Bergoglio conmovió, reclamó paz y dividió
El país vivió 99 horas en «modo Papa», como se impuso en los medios de comunicación, desde los que algunos periodistas admitieron que se llegó a niveles de saturación.Por Hugo Machín Fajardo
Colombia congeló sus graves problemas de corrupción que llega a niveles nunca conocidos, polarización partidaria y diálogos de paz con la guerrilla del ELN, durante los cinco días de la visita de Jorge M. Bergoglio, el papa Francisco.
El país vivió 99 horas en “modo Papa”, como se impuso en los medios de comunicación, desde los que algunos periodistas admitieron que se llegó a niveles de saturación.
Bergoglio protagonizó en Colombia tres instancias como Jefe del estado Vaticano (arribo a Bogotá, entrevista con autoridades nacionales en Casa de Nariño y despedida) y el resto de su actividad pública durante sus cinco días de visita se presentó como “pastor”, cualidad indefinible- no exenta de subestimación hacia las personas a quienes se las equipara a las ovejas- y aplicable según los intereses vaticanos a múltiples planos de la sociedad, sea católica o no.
En Cuba fue diferente. En setiembre de 2015, Bergoglio, el político, se entrevistó con los hermanos Castro y no recibió a los opositores a la dictadura cubana – católicos o no - algunos de los cuales eran reprimidos a pocos metros de su Papamóvil.
Humillación, escasez, frustración y miedo ante la opresión cotidiana, son tolerables cuando existe esperanza. Y ella era representada por el argentino Bergoglio para los cubanos hastiados de 56 años de opresión castrista. Sin embargo, Bergoglio a su paso por la isla fue indiferente a esa expectativa.
En México, en febrero de 2016, Francisco no aceptó reunirse con los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa en setiembre del 2014, un crimen fruto de la confabulación de la mafia y el estado mexicano.
“Seria discriminar a las víctimas”, sostuvo el Vaticano. “Es obra de la cúpula eclesiástica y del gobierno de México”, replicó en CNN el cura Alejandro Solalinde -defensor de los migrantes latinoamericanos camino a EEUU- y agregó que tampoco Francisco mencionó el feminicidio, un flagelo notoriamente evidente en Ciudad Juárez.
Diferente. Muy distinto de lo que fue el Francisco de todas las exhortaciones que como pastor realizó en las jornadas colombianas.
En ellas permanentemente apeló a la paz combinada con otros valores que pudieran percibirse más como manual de autoayuda que directrices efectivas para su feligresía.
Bergoglio sabe que Colombia, el país más católico de Latinoamérica, en 50 millones, 38,1 lo son (82,3 %); y segundo en el mundo, detrás de Polonia (92,2%), vivió esta visita papal desde por lo menos dos visiones contrapuestas.
Debió moverse con pies de plomo en su séptimo viaje a países latinoamericanos de los 21 realizados desde 2013 cuando asumió, peregrinaje motivado destinado a frenar la sangría de feligreses sufrida por Roma. Actualmente hay 1,270,000 bautizados en el mundo que representan un 17% de la población mundial, según el Anuario Estadístico del Vaticano a 2014. De ellos, el 46% vive en Latinoamérica.
Además, en el caso colombiano, hay 10 millones -de los 50 millones de habitantes- que se definen evangélicos y ya demostraron en octubre de 2016 que pueden decidir elecciones nacionales, regionales o un plebiscito como el de octubre en que se impuso el No -50,21 por ciento sobre 49,79- al acuerdo de paz suscrito entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), ya transformadas en partido político.
Para el vicepresidente de Colombia, Oscar Naranjo, “el Papa vino a decir: demos el primer paso” en el tránsito por las difíciles etapas del postconflicto, implementación del nuevo acuerdo de paz y la necesaria reconciliación nacional.
La administración Santos hizo de esta visita una bandera a favor del proceso de paz y se empeñó en que Bergoglio así lo trasmitiera.
Y en el mensaje previo que Bergoglio envió desde el Vaticano, en 4´29´´ ocho veces reclamó “la paz”. Una de ella en los términos que el presidente Juan M. Santos lo ha hecho: “duradera y estable”.
