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27.01.21

¿Cómo no recordar?

Como sociedad, en 1992 la Intendencia de Montevideo convocó a un concurso para la construcción del Memorial del Holocausto del Pueblo Judío. Dos años después, ubicado en el barrio montevideano de Punta Carretas, en la Rambla Presidente Wilson, sobre el Río de la Plata, era inaugurado por el presidente Luis Alberto Lacalle (1990 -1995) y desde entonces se ha incorporado al paisaje urbano con todo lo que ello significa para las nuevas generaciones.
Por Hugo Machín Fajardo

Memorial del Pueblo Judío en Montevideo, Uruguay.

«Todos los que hemos vivido el Holocausto tenemos una historia personal digna de ser narrada, aunque sea por el mero hecho de ponerle un rostro humano a la experiencia», escribió Thomas Buergental en Un niño afortunado. De prisionero en Auschwitz a juez de la Corte Internacional, publicado 60 años después de su experiencia.

Es a través del testimonio personal que podemos entender el siglo más cruel de la historia humana, como lo fue el que compartimos con nuestros padres y abuelos.

«La banalización del mal absoluto hitleriano es», como escribiera el juez argentino Héctor Tizón, «la banalización del discurso dialéctico que intentó —casi siempre con las mejores intenciones— justificar (ignorar) los millones de víctimas de la KGB y del Gulag (los campos soviéticos de trabajos forzados); a lo cual no ha sido ajena la intelligentza progresista, usufructuante sin embargo de los valores y ventajas del capitalismo».

Este 27 de enero se cumplen 76 años del cierre del campo de exterminio de Auschwitz, en el marco del Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto

y entidades judías han convocado a recordar.

Holocausto es un término con el que comienza a denominarse el exterminio judío ocurrido en Europa bajo el nazismo entre 1939 y 1945. Fue en 1978, a raíz de una serie televisiva realizada en Estados Unidos que cuenta la vivencia de una familia judía bajo el Tercer Reich, que se generaliza la palabra Holocausto originada en el cristianismo primitivo. Utilizada por primera vez para aludir una matanza de judíos en un pogrom perpetrado en Londres el día de la coronación del rey Ricardo I, en 1189, informa el jurista colombiano Hernando Valencia Villa.

Hay un antecedente a esa pérdida total de la empatía por el otro y es la inhumanidad resultante de la carnicería que fue la Primera Guerra Mundial (1914 – 1919), causante de la gran desilusión mundial. Millones de muertos y otros tantos mutilados. Utilización masiva de gases venenosos. Fue la antesala de la incivilización. Lo que vino después, es la consecuencia natural de un proceso deshumanizante: en toda la historia de la civilización ninguna nación hizo una guerra tan bárbara, capaz de hacer retroceder a los alemanes a estadios de crueldad nunca registrados.

Hanna Arendt ha descrito el proceso de radicalización ideológica y deshumanización impulsado por Hitler desde que llegó al poder en Alemania. Fue una preparación paulatina del sacrificio del pueblo judío tras atribuirle un carácter de amenaza para Alemania. Primero, se recortaron los derechos cívicos de los judíos y se les despojó de toda posibilidad de participar en la vida social. Luego llegó la deportación, el confinamiento en campos de concentración y finalmente el exterminio.

EL GENOCIDIO. En 1939 Hitler se refirió a cómo los armenios habían sido exterminados durante la guerra anterior [por el Imperio otomano] y que se podía sobrevivir a las consecuencias que aparejaba ese acto.

Detrás del frente oriental de la Segunda Guerra Mundial, unidades móviles del ejército alemán cazaban a todos los judíos del sitio invadido y fusilaban a hombres, mujeres y niños sepultándolos en fosas comunes. Asesinaron a unos dos millones de personas.

En 1942, el ministro plenipotenciario nazi en Dinamarca, Karl Rudolf Werner Best (1903 -1989), afirmó que «la experiencia de la historia ha probado que el exterminio o expulsión de un pueblo extranjero no se contradice con los principios fundamentales de la existencia humana, siempre que los exterminios y las expulsiones sean completos».

De acuerdo con las estadísticas preparadas por Adolf Eichmann (1906-1962) para la conferencia de los jerarcas nazis realizada en una villa a orillas del Wannser, un lago en las afueras de Berlín, el 20 de enero de 1942, presidida por el todavía jefe de las SS Reinhard Heydrich (1904- 1942) debían «desaparecer» once millones de judíos, incluyendo los que vivían en países aún no conquistados.

