El día que maté a mi padre: confesiones de un ex comunista
Libro de apasionante lectura, que se lee de una sentada. Editado por la Editorial Sudamericana, y con una presentación que desafortunadamente ya las editoriales cubanas no alcanzan, se abre con la siguiente dedicatoria del autor: «A mi padre, que tuvo la prudencia de morirse antes del fracaso».
Cual Jorge Sigal, yo también maté a mi padre. En mi caso el parricidio no ocurrió en un día específico ni mucho menos. La razón es esta: nunca pertenecí ni a la Juventud Comunista ni al Partido. En su lugar, no obstante, viví buena parte de mi niñez y adolescencia imbuido en la burbuja de acero que todo estado comunista trata de imponer a sus súbditos para siempre, desde que nacemos. Burbuja en cuya confección, o al menos en su sofisticación, influyó de manera determinante mi señor padre. Viejo simpatizante comunista, aun desde mucho antes de que Fidel Castro se admitiera, o se pretendiera tal.
Para un cubano este libro es asomarse a otra circunstancia muy diferente, pero a la vez y en cierta medida muy cercana: Si para Sigal el comunismo era en un final un problema de elección personal libre, para nosotros, y sobre todo para los nacidos a partir de 1959, el comunismo resultaba una imposición del medio. En la Cuba de mi infancia, allá en los setentas y primeros ochentas, el comunismo se nos colaba irremediablemente a todos, aun a aquellos a quienes nuestras familias y barrios se encargaban de suministrarnos ciertos anticuerpos. Porque a la larga aun si no creíamos en él, muchos de sus conceptos, de sus tópicos, pasaban naturalmente a nuestros bagajes al faltarnos cualquier otra referencia.
En este libro un cubano podrá enterarse de cómo funcionaba otro partido comunista latinoamericano, en este caso no en el poder. Sus relaciones con nuestro país y con la URSS, pero también con sus propios gobiernos. Casi seguro estoy de que muchos compatriotas llegarán a conclusiones parecidas a la mía, al enterarse de cómo el partido argentino intentó hacer con Videla lo mismo que el nuestro con Machado: que el maquiavelismo y la capacidad de adaptación de los partidos comunistas deberían asegurarles siglos de subsistencia, si por desgracia sus apoyaturas teóricas no fueran tan débiles. Como toda religión que ha querido prescindir del misterio.
Pero no solo podrá aumentar su conocimiento histórico o sociológico. El que Sigal haya escogido presentarnos su autobiografía como una novela, y el que sin dudas consiga manejar esta forma literaria aquí con bastante habilidad, nos permite asomarnos a la evolución de un hombre que ha entregado su vida a la causa del comunismo. Sigal se psicoanaliza, y es a través de esta introspección que descubrimos los motivos familiares de su adscripción al comunismo: su padre, tan influyente en su juventud. Los motivos de su lento alejamiento también son presentados mediante este recurso: hartazgo de una liturgia, de unos rituales demasiado racionales, y por tanto rituales vacíos.
Los cubanos que también hayamos matado a nuestros padres descubriremos muchas semejanzas en nuestras vidas con la de Sigal. No solo las historias de
estudios en la URSS, o por ejemplo, los motivos para el comienzo de la desilusión en el descubrimiento de los 64 autos de lujo coleccionados por Breznev. También esa sensación de profundo desamparo que le queda a quien renuncia a la creencia en una historia direccionada por ciertas leyes suprahistóricas.
Libro de apasionante lectura, que se lee de una sentada. Editado por la Editorial Sudamericana, y con una presentación que desafortunadamente ya las editoriales cubanas no alcanzan, se abre con la siguiente dedicatoria del autor: “A mi padre, que tuvo la prudencia de morirse antes del fracaso”.
¿Aparecerá alguna vez por aquí? ¿En la próxima Feria, por ejemplo? Por lo pronto, y para combatir al Bloqueo, los “amigos argentinos” harían bien en traernos obras semejantes en sus mochilas de viaje. Que entre una aventurilla amorosa con alguna cubanita desesperada por escapar del Paraíso, y un acto de apoyo al régimen sazonado con música de Silvio, y abundante comida y bebida, se puede en definitiva cooperar en la elevación del nivel cultural de los “hermanos cubanos”… ¿O no?