El 4 de septiembre, 48 horas antes del arribo del Papa y exactamente a cinco años del primer anuncio de diálogo entre Gobierno y las Farc, Santos comunicó el inicio de cese del fuego y hostilidades bilaterales acordado con la segunda guerrilla colombiana, el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Ello supone que desde el 1° de octubre y el 12 de enero de 2018 la guerrilla fundada en 1964 por un cura católico, Manuel Pérez (1943-1998), cuyo símbolo principal es otro cura, Camilo Torres (1929-1966), no atentará contra la infraestructura del país; no secuestrará, no reclutará menores y realizará avances en el desminado humanitario.
Religioso sí. Pero desde la oposición a Santos, encabezada por el ex presidente Álvaro Uribe, se hizo énfasis en que Bergoglio no llegó a Colombia para avalar el acuerdo de paz con las Farc y que su visita fue eminentemente religiosa, enfocada a cuestiones de fe. Sucede que el Papa se había comprometido en 2016 a visitar Colombia cuando el acuerdo de paz quedara “blindado por el plebiscito” que fue perdido por Santos quien, por cierto, compuso un nuevo acuerdo negociado con los triunfadores en las urnas, pero la implementación de lo pactado es resistida y cuestionada por Uribe, quien no estuvo presente en la ceremonia de bienvenida brindada a Bergoglio el jueves 7 en Casa de Nariño.
Bergoglio conoce la inocuidad de su antecesor, el italiano Giovanni Montini (1897 – 1978) Paulo VI, primer Papa en visitar Latinoamérica, cuando llegó a Colombia en 1968 para la instalación del II Congreso General del Episcopado Latinoamericano (Celam) en que los obispos manifestaron su “opción por los pobres”.
Era la época en que los católicos colombianos eran adoctrinados desde el púlpito para no leer el periódico “El Tiempo”, de Bogotá, vinculado al liberalismo. El mismo diario que en esta oportunidad destinó 150 periodistas para la cobertura de la visita de Francisco y publicó durante diez ediciones dominicales sendos fascículos, de ocho páginas cada, uno con el título “Guías para preparar la visita apostólica del Papa”.
Eran tiempos los de Paulo VI en que los obispos de “mitra azul” (conservadores) según el historiador colombiano Álvaro Tirado Mejía “asimilaban a comunistas con masones, revolucionarios mejicanos y republicanos españoles, con judíos, con la Revolución Francesa con liberales colombianos”. Y se sostenía desde dignatarios de la Iglesia que “solo se sindicalizaban los obreros radicales, los enemigos de Cristo, los soldados del marxismo”.
La violencia iniciaba en los sesenta su segunda etapa, después del bogotazo de 1948 que siguió al asesinato del líder liberal Gaitán, y Paulo VI no pudo frenar a los curas del Tercer Mundo que se identificaron con las organizaciones de la izquierda latinoamericana, ni logró introyectar justicia, fraternidad, entendimiento, en sectores clave de una sociedad colombiana que siguió su espiral de sangre y horror cuyas víctimas llegaron a cifras únicas en el continente.
También la visita del polaco Karol Wojtyla en 1986 no incidió para nada en esta situación.
Los cambios históricos y tecnológicos forzaron a un sector de los prelados colombianos ha desafectarse de partidos políticos y acompañar las necesarias reformas que posibiliten una sociedad más equitativa.
Paradoja. Una gran paradoja pesa sobre los hombros de Bergoglio: el país más católico es donde menos se aplica el mensaje evangélico. Es en el que hoy se registra más inequidad, violencia, intolerancia y corrupción. Y siguen por su orden los también católicos México –fustigado por el propio Papa cuando advirtió a Argentina que no se mejicanizara- y Brasil, epicentro de la corrupción continental.
Francisco debió manejarse con el matizómetro para no generar enfrentamientos mayores entre sus feligreses y por eso beatificó a un cura muy cuestionado por su militancia antiliberal y pro-conservadora, que en la época de la violencia iniciada en el 48 azuzaba a los conservadores contra los liberales; y también debió homenajear al jesuita Pedro Claver (1580 -1654) a quien la tradición católica considera santo y le adjudica el título de “el esclavo de los esclavos”.
Claver, sin perjuicio de sus actitudes positivas para con los negros llegados a Cartagena, fue autor de la “carta negra” que dirigió al rey español Felipe II en la que reseñaba las violaciones que la conquista generaba en los derechos humanos de aborígenes americanos y por otra parte recomendaba la traída de negros africanos a trabajar en la minas y haciendas de los españoles. Así fue y contribuyó con su asistencia espiritual al infame comercio humano que significo el trasplante en condiciones indescriptibles de viaje y vivencia para millones de africanos. Más acorde con la vera historia hubiera sido que Francisco distinguiera por su lucha antiesclavista al negro cimarrón Benkos Bioho autonombrado rey de San Basilio de Palenque cerca de Cartagena -quilombo se diría en Brasil- que forzó a los conquistadores a reconocerle autonomía administrativa.
