Mitos del Milenio
Evidencias contra las visiones apocalípticas de fin de milenio: Un futuro para trabajar
EL MERCURIO (Chile), Domingo 6 de junio de 2004
El exiliado chileno Mauricio Rojas, quien ahora es miembro del Parlamento sueco por el Partido Liberal, afirma que trabajo no faltará en este siglo que comienza. Según él, la mano de obra es escasa en el mundo globalizado.
FRANCISCO JOSÉ FOLCH
Comprensiblemente, la producción intelectual de los chilenos vinculados al exilio de los años 70 y siguientes suele encuadrarse en visiones de izquierda más o menos clásica. Mauricio Rojas, nacido en Chile en 1950, miembro del Parlamento sueco por el Partido Liberal (FP), autor de una docena de libros - entre otros Auge y caída del modelo sueco (1998), Allende el Estado de bienestar, Suecia y la búsqueda de un modelo de bienestar post-industrial (2001), Historia de la crisis argentina (2003)- , es una rarissima avis: su análisis es netamente liberal. Pero leerlo no se justifica sólo por tal curiosidad, sino porque su pensamiento es de indiscutible interés: esta breve obra ha atraído la atención de medios de prensa de primera línea mundial y le ha valido traducciones al inglés, alemán francés e italiano. Finalmente llega también al castellano, ampliada para incluir el problema latinoamericano. Plantea Rojas que a comienzos de la presente década cambiaron los temores apocalípticos. En los años 90, muchos profetizaban, a partir de las tendencias del desarrollo de la sociedad de servicios, una crisis de falta de trabajo. Europa se angustió y, de allí, por ejemplo, las leyes de reducción de la jornada laboral en Francia.
Sin embargo, en el decenio actual, es más realista anticipar una falta inminente de trabajadores. Del fantasma del desempleo masivo se ha saltado al de una escasez inexorable de mano de obra. Así se percibe en Europa, pero en el continente americano - norte y sur- el primer espectro aún conserva fuerzas. En realidad, observa el autor, "nunca se han creado tantos puestos de trabajo como durante los últimos 30 años. Nunca ha existido un pe-ríodo de la historia de la humanidad en que un número tan vasto de personas haya mejorado sus condiciones de vida en forma tan drástica y en tan corto tiempo... Nunca (...) tantos seres humanos han vivido en democracia, y han visto reconocidos y respetados sus derechos básicos". Pese a eso, en la última década "el discurso de la desventura ha estado dominado por dos temas: la globalización y el fin del trabajo", supuestamente "destruidos en escala universal por un capitalismo sin fronteras que, gracias a la moderna tecnología de la información, explota desenfrenadamente a cientos de millones de trabajadores asiáticos, en perjuicio tanto de sí mismos como del resto del planeta". La solución, según los profetas apocalípticos, es "regular, controlar, planificar, pero ahora en escala universal y no ya nacional. (...) Cuando el fin del trabajo hace que una parte cada vez menor de la población tenga acceso a éste, se hace necesario encontrar una forma política de distribución de la riqueza, (...) no directamente relacionada con el aporte productivo de las personas". Así, sostienen, urge "construir un nuevo orden mundial, que ponga freno a un capitalismo desbocado y crecientemente asocial". La finalidad del discurso apocalíptico es "llevar a un auditorio cada vez más aterrado a aborrecer ese sistema de libertad económica que nos ha dado aquel bienestar único que ha caracterizado la época moderna, y lanzarse a nuevos - y, después de la caída vergonzosa del socialismo real, cada vez más nebulosos- experimentos sociales". El éxito arrollador del L'horreur économique (1996), de la suma profetisa del cataclismo holocáustico, Vivianne Forrester, movió a Rojas a estudiar hasta qué punto existía alguna base que diera plausibilidad a semejantes afirmaciones, "que estaban creando un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de concepciones políticas aberrantes, (...) ideas xenófobas profundamente agresivas (y) al envenenamiento nacionalista y proteccionista de las relaciones internacionales".
Este breve libro demuele, con acopio de datos objetivos, cada uno de los cuatro mitos más comunes acerca del fin del trabajo. Concluye que, después de la II Guerra Mundial, "quedaron solamente la ideología comunista y los países de economías planificadas como exponentes de un orden social alternativo, que se entendía como progresista, en el sentido de superar y llevar a una culminación utópica los avances productivos, tecnológicos e intelectuales de la era capitalista y liberal. El marxismo y el movimiento comunista se concebían a sí mismos como la culminación del progreso moderno y, por ello, su crítica anticapitalista y antiliberal tenía un aire optimista, que prometía un mundo nuevo y mejor".
