«Afrenta e indignación»
No concibo, casi 30 años después, asistir a esta realidad callejera venezolana más homicida aun que aquellos días de la primavera austral en Chile. ¿Quiénes, de los gobiernos y pueblos latinoamericanos, se harán cargo de esta tragedia humanitaria que vive un país que podría haber sido el más rico del continente y hoy pasa hambre?Por Hugo Machín Fajardo
El general Rodolfo Stange, director de Carabineros de Chile, recibió aquel lunes de octubre de 1988 a los cinco periodistas que llegamos en delegación hasta su despacho en Avenida Bernardo O'Higgins, a escasas tres cuadas de La Moneda en el centro de Santiago.
Representábamos a los corresponsales extranjeros acreditados para cubrir el plebiscito convocado por la dictadura de Pinochet. “Periodista, no tengas miedo de decir la verdad”, gritaban los muros de las comunas de Santiago.
Íbamos a pedir garantías para trabajar porque los pacos –como se les dice a los carabineros chilenos- empapaban, gaseaban y golpeaban por igual a manifestantes por el No y a periodistas. No concibo, casi 30 años después, asistir a esta realidad callejera venezolana más homicida aun que aquellos días de la primavera austral en Chile.
Hoy en Venezuela, o sea en nuestra Latinoamérica, se mata más gente en las calles venezolanas que en las grandes alamedas reabiertas a la ciudadanía en el 88, como lo prometiera quince años antes Salvador Allende.
Fueron 132 caídos en las calles desde abril. Solamente el domingo 30 de julio hubo 16 muertos asesinados por oponerse a la farsa constituyente. Llegan a 5.000 los detenidos y 15.000 heridos en las manifestaciones realizadas diariamente desde hace cuatro meses. El Foro Penal Venezolano cuantifica 620 presos políticos. Las armas están solo de un lado. Son víctimas de la represión estatal y para estatal. Los “colectivos” son fuerzas paramilitares. Son los “camisas negras” redivivos por el Mussolini tropical que profetizó Carlos Fuentes.
Uno de los cinco integrantes del Consejo Nacional Electoral (CNE), Luis E. Rendón, se abrió y no quiso participar del conteo de votos de los supuestos 8 millones de votantes inventados por la cúpula gobernante, ya desflecándose ante la evidencia aportada por la empresa venezolana que maneja el voto electrónico desde 2004. Más aun: la agencia Reuters bajó a 3,7 millones las adhesiones.
¿Quiénes, de los gobiernos y pueblos latinoamericanos, se harán cargo de esta tragedia humanitaria que vive un país que podría haber sido el más rico del continente y hoy pasa hambre? ¿De niños y ancianos fallecidos ante la ausencia de lo mínimo en materia sanitaria?
Triste Uruguay. En mi país, Uruguay, es triste la permanente dubitación oficial para llamar a las cosas por su nombre. ¿Por qué triste? Porque aunque muchos lectores lo sepan, hay que decirlo con palabras que suenen nuevas para los más jóvenes: Uruguay vivió una dictadura entre 1973 y 1985 y el sector político más castigado por esa dictadura que torturó y encarceló durante años a seis mil quinientas personas – en tres millones de habitantes- fue el Frente Amplio, hoy en el gobierno. Ni siquiera le funciona el reflejo condicionado que deja el terrorismo de Estado para reclamar por la democracia y la vigencia de los derechos humanos en el país caribeño, tan solidario en los setenta que llegó a la ruptura de relaciones con los dictadores uruguayos.
La otrora heroica Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (Feuu) nacida hace ya prácticamente un siglo, al calor de la augural Reforma de Córdoba, cuyo órgano periodístico Jornada, fundado en 1933 contra otra dictadura, imprimí tantas veces en la clandestinidad en aquellos mimeógrafos mecánicos con matrices stencil “picadas” en una máquina de escribir Olivetti “Lettera 22”, dinosaurios del siglo de las máquinas diría Zitarrosa. Cuando arriesgábamos la vida como muchos otros jóvenes para que aquel boletín fuera clandestinamente distribuido. Esta Feuu del siglo XXI no ha hecho una sola declaración de rechazo a los asesinatos de decenas de jóvenes venezolanos caídos en defensa de las libertades. Por el contrario, ha declarado persona no grata al secretario general de la OEA, nuestro compatriota Luis Almagro, al que calificó de cipayo.
