La otra izquierda: La socialdemocracia en América Latina, de Fernando Pedrosa (Capital Intelectual)
El libro es una historia política exhaustiva de la Internacional Socialista, pero también es una historia de la política internacional en la Guerra Fría desde una perspectiva original. Además deja planteados varios debates que también están vigentes hoy en día. Uno, por ejemplo, sobre si en los años ’70 y ’80 hubo en América Latina otros proyectos de izquierda que no eran ni radicalizados ni armados y que fueron potentes y, por momentos, exitosos y, sobre todo, más influyentes que aquellos grupos que son hoy el foco de atención de los historiadores que trabajan esa época.
(El Estadista) ¿Qué tuvieron en común entre sí las experiencias latinoamericanas que en los años ochenta condujeron las recuperaciones democráticas en América Latina con un sesgo mayoritariamente progresista? ¿Fueron adaptaciones locales de fenómenos extranjeros o respuestas locales a los problemas institucionales que arrastraban sus democracias? Luego de la experiencia de los grupos armados de izquierda en todo el continente durante las décadas anteriores, los liderazgos que comenzaron a ganar en las urnas de la región se ubicaron en los ochenta en un discurso que podría englobarse como “socialdemócratas”.
Ahora bien, ¿qué significó en Latinoamérica ese término que englobó tanto a Raúl Alfonsín en la Argentina y a Carlos Andrés Pérez en Venezuela, pero que antes había emparentado a Felipe González en España y Olaf Palme en Suecia? En “La otra izquierda. La socialdemocracia en América Latina” (Capital Intelectual), se presenta la primera gran investigación sobre la presencia de la socialdemocracia en América Latina y sus relaciones con los movimientos que la habían originado en el Viejo Continente. Una presencia que tuvo gran significación política en los años ’70 y ’80 (mucha más de lo que habitualmente se cree) y de la que casi no se registraban hasta hoy estudios importantes.
En los años que aborda el libro (1979-1990) se conformó una red de personalidades que era un verdadero “seleccionado” de la política internacional y que buscaban construir un espacio intermedio entre Estados Unidos y la URSS: entre ellos –y además de los mencionados Palme y González– estaban Mario Soares y François Mitterrand en Europa, pero también Rómulo Betancourt en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua, por ejemplo. El análisis de su influencia en la región ayuda a explicar mejor determinados procesos y cambios de régimen ocurridos en esos años, en el marco de la Guerra Fría y del proceso mundial que Samuel Huntington denominó la tercera ola de la democratización y que tuvo a comienzos de los noventa un punto de quiebre con la caída del Muro de Berlín.
El libro comienza con un recorrido por la Internacional Socialista, poniendo eje en el contexto internacional y la organización interna de la agrupación madre de los diversos movimientos analizados. Desde ese punto de partida, Fernando Pedrosa propone el recorrido por cómo derramó en cada uno de los países del continente la IS y cómo se adaptaron en cada uno las ideas que venían de expandirse con éxito por Europa. A lo largo de la obra, Pedrosa desnuda la existencia de una densa y, a la vez, flexible red que, por detrás de los congresos y los discursos oficiales, manejaba información, dinero, legitimación, acceso, formación y hasta protección personal cuando la coyuntura lo exigía, en base a una meticulosa investigación que incluye entrevistas personales a protagonistas de los sucesos como Soares y gente muy cercana a Willy Brandt, González y Palme, entre otros.
Una red que no sólo incluía a los socialdemócratas y afines, sino que abría las puertas a todos los que buscaban escapar desde la izquierda a la polarización de la Guerra Fría. Por eso estaban los sandinistas, los revolucionarios de la isla de Granada, los salvadores cercanos al FMLN y hasta los montoneros, que buscaron afanosamente incorporarse a la red socialdemócrata. Y más tarde se sumaron Raúl Alfonsín, Julio Sanguinetti, Rodrigo Borja (Ecuador) y Alan García. Incluso en 1979 ya aparece Lula en esas redes y también el hondureño Manuel Zelaya. Los participantes de esa red compartían muchas cosas, además de sus intereses políticos inmediatos. Eran viejos políticos, algunos de ellos considerados estadistas en sus países, pero que, sobre todo, tenían en su haber las luchas contra las dictaduras (latinoamericanas pero también nazis, franquistas y salazaristas). También tienen en común el exilio, las persecuciones sufridas, el temor a la guerra pasada y a una próxima y valoran el respeto a los derechos humanos por su propia experiencia.