Pero "a partir del espectacular derrumbe de los regímenes comunistas (...) y de la conversión acelerada al capitalismo de China (...) la utopía comunista ha perdido toda credibilidad. (...) Esta debacle de las alternativas utópicas a la sociedad abierta y a la economía capitalista ha dejado a sus oponentes (...) sin expresiones progresivas coherentes. Ya no hay utopías creíbles desde las cuales se pueda atacar el desarrollo moderno. Por ello predomina sólo el pesimismo, la predicción machacona del fin del mundo, del puro Apocalipsis, sin promesas, sin un mundo nuevo, sin nada más que consignas vacías acerca de "otro mundo es posible". Y, fuera de Occidente, "la lucha contra la libertad creciente de nuestros tiempos se canaliza cada día más bajo la forma de una reacción fundamentalista, en la que la alternativa a la modernidad laboral no es vista como un progreso, sino, literalmente, como un regreso a algún tipo de comunidad teocrática del pasado. Mao Tse-Tung, Ho Chi Min y Pol Pot han sido reemplazados por los ayatollahs y los mullahs; los guardias y los khmers rojos, por los talibanes y los muyahidines; las utopías sangrientas, por distopías igualmente sangrientas. (...) Antiglobalismo, antimodernismo, antioccidentalismo, anticapitalismo, antinorteamericanismo y muchos "antis" más reúnen, tanto en el seno de la cultura occidental como fuera de ella, la reacción contra la sociedad abierta y la economía de la libertad". Rojas propone este pequeño libro como "una contribución a la resistencia necesaria contra el oscurantismo y los sentimientos destructivos que siembran los profetas de la desventura, que, de llegar a ser creídos (...), pueden llevarnos a un mundo cada vez más dividido, cerrado, plagado de conflictos y de miseria, tanto material como intelectual".
En momentos en que Chile se globaliza más rápidamente que el resto de la región, las profecías apocalípticas que aquí se denuncian cobran vigor, e inciden en nuestra vida nacional. Por eso, la lectura de Rojas se hace un deber intelectual. Pocos son los que osan decir lo que él.
FICHA
Mauricio Rojas
Mitos del Milenio
Editorial Cadal/Timbro
Buenos Aires, 2004
EL MERCURIO (Chile), Domingo 6 de junio de 2004
El exiliado chileno Mauricio Rojas, quien ahora es miembro del Parlamento sueco por el Partido Liberal, afirma que trabajo no faltará en este siglo que comienza. Según él, la mano de obra es escasa en el mundo globalizado.
FRANCISCO JOSÉ FOLCH
Comprensiblemente, la producción intelectual de los chilenos vinculados al exilio de los años 70 y siguientes suele encuadrarse en visiones de izquierda más o menos clásica. Mauricio Rojas, nacido en Chile en 1950, miembro del Parlamento sueco por el Partido Liberal (FP), autor de una docena de libros - entre otros Auge y caída del modelo sueco (1998), Allende el Estado de bienestar, Suecia y la búsqueda de un modelo de bienestar post-industrial (2001), Historia de la crisis argentina (2003)- , es una rarissima avis: su análisis es netamente liberal. Pero leerlo no se justifica sólo por tal curiosidad, sino porque su pensamiento es de indiscutible interés: esta breve obra ha atraído la atención de medios de prensa de primera línea mundial y le ha valido traducciones al inglés, alemán francés e italiano. Finalmente llega también al castellano, ampliada para incluir el problema latinoamericano. Plantea Rojas que a comienzos de la presente década cambiaron los temores apocalípticos. En los años 90, muchos profetizaban, a partir de las tendencias del desarrollo de la sociedad de servicios, una crisis de falta de trabajo. Europa se angustió y, de allí, por ejemplo, las leyes de reducción de la jornada laboral en Francia.