Millones. Bogotá fue primera ciudad de las cuatro visitadas (también Villavicencio, Medellín y Cartagena) con una organización impecable. Bergoglio recorrió 12 kms. en el Papamóvil construido en Bogotá, a unos 8, 12, 15 y 18 kms/hora y contó con un efectivo militar, policial o voluntario, cada 20 metros.
En los cinco días viajaría 135 kms. en vehículo, de los cuales unos 50 en Papamóvil, más helicóptero y avión.
La única condición de Bergoglio es no movilizarse en blindados ni alta gama. La gendarmería del Vaticano asume la responsabilidad.
En las 11 hectáreas del Parque Bolívar de Bogotá los organizadores sostienen que hubo 1,3 católicos para escuchar al pastor Francisco y hay quienes dicen que en esa área no cabe más de medio millón de personas. La ciudad cuenta con 7,8 millones de habitantes.
En julio de 2015, en Quito, ciudad de 2,6 millones Francisco llegó a congregar a 850 mil fieles según el gobierno.
En Medellín (2,5 millones de habitantes), donde Bergoglio ofició una misa campal en la mañana del sábado 9, hubo gente desde las 15 horas del jueves esperando ante los puntos de ingreso al aeropuerto donde 82 años antes murió Gardel. Dispuesta a dormir dos noches en el suelo, bajo lluvia, con tal de acceder al área destinada para la liturgia. Organizadores estimaron que en la ciudad más católica de Colombia se movilizó un millón de personas por Francisco.
El merchandising papal creció geométricamente. El kit del Peregrino (remera, gorra y bolsa) se vendió en centros comerciales y la parafernalia generada desde los medios de comunicación y redes sociales superó cualquier otro mega espectáculo aunque las expresiones ciudadanas -“otra bendición/otra bendición”/, coreaba la gente igual como si se le pidiera un bis a Madonna o Paul Mc Cartney, quien es esperado en Medellín para el 24 de octubre.
Colombia congeló sus graves problemas de corrupción que llega a niveles nunca conocidos, polarización partidaria y diálogos de paz con la guerrilla del ELN, durante los cinco días de la visita de Jorge M. Bergoglio, el papa Francisco.
El país vivió 99 horas en “modo Papa”, como se impuso en los medios de comunicación, desde los que algunos periodistas admitieron que se llegó a niveles de saturación.
Bergoglio protagonizó en Colombia tres instancias como Jefe del estado Vaticano (arribo a Bogotá, entrevista con autoridades nacionales en Casa de Nariño y despedida) y el resto de su actividad pública durante sus cinco días de visita se presentó como “pastor”, cualidad indefinible- no exenta de subestimación hacia las personas a quienes se las equipara a las ovejas- y aplicable según los intereses vaticanos a múltiples planos de la sociedad, sea católica o no.
En Cuba fue diferente. En setiembre de 2015, Bergoglio, el político, se entrevistó con los hermanos Castro y no recibió a los opositores a la dictadura cubana – católicos o no - algunos de los cuales eran reprimidos a pocos metros de su Papamóvil.
Humillación, escasez, frustración y miedo ante la opresión cotidiana, son tolerables cuando existe esperanza. Y ella era representada por el argentino Bergoglio para los cubanos hastiados de 56 años de opresión castrista. Sin embargo, Bergoglio a su paso por la isla fue indiferente a esa expectativa.
En México, en febrero de 2016, Francisco no aceptó reunirse con los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa en setiembre del 2014, un crimen fruto de la confabulación de la mafia y el estado mexicano.
“Seria discriminar a las víctimas”, sostuvo el Vaticano. “Es obra de la cúpula eclesiástica y del gobierno de México”, replicó en CNN el cura Alejandro Solalinde -defensor de los migrantes latinoamericanos camino a EEUU- y agregó que tampoco Francisco mencionó el feminicidio, un flagelo notoriamente evidente en Ciudad Juárez.
Diferente. Muy distinto de lo que fue el Francisco de todas las exhortaciones que como pastor realizó en las jornadas colombianas.
