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Reseñas

07.04.04

DESDE LAS REFORMAS AL BIENESTAR GENERAL: ALGUNAS CONCLUSIONES SOBRE LAS REFORMAS ECONÓMICAS EN CHILE (1982-2002)

RAMOS, Joseph (2004): "La Macro ha andado bien, pero ¿la Micro? ¿Cómo le ha ido a la gente?"; en Estudios Públicos, no. 93, verano de 2004.

RAMOS, Joseph (2004): “La Macro ha andado bien pero ¿la Micro? ¿Cómo le ha ido a la gente?”, en Estudios Públicos, Centro de Estudios Públicos; no. 93, verano de 2004, pp. 195-217; Santiago, Chile.

 

Por todos es sabido que Chile inició el proceso de reforma económica estructural diez o quince años antes que el resto de los países de la región, y los principales resultados macroeconómicos son por todos conocidos: superada la “crisis de la Deuda” latinoamericana, entre 1984 y 1998, el PIB creció a una tasa anual promedio de 7.2%, la inversión y el ahorro experimentaron un boom, la inflación se redujo a un rango de 2% a 4%, el desempleo disminuyó considerablemente, y la proporción de personas por debajo de la línea de pobreza se redujo a la mitad. En este trabajo, J. Ramos, decano de la Facultad de Ciencias Económicas (Universidad de Chile), se pregunta “¿Cómo le fue a la gente?” (p. 196). Es decir, él se interroga si los resultados positivos se han quedado en lo macro, como algunos críticos sostienen, o si, por el contrario, se han distribuido sus beneficios entre el grueso de la sociedad chilena.

En esta dirección, primero, Ramos analiza la evolución de las principales variables macroeconómicas entre 1982 y 2002, dividiendo el período en dos bloques de diez años cada uno. Si bien en ambos períodos la economía y el PBI por habitante crecieron a tasas altas (en especial si se contempla que el primero de esos segmentos partió de la recesión de 1982/83), la naturaleza del crecimiento en ambos segmentos fue diferente, porque mientras en el primero de ellos los altos niveles de desempleo no permitieron más que un modesto incremento de los salarios reales (0.6% anual), en el segundo tramo los relativamente bajos niveles de desempleo permitieron un crecimiento de 3.5% anual de los salarios reales. Además, entre ambos segmentos temporales, cambió marcadamente la estructura económica, con una clara pérdida de posición relativa del número de ocupados en el sector primario frente a los ocupados en los sectores industrial y de servicios (pp. 197-199).

Y luego examina los efectos de tales transformaciones económicas sobre el bienestar de las personas. Por un lado, el análisis se detiene en la posesión de bienes duraderos, tales como lavadoras, heladeras, televisores, automóviles o teléfonos, los cuales son un signo indicativo de la calidad de vida. A lo largo del período 1982-2002, este tipo de bienes se difundió en forma masiva, alcanzando generalizadamente incluso a los sectores más rezagados de la sociedad (pp. 199-202). Por otra parte, existe un segundo tipo de bienes, que por su naturaleza no se obtienen en forma individual (“que el dinero no puede comprar”) pero los cuales son signo directo de la calidad de vida. En este sentido, la esperanza de vida al nacer se incrementó en siete años y alcanzó en 2002 el umbral del standard estadounidense (76 años vs. 78 años), pero a la vez importantes mejorías se registraron en otros indicadores tales como educación, tendido eléctrico, provisión de agua potable y servicios sanitarios; inclusive, estos cambios se dieron con mayor intensidad entre los sectores más rezagados (especialmente rurales), lo cual le imprimió un carácter altamente progresivo al proceso de transformación (pp. 202-205). Chile no sólo tuvo en este período de veinte años el mejor desempeño macroeconómico de los últimos cien, sino que además este crecimiento económico se manifestó en importantes avances en desarrollo humano, porque si bien no parece haber habido cambios en la distribución del ingreso monetario a lo largo de la década del ’90, efectivamente hubo una redistribución de ingresos no monetarios.

En este punto, Ramos se pregunta cuál debe ser la estrategia de desarrollo que debe seguir Chile para sostener el proceso de crecimiento económico y las tres hipótesis (o estrategias) que analiza son (pp. 205-216): una profundización de las políticas de liberalización del sector externo; la elaboración de políticas de desarrollo tecnológico a través de una alta proporción del PBI como “inversión y desarrollo” (I+D e industrias hi-tec); y aprovechar los altos rendimientos que producen en economías de desarrollo intermedio la introducción y adaptación de innovaciones tecnológicas desarrolladas en las economías más modernas (catch up). Ramos concluye que, para una economía con el nivel de desarrollo de la chilena, lo más conveniente es aprovechar los avances alcanzados para así reducir distancia con la frontera tecnológica, y recién entonces, cuando tal aproximación está consolidada, avanzar hacia una estrategia de desarrollo tecnológico.

“Sin duda alguna hemos avanzado mucho, tanto en cuanto a los niveles absolutos de bienestar económico así como inclusive en la distribución de este bienestar. No obstante, queda aún mucho por hacer” (p. 216). Los progresos macroeconómicos se han extendido al ámbito “micro” y no han quedado en simples variaciones macro imperceptibles en la vida cotidiana. “Poder crecer a 6-7% requiere de una política macroeconómica sólida, como la del período 1984-2002, que minimice los vaivenes en la producción de shocks adversos” (p. 216). La economía chilena, desde 1998, ha encontrado dificultades para recuperar el ritmo de crecimiento visto en los 14 años precedentes, a caballo del cual se lograron todos los progresos en desarrollo humano vistos en estas dos décadas, por el cual el gran desafío es encontrar el camino que conduzca nuevamente a la senda del crecimiento.