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20.01.18

Jorge Triaca patinó en lo peor de la pelea con los gremios y Marcos Peña lo disculpó sin precisiones

(TN) Estamos demasiado acostumbrados a la inconsecuencia, y es cierto que los pecados a la vista del lado de la patota sindical son tan alevosos y sistemáticos que todo este entuerto de Triaca puede quedar pronto desactivado y olvidado como un tema menor. Pero si él va a seguir en su cargo sería bueno que alguien se ocupe de recordarle que las segundas oportunidades no se regalan.
Por Marcos Novaro

(TN) ¿Qué fue lo más grave que hizo el ministro Jorge Triaca: insultar y despedir de mala manera a su casera, o haberla hecho contratar en un gremio, el SOMU, que el Ministerio a su cargo estaba administrando supuestamente para sanearlo y normalizarlo, después de la muy irregular administración de Omar Caballo Suárez, y que en lo hechos sin embargo prefirió manejar apenas menos irregularmente y en su provecho, poblándolo de parientes, amigos y entenados?

Como Peña no quiso dar muchas precisiones al respecto, su disculpa al ministro sonó a manto de olvido y acto de distracción. El jefe de gabinete dijo que Triaca “ya se había disculpado”, haciéndose cargo sólo de los maltratos a Sandra Heredia, y quiso seguir ignorando la cuestión institucionalmente más grave: el manejo de designaciones en el SOMU donde, sostuvo, “Heredia fue a trabajar”. Lo que resulta insólito dado que por más versátil que demostrara ser en la quinta familiar de los Triaca, no hay pruebas de que haya adquirido destrezas en asuntos administrativos y gremiales.

Y donde de lo que se lo acusa al ministro no es de hacer un favor meramente personal o familiar, ni de una mera calentura del momento, sino de actos y decisiones que revelan un método de trabajo reñido con la ética pública y con los cambios que el propio gobierno justamente en estos momentos aparece queriendo impulsar en los gremios: más transparencia, más democracia, combate de los manejos arbitrarios y los negocios ilegales. Porque Heredia no fue la única conchabada en el SOMU sin ninguna justificación, hay varios casos más, y bastante más graves.

El colmo del ridículo en este asunto se vivió cuando los abogados del "Caballo" Suárez presentaron una denuncia contra Triaca por una lista tan larga de irregularidades como la que pesa contra su defendido, pretendiendo dar vuelta las cosas. Como han querido hacer todos los acusados de corrupción política y sindical de los últimos tiempos, aprovecharon la oportunidad para presentar a Suárez como víctima de una persecución política, y a los acusadores y administradores públicos como la auténtica mafia, de los únicos que realmente deberíamos cuidarnos porque quieren arrasar con los gremios para poder conculcar mejor los derechos de la gente común. Como dicen Moyano y Barrionuevo, como alegan también Cristina y La Cámpora.

Uno podría interpretar que Peña quiso abortar esta operación y por eso disculpó a Triaca de sus pecados menores y negó los más graves (“la intervención del SOMU fue ejemplar”, agregó). Su razonamiento sería: si entregamos su cabeza debilitamos aún más al gobierno en su cruzada contra las mafias y patotas sindicales que tanto complican los cambios en marcha, así que aunque moralmente pueda ser objetable políticamente no hay alternativa, es preciso defenderlo.

El problema sería si resulta que por defenderlo sucede lo contrario de lo que sugiere el jefe de gabinete que hay que priorizar: se debilita la autoridad del gobierno y la razón de ser de los cambios que impulsa. Y entonces terminamos en el peor de los mundos, con las mafias sindicales abroqueladas en sus santuarios de poder, y la sociedad entre indiferente y hastiada, resignada en la idea de que “todos son iguales”, “corruptos y mafiosos hubo y habrá siempre”, así que no importa tanto ni cuál de las bandas se impone ni si alguna de ellas paga por sus pecados.

Peña también dijo que Triaca es un excelente ministro. Hay abundante evidencia al respecto: hasta aquí había demostrado un gran talento para lidiar con negociaciones muy complejas, sin dejar expuesto al gobierno a errores como los que tanto abundaron en otras áreas. Pero sólo hasta aquí. Su oportunidad para el error finalmente se presentó y la aprovechó al máximo, encima en el momento más álgido de una disputa que lo enfrenta con prácticamente todo el arco sindical.

Una pena, pero es inevitable concluir que uno de los más talentosos gestores de Macri ha demostrado ser también demasiado afín a la llamada “vieja política”, a reemplazar a unos malos por otros, apenas menos desprolijos y patoteros. No parece suficiente para sostener la cruzada de saneamiento institucional en el gremialismo que empezó con la retahíla de casos judiciales y quiere continuar por el fin de la reelección indefinida, la obligación de presentar declaraciones juradas y someter los fondos sindicales a fiscalizaciones periódicas y públicas.

Peña también explicó que sosteniendo al ministro el gobierno no está bajando su rasero moral, “hemos elevado la vara y tenemos que estar a la altura”. La cuestión es que visto desde fuera podría pensarse que están haciendo justamente lo contrario: como la pelea se intensifica, bajamos la vara, someterse a auscultación pública y decir la verdad deja de ser una prioridad.

Puede que el grueso de la sociedad, a diferencia de lo que insinúa Peña (“la gente quiere la vara alta”), no se los reproche, al menos no de momento. Estamos demasiado acostumbrados a la inconsecuencia, y es cierto que los pecados a la vista del lado de la patota sindical son tan alevosos y sistemáticos que todo este entuerto de Triaca puede quedar pronto desactivado y olvidado como un tema menor. Pero si él va a seguir en su cargo sería bueno que alguien se ocupe de recordarle que las segundas oportunidades no se regalan, y por más que haya sido el último en ingresar al club de “los que hacen macanas en nombre del cambio”, le conviene no reincidir.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)