Cual Jorge Sigal, yo también maté a mi padre. En mi caso el parricidio no ocurrió en un día específico ni mucho menos. La razón es esta: nunca pertenecí ni a la Juventud Comunista ni al Partido. En su lugar, no obstante, viví buena parte de mi niñez y adolescencia imbuido en la burbuja de acero que todo estado comunista trata de imponer a sus súbditos para siempre, desde que nacemos. Burbuja en cuya confección, o al menos en su sofisticación, influyó de manera determinante mi señor padre. Viejo simpatizante comunista, aun desde mucho antes de que Fidel Castro se admitiera, o se pretendiera tal.
Para un cubano este libro es asomarse a otra circunstancia muy diferente, pero a la vez y en cierta medida muy cercana: Si para Sigal el comunismo era en un final un problema de elección personal libre, para nosotros, y sobre todo para los nacidos a partir de 1959, el comunismo resultaba una imposición del medio. En la Cuba de mi infancia, allá en los setentas y primeros ochentas, el comunismo se nos colaba irremediablemente a todos, aun a aquellos a quienes nuestras familias y barrios se encargaban de suministrarnos ciertos anticuerpos. Porque a la larga aun si no creíamos en él, muchos de sus conceptos, de sus tópicos, pasaban naturalmente a nuestros bagajes al faltarnos cualquier otra referencia.
En este libro un cubano podrá enterarse de cómo funcionaba otro partido comunista latinoamericano, en este caso no en el poder. Sus relaciones con nuestro país y con la URSS, pero también con sus propios gobiernos. Casi seguro estoy de que muchos compatriotas llegarán a conclusiones parecidas a la mía, al enterarse de cómo el partido argentino intentó hacer con Videla lo mismo que el nuestro con Machado: que el maquiavelismo y la capacidad de adaptación de los partidos comunistas deberían asegurarles siglos de subsistencia, si por desgracia sus apoyaturas teóricas no fueran tan débiles. Como toda religión que ha querido prescindir del misterio.
Pero no solo podrá aumentar su conocimiento histórico o sociológico. El que Sigal haya escogido presentarnos su autobiografía como una novela, y el que sin dudas consiga manejar esta forma literaria aquí con bastante habilidad, nos permite asomarnos a la evolución de un hombre que ha entregado su vida a la causa del comunismo. Sigal se psicoanaliza, y es a través de esta introspección que descubrimos los motivos familiares de su adscripción al comunismo: su padre, tan influyente en su juventud. Los motivos de su lento alejamiento también son presentados mediante este recurso: hartazgo de una liturgia, de unos rituales demasiado racionales, y por tanto rituales vacíos.
Los cubanos que también hayamos matado a nuestros padres descubriremos muchas semejanzas en nuestras vidas con la de Sigal. No solo las historias de
estudios en la URSS, o por ejemplo, los motivos para el comienzo de la desilusión en el descubrimiento de los 64 autos de lujo coleccionados por Breznev. También esa sensación de profundo desamparo que le queda a quien renuncia a la creencia en una historia direccionada por ciertas leyes suprahistóricas.
Libro de apasionante lectura, que se lee de una sentada. Editado por la Editorial Sudamericana, y con una presentación que desafortunadamente ya las editoriales cubanas no alcanzan, se abre con la siguiente dedicatoria del autor: “A mi padre, que tuvo la prudencia de morirse antes del fracaso”.
¿Aparecerá alguna vez por aquí? ¿En la próxima Feria, por ejemplo? Por lo pronto, y para combatir al Bloqueo, los “amigos argentinos” harían bien en traernos obras semejantes en sus mochilas de viaje. Que entre una aventurilla amorosa con alguna cubanita desesperada por escapar del Paraíso, y un acto de apoyo al régimen sazonado con música de Silvio, y abundante comida y bebida, se puede en definitiva cooperar en la elevación del nivel cultural de los “hermanos cubanos”… ¿O no?