Fue un exterminio sistemático de aproximadamente unos seis millones de judíos en Auschwitz, Belzec, Buchenwald, Chelmno (Kulmhof), Mjdanek, Sobibor, Treblinca y más de mil campos diseminados por la Europa ocupada.

Los alemanes hicieron aquello de lo que acusaban a los judíos y se autoexcluyeron de la civilización humana, sostiene el historiador alemán Dietrich Schwanitz (1940 - 2004).

El 85% de los SS que trabajaban en Auschwitz no fueron inculpados, ya que las autoridades jurídicas de casi todos los países llegaron a la conclusión de que la mayoría de los SS de ese campo no cometió personalmente ningún homicidio, sino que la tecnología se encargó de ello y no puede juzgarse a una cámara de gas. Eso lleva al periodista británico Laurence Rees a preguntarse si eso no significa que si un Estado organizara una forma totalmente mecanizada de exterminio de personas nadie sería culpable.

No es novedad que el sufrimiento tiene continuidad más allá de que «el tiempo sea un gentilhombre» como suele decirse.

SOLIDARIDAD DEMORADA. El Holocausto demoró en concitar la solidaridad occidental, por diversos motivos. Por un lado, el pudor de las víctimas: «nunca he encontrado el modo de decirlo, el modo de contar a los que no han vivido esa época la clase de miedo que era”, escribió Marguerite Duras (1914-1996) cuarenta años después en El señor X. Aquí llamado Pierre Rabier, para referirse al terror con que vivieron los europeos la ocupación nazi.

Por otro lado, la cola de paja que consciente o inconscientemente mantuvieron millones de cristianos a raíz del comportamiento del jefe espiritual de los católicos de entonces, Eugenio Pacelli (Pío XII). Sesenta años después, el libro El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII,  que puede descargarse en línea, y más recientemente, el documental Los archivos secretos del Vaticano, permiten asomarse a la actitud de la jerarquía vaticana para con el nazismo. En marzo del 2020, Jorge Bergoglio (Francisco), autorizó el ingreso de investigadores a los archivos del Vaticano. En un mes de trabajo interrumpido por el Covid-19 hubo material como para tener una idea de lo actuado por Pacelli. El historiador eclesiástico Hubert Wolf descubrió un documento que describe la destrucción del gueto de Varsovia. Pacelli leyó el documento en setiembre de 1942, «pero no se hicieron públicos su contenido ni las notas marginales de la secretaría de Estado. En cambio, el Vaticano sostuvo durante décadas que no se estaba ocultando nada a la opinión pública y que las fuentes estaban completas», documenta la DW.

Son 16 millones de folios repartidos en 15.000 sobres y 2.500 fichas desclasificadas que previsiblemente permitirán más información sobre el tema.

RECONOCIMENTO SOCIAL. En un ensayo publicado en 1987, Humberto Eco (1932 -2016) sostiene que no es posible que exista una «ciencia del olvido» porque todos los signos producen presencias y no ausencias. Eco sostenía que los esfuerzos por olvidar algo solo permiten recordar “que se quería olvidar algo, no olvidar ese algo», explica el profesor emérito de Historia de la Universidad de Florencia, Paolo Rossi. 

Las víctimas directas supervivientes del Holocausto son ancianos de más de 80 años. Muchos han vivido como si aquel pasado fuera un presente. Para ellos el tiempo no fue una cura, tal vez, un alivio, pero no un olvido. Sus hijos y nietos conviven con nosotros. La comprensión y el apoyo por lo que vivieron depende de nuestra empatía. Es el reconocimiento social ante un dolor que las victimas viven como exclusivo. Como sociedad, en 1992 la Intendencia de Montevideo convocó a un concurso para la construcción del Memorial del Holocausto del Pueblo Judío. Dos años después, ubicado en el barrio montevideano de Punta Carretas, en la Rambla Presidente Wilson, sobre el Río de la Plata, era inaugurado por el presidente Luis Alberto Lacalle (1990 -1995) y desde entonces se ha incorporado al paisaje urbano con todo lo que ello significa para las nuevas generaciones.

La memoria es un proceso individual, pero los soportes espaciales concebidos honestamente y con amplitud conceptual que permitan compartir códigos culturales de una sociedad— no solo de un grupo o partido político—pueden contribuir a recordar, o sea, hacer pasar por el corazón un pasado que no debe ser olvidado.