Sin embargo, en el decenio actual, es más realista anticipar una falta inminente de trabajadores. Del fantasma del desempleo masivo se ha saltado al de una escasez inexorable de mano de obra. Así se percibe en Europa, pero en el continente americano - norte y sur- el primer espectro aún conserva fuerzas. En realidad, observa el autor, "nunca se han creado tantos puestos de trabajo como durante los últimos 30 años. Nunca ha existido un pe-ríodo de la historia de la humanidad en que un número tan vasto de personas haya mejorado sus condiciones de vida en forma tan drástica y en tan corto tiempo... Nunca (...) tantos seres humanos han vivido en democracia, y han visto reconocidos y respetados sus derechos básicos". Pese a eso, en la última década "el discurso de la desventura ha estado dominado por dos temas: la globalización y el fin del trabajo", supuestamente "destruidos en escala universal por un capitalismo sin fronteras que, gracias a la moderna tecnología de la información, explota desenfrenadamente a cientos de millones de trabajadores asiáticos, en perjuicio tanto de sí mismos como del resto del planeta". La solución, según los profetas apocalípticos, es "regular, controlar, planificar, pero ahora en escala universal y no ya nacional. (...) Cuando el fin del trabajo hace que una parte cada vez menor de la población tenga acceso a éste, se hace necesario encontrar una forma política de distribución de la riqueza, (...) no directamente relacionada con el aporte productivo de las personas". Así, sostienen, urge "construir un nuevo orden mundial, que ponga freno a un capitalismo desbocado y crecientemente asocial". La finalidad del discurso apocalíptico es "llevar a un auditorio cada vez más aterrado a aborrecer ese sistema de libertad económica que nos ha dado aquel bienestar único que ha caracterizado la época moderna, y lanzarse a nuevos - y, después de la caída vergonzosa del socialismo real, cada vez más nebulosos- experimentos sociales". El éxito arrollador del L'horreur économique (1996), de la suma profetisa del cataclismo holocáustico, Vivianne Forrester, movió a Rojas a estudiar hasta qué punto existía alguna base que diera plausibilidad a semejantes afirmaciones, "que estaban creando un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de concepciones políticas aberrantes, (...) ideas xenófobas profundamente agresivas (y) al envenenamiento nacionalista y proteccionista de las relaciones internacionales".
Este breve libro demuele, con acopio de datos objetivos, cada uno de los cuatro mitos más comunes acerca del fin del trabajo. Concluye que, después de la II Guerra Mundial, "quedaron solamente la ideología comunista y los países de economías planificadas como exponentes de un orden social alternativo, que se entendía como progresista, en el sentido de superar y llevar a una culminación utópica los avances productivos, tecnológicos e intelectuales de la era capitalista y liberal. El marxismo y el movimiento comunista se concebían a sí mismos como la culminación del progreso moderno y, por ello, su crítica anticapitalista y antiliberal tenía un aire optimista, que prometía un mundo nuevo y mejor".
Pero "a partir del espectacular derrumbe de los regímenes comunistas (...) y de la conversión acelerada al capitalismo de China (...) la utopía comunista ha perdido toda credibilidad. (...) Esta debacle de las alternativas utópicas a la sociedad abierta y a la economía capitalista ha dejado a sus oponentes (...) sin expresiones progresivas coherentes. Ya no hay utopías creíbles desde las cuales se pueda atacar el desarrollo moderno. Por ello predomina sólo el pesimismo, la predicción machacona del fin del mundo, del puro Apocalipsis, sin promesas, sin un mundo nuevo, sin nada más que consignas vacías acerca de "otro mundo es posible". Y, fuera de Occidente, "la lucha contra la libertad creciente de nuestros tiempos se canaliza cada día más bajo la forma de una reacción fundamentalista, en la que la alternativa a la modernidad laboral no es vista como un progreso, sino, literalmente, como un regreso a algún tipo de comunidad teocrática del pasado. Mao Tse-Tung, Ho Chi Min y Pol Pot han sido reemplazados por los ayatollahs y los mullahs; los guardias y los khmers rojos, por los talibanes y los muyahidines; las utopías sangrientas, por distopías igualmente sangrientas. (...) Antiglobalismo, antimodernismo, antioccidentalismo, anticapitalismo, antinorteamericanismo y muchos "antis" más reúnen, tanto en el seno de la cultura occidental como fuera de ella, la reacción contra la sociedad abierta y la economía de la libertad". Rojas propone este pequeño libro como "una contribución a la resistencia necesaria contra el oscurantismo y los sentimientos destructivos que siembran los profetas de la desventura, que, de llegar a ser creídos (...), pueden llevarnos a un mundo cada vez más dividido, cerrado, plagado de conflictos y de miseria, tanto material como intelectual".
En momentos en que Chile se globaliza más rápidamente que el resto de la región, las profecías apocalípticas que aquí se denuncian cobran vigor, e inciden en nuestra vida nacional. Por eso, la lectura de Rojas se hace un deber intelectual. Pocos son los que osan decir lo que él.
FICHA
Mauricio Rojas
Mitos del Milenio
Editorial Cadal/Timbro
Buenos Aires, 2004