La central de trabajadores de Uruguay enfrentó con una huelga general de 13 días el golpe de Estado del 27 de junio del 73 con que se inició la dictadura. Hoy, no solamente no repudia los crímenes del chavismo, sino que viaja a Caracas a aplaudir a Maduro. A rendir homenaje a un sospechado de narcotraficante: el vicepresidente Tarek el Aissami–el mismo que definió a la oposición venezolana como “derecha terrorista y criminal" y "burguesía apátrida"- a quien el gobierno estadounidense le embargó bienes y activos por 500 millones de dólares. A cohonestar a un psicótico, como el dirigente chavista Jorge Rodríguez, cínico bufón que se ríe cuando un periodista le pregunta por esos muchachos segados en la flor de la vida. Y a bajar la cabeza, sin que una capucha les obligue, ante narcogeneralotes.
Y, paradoja, algunos de esos dirigentes sindicales uruguayos son investigados judicialmente por negociados con sus “hermanos de clase” a los que se la hicieron por lo mismo que históricamente cuestionan a los burgueses: afán de lucro.
Es cierto que los países pesos pesados latinoamericanos de hoy se han convocado para el encuentro de Lima del martes 8, donde aunarían criterios para conjurar esta amenaza de que Latinoamérica comience a perderse como territorio de paz.
¿Y el resto de los gobiernos? Los remisos, los indiferentes y los condicionados por los petrodólares, ¿no temen la libanización? ¿No creen que la tragedia vivida entre 1976 y 1990 por el país de los cedros pueda reeditarse en Venezuela?
¿No han captado que un importante sector de la ciudadanía venezolana ha perdido el miedo, lo que se denomina el “síndrome de Sarajevo", y se mantienen en rebelión? ¿Piensan que esos ciudadanos seguirán haciéndose matar inermes por siempre?
¿No perciben las provocaciones de Maduro hacia otras naciones latinoamericanas, ni recuerdan el belicismo chavista de 2009, neutralizado entonces por el cantante colombiano Juanes y otros artistas que desarmaron los desvaríos guerreristas del Comandante eterno con un multitudinario y binacional “Concierto por la Paz” realizado en la frontera colombo-venezolana?
Que me disculpen los lectores, pero hoy el análisis de las informaciones y los hechos que día a día se suman en el escenario venezolano o latinoamericano han quedado para otra columna. Es que me identifico con el sentimiento de la extraordinaria educadora y escritora brasileña Ana María Machado: siento “afrenta e indignación”.
El general Rodolfo Stange, director de Carabineros de Chile, recibió aquel lunes de octubre de 1988 a los cinco periodistas que llegamos en delegación hasta su despacho en Avenida Bernardo O'Higgins, a escasas tres cuadas de La Moneda en el centro de Santiago.
Representábamos a los corresponsales extranjeros acreditados para cubrir el plebiscito convocado por la dictadura de Pinochet. “Periodista, no tengas miedo de decir la verdad”, gritaban los muros de las comunas de Santiago.
Íbamos a pedir garantías para trabajar porque los pacos –como se les dice a los carabineros chilenos- empapaban, gaseaban y golpeaban por igual a manifestantes por el No y a periodistas. No concibo, casi 30 años después, asistir a esta realidad callejera venezolana más homicida aun que aquellos días de la primavera austral en Chile.
Hoy en Venezuela, o sea en nuestra Latinoamérica, se mata más gente en las calles venezolanas que en las grandes alamedas reabiertas a la ciudadanía en el 88, como lo prometiera quince años antes Salvador Allende.
Fueron 132 caídos en las calles desde abril. Solamente el domingo 30 de julio hubo 16 muertos asesinados por oponerse a la farsa constituyente. Llegan a 5.000 los detenidos y 15.000 heridos en las manifestaciones realizadas diariamente desde hace cuatro meses. El Foro Penal Venezolano cuantifica 620 presos políticos. Las armas están solo de un lado. Son víctimas de la represión estatal y para estatal. Los “colectivos” son fuerzas paramilitares. Son los “camisas negras” redivivos por el Mussolini tropical que profetizó Carlos Fuentes.
Uno de los cinco integrantes del Consejo Nacional Electoral (CNE), Luis E. Rendón, se abrió y no quiso participar del conteo de votos de los supuestos 8 millones de votantes inventados por la cúpula gobernante, ya desflecándose ante la evidencia aportada por la empresa venezolana que maneja el voto electrónico desde 2004. Más aun: la agencia Reuters bajó a 3,7 millones las adhesiones.