En ellas permanentemente apeló a la paz combinada con otros valores que pudieran percibirse más como manual de autoayuda que directrices efectivas para su feligresía.
Bergoglio sabe que Colombia, el país más católico de Latinoamérica, en 50 millones, 38,1 lo son (82,3 %); y segundo en el mundo, detrás de Polonia (92,2%), vivió esta visita papal desde por lo menos dos visiones contrapuestas.
Debió moverse con pies de plomo en su séptimo viaje a países latinoamericanos de los 21 realizados desde 2013 cuando asumió, peregrinaje motivado destinado a frenar la sangría de feligreses sufrida por Roma. Actualmente hay 1,270,000 bautizados en el mundo que representan un 17% de la población mundial, según el Anuario Estadístico del Vaticano a 2014. De ellos, el 46% vive en Latinoamérica.
Además, en el caso colombiano, hay 10 millones -de los 50 millones de habitantes- que se definen evangélicos y ya demostraron en octubre de 2016 que pueden decidir elecciones nacionales, regionales o un plebiscito como el de octubre en que se impuso el No -50,21 por ciento sobre 49,79- al acuerdo de paz suscrito entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), ya transformadas en partido político.
Para el vicepresidente de Colombia, Oscar Naranjo, “el Papa vino a decir: demos el primer paso” en el tránsito por las difíciles etapas del postconflicto, implementación del nuevo acuerdo de paz y la necesaria reconciliación nacional.
La administración Santos hizo de esta visita una bandera a favor del proceso de paz y se empeñó en que Bergoglio así lo trasmitiera.
Y en el mensaje previo que Bergoglio envió desde el Vaticano, en 4´29´´ ocho veces reclamó “la paz”. Una de ella en los términos que el presidente Juan M. Santos lo ha hecho: “duradera y estable”.
El 4 de septiembre, 48 horas antes del arribo del Papa y exactamente a cinco años del primer anuncio de diálogo entre Gobierno y las Farc, Santos comunicó el inicio de cese del fuego y hostilidades bilaterales acordado con la segunda guerrilla colombiana, el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Ello supone que desde el 1° de octubre y el 12 de enero de 2018 la guerrilla fundada en 1964 por un cura católico, Manuel Pérez (1943-1998), cuyo símbolo principal es otro cura, Camilo Torres (1929-1966), no atentará contra la infraestructura del país; no secuestrará, no reclutará menores y realizará avances en el desminado humanitario.
Religioso sí. Pero desde la oposición a Santos, encabezada por el ex presidente Álvaro Uribe, se hizo énfasis en que Bergoglio no llegó a Colombia para avalar el acuerdo de paz con las Farc y que su visita fue eminentemente religiosa, enfocada a cuestiones de fe. Sucede que el Papa se había comprometido en 2016 a visitar Colombia cuando el acuerdo de paz quedara “blindado por el plebiscito” que fue perdido por Santos quien, por cierto, compuso un nuevo acuerdo negociado con los triunfadores en las urnas, pero la implementación de lo pactado es resistida y cuestionada por Uribe, quien no estuvo presente en la ceremonia de bienvenida brindada a Bergoglio el jueves 7 en Casa de Nariño.
Bergoglio conoce la inocuidad de su antecesor, el italiano Giovanni Montini (1897 – 1978) Paulo VI, primer Papa en visitar Latinoamérica, cuando llegó a Colombia en 1968 para la instalación del II Congreso General del Episcopado Latinoamericano (Celam) en que los obispos manifestaron su “opción por los pobres”.
Era la época en que los católicos colombianos eran adoctrinados desde el púlpito para no leer el periódico “El Tiempo”, de Bogotá, vinculado al liberalismo. El mismo diario que en esta oportunidad destinó 150 periodistas para la cobertura de la visita de Francisco y publicó durante diez ediciones dominicales sendos fascículos, de ocho páginas cada, uno con el título “Guías para preparar la visita apostólica del Papa”.
Eran tiempos los de Paulo VI en que los obispos de “mitra azul” (conservadores) según el historiador colombiano Álvaro Tirado Mejía “asimilaban a comunistas con masones, revolucionarios mejicanos y republicanos españoles, con judíos, con la Revolución Francesa con liberales colombianos”. Y se sostenía desde dignatarios de la Iglesia que “solo se sindicalizaban los obreros radicales, los enemigos de Cristo, los soldados del marxismo”.