Este mundo simbólico común facilitó el accionar común, a pesar de las diferencias personales e ideológicas que mantenían. El lugar elegido para estrechar esas relaciones y agruparse fue la Internacional Socialista y Brandt fue su presidente entre 1976 y 1992. El libro muestra como la Internacional operó en el contexto latinoamericano y cómo influyó en los procesos de democratización de la región de formas más o menos públicas. Durante los gobiernos de Ronald Reagan fueron muy mal vistos por los EE.UU. y mantuvieron interesantes y ambiguas relaciones con la URSS pero sobre todo con Yugoslavia y Polonia.
El libro es una historia política exhaustiva de la Internacional Socialista, pero también es una historia de la política internacional en la Guerra Fría desde una perspectiva original. Además deja planteados varios debates que también están vigentes hoy en día. Uno, por ejemplo, sobre si en los años ’70 y ’80 hubo en América Latina otros proyectos de izquierda que no eran ni radicalizados ni armados y que fueron potentes y, por momentos, exitosos y, sobre todo, más influyentes que aquellos grupos que son hoy el foco de atención de los historiadores que trabajan esa época.
A lo largo de la obra, el autor también rompe con la idea de la socialdemocracia como una foto estática que la vincula exclusivamente a las décadas de la posguerra y la construcción de Estados de Bienestar. Los muestra activos y con ramificaciones desconocidas. En los setenta hay un gran cambio programático, propone Pedrosa, que hace posible una alianza con los políticos latinoamericanos y africanos. Esta alianza se venía frustrando desde décadas anteriores por la incapacidad socialdemócrata de aceptar otros puntos de vistas en sus políticas.
En definitiva, además de presentar una buena historia política de un sector pocas veces relatado, la documentación que aporta la obra avanza en esa dirección para echar luz sobre los vínculos estrechos que, a un lado y otro del Atlántico, mantuvieron encendida la convicción de no caer en la lectura binaria que querían imponer Estados Unidos y la Unión Soviética y que fue posible hacerlo con una fuerte defensa de la democracia y el respeto de los derechos humanos como estandartes.
Fuente: El Estadista
(El Estadista) ¿Qué tuvieron en común entre sí las experiencias latinoamericanas que en los años ochenta condujeron las recuperaciones democráticas en América Latina con un sesgo mayoritariamente progresista? ¿Fueron adaptaciones locales de fenómenos extranjeros o respuestas locales a los problemas institucionales que arrastraban sus democracias? Luego de la experiencia de los grupos armados de izquierda en todo el continente durante las décadas anteriores, los liderazgos que comenzaron a ganar en las urnas de la región se ubicaron en los ochenta en un discurso que podría englobarse como “socialdemócratas”.
Ahora bien, ¿qué significó en Latinoamérica ese término que englobó tanto a Raúl Alfonsín en la Argentina y a Carlos Andrés Pérez en Venezuela, pero que antes había emparentado a Felipe González en España y Olaf Palme en Suecia? En “La otra izquierda. La socialdemocracia en América Latina” (Capital Intelectual), se presenta la primera gran investigación sobre la presencia de la socialdemocracia en América Latina y sus relaciones con los movimientos que la habían originado en el Viejo Continente. Una presencia que tuvo gran significación política en los años ’70 y ’80 (mucha más de lo que habitualmente se cree) y de la que casi no se registraban hasta hoy estudios importantes.
En los años que aborda el libro (1979-1990) se conformó una red de personalidades que era un verdadero “seleccionado” de la política internacional y que buscaban construir un espacio intermedio entre Estados Unidos y la URSS: entre ellos –y además de los mencionados Palme y González– estaban Mario Soares y François Mitterrand en Europa, pero también Rómulo Betancourt en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua, por ejemplo. El análisis de su influencia en la región ayuda a explicar mejor determinados procesos y cambios de régimen ocurridos en esos años, en el marco de la Guerra Fría y del proceso mundial que Samuel Huntington denominó la tercera ola de la democratización y que tuvo a comienzos de los noventa un punto de quiebre con la caída del Muro de Berlín.