¿Quiénes, de los gobiernos y pueblos latinoamericanos, se harán cargo de esta tragedia humanitaria que vive un país que podría haber sido el más rico del continente y hoy pasa hambre? ¿De niños y ancianos fallecidos ante la ausencia de lo mínimo en materia sanitaria?
Triste Uruguay. En mi país, Uruguay, es triste la permanente dubitación oficial para llamar a las cosas por su nombre. ¿Por qué triste? Porque aunque muchos lectores lo sepan, hay que decirlo con palabras que suenen nuevas para los más jóvenes: Uruguay vivió una dictadura entre 1973 y 1985 y el sector político más castigado por esa dictadura que torturó y encarceló durante años a seis mil quinientas personas – en tres millones de habitantes- fue el Frente Amplio, hoy en el gobierno. Ni siquiera le funciona el reflejo condicionado que deja el terrorismo de Estado para reclamar por la democracia y la vigencia de los derechos humanos en el país caribeño, tan solidario en los setenta que llegó a la ruptura de relaciones con los dictadores uruguayos.
La otrora heroica Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (Feuu) nacida hace ya prácticamente un siglo, al calor de la augural Reforma de Córdoba, cuyo órgano periodístico Jornada, fundado en 1933 contra otra dictadura, imprimí tantas veces en la clandestinidad en aquellos mimeógrafos mecánicos con matrices stencil “picadas” en una máquina de escribir Olivetti “Lettera 22”, dinosaurios del siglo de las máquinas diría Zitarrosa. Cuando arriesgábamos la vida como muchos otros jóvenes para que aquel boletín fuera clandestinamente distribuido. Esta Feuu del siglo XXI no ha hecho una sola declaración de rechazo a los asesinatos de decenas de jóvenes venezolanos caídos en defensa de las libertades. Por el contrario, ha declarado persona no grata al secretario general de la OEA, nuestro compatriota Luis Almagro, al que calificó de cipayo.
La central de trabajadores de Uruguay enfrentó con una huelga general de 13 días el golpe de Estado del 27 de junio del 73 con que se inició la dictadura. Hoy, no solamente no repudia los crímenes del chavismo, sino que viaja a Caracas a aplaudir a Maduro. A rendir homenaje a un sospechado de narcotraficante: el vicepresidente Tarek el Aissami–el mismo que definió a la oposición venezolana como “derecha terrorista y criminal" y "burguesía apátrida"- a quien el gobierno estadounidense le embargó bienes y activos por 500 millones de dólares. A cohonestar a un psicótico, como el dirigente chavista Jorge Rodríguez, cínico bufón que se ríe cuando un periodista le pregunta por esos muchachos segados en la flor de la vida. Y a bajar la cabeza, sin que una capucha les obligue, ante narcogeneralotes.
Y, paradoja, algunos de esos dirigentes sindicales uruguayos son investigados judicialmente por negociados con sus “hermanos de clase” a los que se la hicieron por lo mismo que históricamente cuestionan a los burgueses: afán de lucro.
Es cierto que los países pesos pesados latinoamericanos de hoy se han convocado para el encuentro de Lima del martes 8, donde aunarían criterios para conjurar esta amenaza de que Latinoamérica comience a perderse como territorio de paz.
¿Y el resto de los gobiernos? Los remisos, los indiferentes y los condicionados por los petrodólares, ¿no temen la libanización? ¿No creen que la tragedia vivida entre 1976 y 1990 por el país de los cedros pueda reeditarse en Venezuela?
¿No han captado que un importante sector de la ciudadanía venezolana ha perdido el miedo, lo que se denomina el “síndrome de Sarajevo", y se mantienen en rebelión? ¿Piensan que esos ciudadanos seguirán haciéndose matar inermes por siempre?
¿No perciben las provocaciones de Maduro hacia otras naciones latinoamericanas, ni recuerdan el belicismo chavista de 2009, neutralizado entonces por el cantante colombiano Juanes y otros artistas que desarmaron los desvaríos guerreristas del Comandante eterno con un multitudinario y binacional “Concierto por la Paz” realizado en la frontera colombo-venezolana?
Que me disculpen los lectores, pero hoy el análisis de las informaciones y los hechos que día a día se suman en el escenario venezolano o latinoamericano han quedado para otra columna. Es que me identifico con el sentimiento de la extraordinaria educadora y escritora brasileña Ana María Machado: siento “afrenta e indignación”.