La violencia iniciaba en los sesenta su segunda etapa, después del bogotazo de 1948 que siguió al asesinato del líder liberal Gaitán, y Paulo VI no pudo frenar a los curas del Tercer Mundo que se identificaron con las organizaciones de la izquierda latinoamericana, ni logró introyectar justicia, fraternidad, entendimiento, en sectores clave de una sociedad colombiana que siguió su espiral de sangre y horror cuyas víctimas llegaron a cifras únicas en el continente.
También la visita del polaco Karol Wojtyla en 1986 no incidió para nada en esta situación.
Los cambios históricos y tecnológicos forzaron a un sector de los prelados colombianos ha desafectarse de partidos políticos y acompañar las necesarias reformas que posibiliten una sociedad más equitativa.
Paradoja. Una gran paradoja pesa sobre los hombros de Bergoglio: el país más católico es donde menos se aplica el mensaje evangélico. Es en el que hoy se registra más inequidad, violencia, intolerancia y corrupción. Y siguen por su orden los también católicos México –fustigado por el propio Papa cuando advirtió a Argentina que no se mejicanizara- y Brasil, epicentro de la corrupción continental.
Francisco debió manejarse con el matizómetro para no generar enfrentamientos mayores entre sus feligreses y por eso beatificó a un cura muy cuestionado por su militancia antiliberal y pro-conservadora, que en la época de la violencia iniciada en el 48 azuzaba a los conservadores contra los liberales; y también debió homenajear al jesuita Pedro Claver (1580 -1654) a quien la tradición católica considera santo y le adjudica el título de “el esclavo de los esclavos”.
Claver, sin perjuicio de sus actitudes positivas para con los negros llegados a Cartagena, fue autor de la “carta negra” que dirigió al rey español Felipe II en la que reseñaba las violaciones que la conquista generaba en los derechos humanos de aborígenes americanos y por otra parte recomendaba la traída de negros africanos a trabajar en la minas y haciendas de los españoles. Así fue y contribuyó con su asistencia espiritual al infame comercio humano que significo el trasplante en condiciones indescriptibles de viaje y vivencia para millones de africanos. Más acorde con la vera historia hubiera sido que Francisco distinguiera por su lucha antiesclavista al negro cimarrón Benkos Bioho autonombrado rey de San Basilio de Palenque cerca de Cartagena -quilombo se diría en Brasil- que forzó a los conquistadores a reconocerle autonomía administrativa.
Millones. Bogotá fue primera ciudad de las cuatro visitadas (también Villavicencio, Medellín y Cartagena) con una organización impecable. Bergoglio recorrió 12 kms. en el Papamóvil construido en Bogotá, a unos 8, 12, 15 y 18 kms/hora y contó con un efectivo militar, policial o voluntario, cada 20 metros.
En los cinco días viajaría 135 kms. en vehículo, de los cuales unos 50 en Papamóvil, más helicóptero y avión.
La única condición de Bergoglio es no movilizarse en blindados ni alta gama. La gendarmería del Vaticano asume la responsabilidad.
En las 11 hectáreas del Parque Bolívar de Bogotá los organizadores sostienen que hubo 1,3 católicos para escuchar al pastor Francisco y hay quienes dicen que en esa área no cabe más de medio millón de personas. La ciudad cuenta con 7,8 millones de habitantes.
En julio de 2015, en Quito, ciudad de 2,6 millones Francisco llegó a congregar a 850 mil fieles según el gobierno.
En Medellín (2,5 millones de habitantes), donde Bergoglio ofició una misa campal en la mañana del sábado 9, hubo gente desde las 15 horas del jueves esperando ante los puntos de ingreso al aeropuerto donde 82 años antes murió Gardel. Dispuesta a dormir dos noches en el suelo, bajo lluvia, con tal de acceder al área destinada para la liturgia. Organizadores estimaron que en la ciudad más católica de Colombia se movilizó un millón de personas por Francisco.
El merchandising papal creció geométricamente. El kit del Peregrino (remera, gorra y bolsa) se vendió en centros comerciales y la parafernalia generada desde los medios de comunicación y redes sociales superó cualquier otro mega espectáculo aunque las expresiones ciudadanas -“otra bendición/otra bendición”/, coreaba la gente igual como si se le pidiera un bis a Madonna o Paul Mc Cartney, quien es esperado en Medellín para el 24 de octubre.