El libro comienza con un recorrido por la Internacional Socialista, poniendo eje en el contexto internacional y la organización interna de la agrupación madre de los diversos movimientos analizados. Desde ese punto de partida, Fernando Pedrosa propone el recorrido por cómo derramó en cada uno de los países del continente la IS y cómo se adaptaron en cada uno las ideas que venían de expandirse con éxito por Europa. A lo largo de la obra, Pedrosa desnuda la existencia de una densa y, a la vez, flexible red que, por detrás de los congresos y los discursos oficiales, manejaba información, dinero, legitimación, acceso, formación y hasta protección personal cuando la coyuntura lo exigía, en base a una meticulosa investigación que incluye entrevistas personales a protagonistas de los sucesos como Soares y gente muy cercana a Willy Brandt, González y Palme, entre otros.
Una red que no sólo incluía a los socialdemócratas y afines, sino que abría las puertas a todos los que buscaban escapar desde la izquierda a la polarización de la Guerra Fría. Por eso estaban los sandinistas, los revolucionarios de la isla de Granada, los salvadores cercanos al FMLN y hasta los montoneros, que buscaron afanosamente incorporarse a la red socialdemócrata. Y más tarde se sumaron Raúl Alfonsín, Julio Sanguinetti, Rodrigo Borja (Ecuador) y Alan García. Incluso en 1979 ya aparece Lula en esas redes y también el hondureño Manuel Zelaya. Los participantes de esa red compartían muchas cosas, además de sus intereses políticos inmediatos. Eran viejos políticos, algunos de ellos considerados estadistas en sus países, pero que, sobre todo, tenían en su haber las luchas contra las dictaduras (latinoamericanas pero también nazis, franquistas y salazaristas). También tienen en común el exilio, las persecuciones sufridas, el temor a la guerra pasada y a una próxima y valoran el respeto a los derechos humanos por su propia experiencia.
Este mundo simbólico común facilitó el accionar común, a pesar de las diferencias personales e ideológicas que mantenían. El lugar elegido para estrechar esas relaciones y agruparse fue la Internacional Socialista y Brandt fue su presidente entre 1976 y 1992. El libro muestra como la Internacional operó en el contexto latinoamericano y cómo influyó en los procesos de democratización de la región de formas más o menos públicas. Durante los gobiernos de Ronald Reagan fueron muy mal vistos por los EE.UU. y mantuvieron interesantes y ambiguas relaciones con la URSS pero sobre todo con Yugoslavia y Polonia.
El libro es una historia política exhaustiva de la Internacional Socialista, pero también es una historia de la política internacional en la Guerra Fría desde una perspectiva original. Además deja planteados varios debates que también están vigentes hoy en día. Uno, por ejemplo, sobre si en los años ’70 y ’80 hubo en América Latina otros proyectos de izquierda que no eran ni radicalizados ni armados y que fueron potentes y, por momentos, exitosos y, sobre todo, más influyentes que aquellos grupos que son hoy el foco de atención de los historiadores que trabajan esa época.
A lo largo de la obra, el autor también rompe con la idea de la socialdemocracia como una foto estática que la vincula exclusivamente a las décadas de la posguerra y la construcción de Estados de Bienestar. Los muestra activos y con ramificaciones desconocidas. En los setenta hay un gran cambio programático, propone Pedrosa, que hace posible una alianza con los políticos latinoamericanos y africanos. Esta alianza se venía frustrando desde décadas anteriores por la incapacidad socialdemócrata de aceptar otros puntos de vistas en sus políticas.
En definitiva, además de presentar una buena historia política de un sector pocas veces relatado, la documentación que aporta la obra avanza en esa dirección para echar luz sobre los vínculos estrechos que, a un lado y otro del Atlántico, mantuvieron encendida la convicción de no caer en la lectura binaria que querían imponer Estados Unidos y la Unión Soviética y que fue posible hacerlo con una fuerte defensa de la democracia y el respeto de los derechos humanos como estandartes.
Fuente: El Estadista