Alejandro Foxley era novato en cuestiones diplomáticas. Alfredo Moreno tenía más experiencia empresarial que diplomática al ser nombrado por Piñera en 2010. El único ministro de Relaciones Exteriores con credenciales de sobra para ocupar el cargo que ha habido en un primer gabinete fue Heraldo Muñoz en 2014.

Por eso resultan curiosas las críticas a la poca experiencia diplomática de Ampuero. Eso nunca fue un obstáculo para nombramientos anteriores de cancilleres. El problema no es su trayectoria previa. Su desafío será superar las complejas condiciones externas que existirán cuando él asuma. Porque no tendrá socios poderosos que lo puedan ayudar en promover la democracia y los derechos humanos en la región y porque aparecer al lado de Estados Unidos criticando la falta de democracia en Venezuela probablemente tenga más costos que beneficios —y la sola imagen de Trump contaminará cualquier intento por demostrar un compromiso con los valores democráticos que se irrespetan en Venezuela— el desafío que enfrentará el canciller Ampuero será particularmente complejo.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)