Sam no es mi tío
(El Tiempo/Colombia) Recorrer estos relatos deja ver que, según el país de América Latina de donde se venga, puede variar la idea de Estados Unidos. 'Creo que los argentinos tenemos la relación más antiamericana de América Latina -opina Fonseca-. Colombia, me da la impresión, tiene un vínculo más amistoso. Los mexicanos tienen el suyo. Cada uno vive su relación de resistencia, dependiendo de dónde esté parado ideológicamente'. El título apareció como un mensaje provocador y es una buena conclusión de las crónicas.
(El Tiempo/Colombia) Este es un libro que nació a sabiendas de que sería un "excelente fracaso". Así lo describe Diego Fonseca, el autor argentino que tuvo la idea de hacerlo, que convocó al grupo de cronistas que lo escribieron, y que lo editó.
'Sam no es mi tío' pretende narrar un país: Estados Unidos. Y sí: eso resulta difícil.
"No es posible entender una nación en su complejidad -dice Fonseca-. Y dadas las dimensiones continentales de Estados Unidos, aún más. Por eso, lo que ofrece es una especie de caleidoscopio, una suma de miradas sobre un país del que todos tenemos nuestra propia opinión".
La idea de hacerlo nació cuando Fonseca acababa de llegar a Miami, desde México, recién casado y con un trabajo por estrenar. Iba a editar una revista. Pero la bienvenida que recibió fue la peor oleada de la crisis económica de la era Bush. Tan pronto llegó, la revista en la que iba a trabajar se declaró en quiebra.
Fonseca pensó, entonces, en hacer lo que sabe: escribir. Hacer crónicas. Pero ¿a quién se las vendía? ¿En qué medio podría verlas impresas? Se preguntó qué harían sus colegas latinoamericanos en Estados Unidos, dónde publicarían, qué estarían escribiendo. Y se le ocurrió que hacía falta un punto de comunión. "La idea me dio vueltas en la cabeza hasta que apareció el libro", dice Fonseca, que es editor asociado de la revista Etiqueta Negra y autor del libro de relatos South Beach . Se puso así en la tarea de reunir un grupo de cronistas para hablar de ese territorio en común: el del Tío Sam.
"No buscaba repetir lugares comunes, como la inmigración ilegal o las críticas al 'Imperio' -explica-. Es muy fácil cargar a Estados Unidos por su rol de 'policía del resto del mundo'. Mi objetivo era otro: tratar de explicar las relaciones con este país desde dentro y desde fuera. Mirar las contradicciones internas de forma astuta. A partir de lo cotidiano, hablar de conflictos universales".
Con este objetivo claro, Fonseca fue construyendo el libro junto a su coeditora, la brasileña Aileen El-Kadi, que trabaja en Estados Unidos como investigadora cultural y traductora literaria. Buscaron a los autores. Pretendían sumar personas que vivieran en Estados Unidos, que hubieran vivido y que nunca hubieran visitado ese país. Convocaron a escritores y periodistas de casi toda América Latina, entre quienes están Jorge Volpi, Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón, Claudia Piñeiro, Joaquín Botero y Juan Pablo Meneses. El único 'gringo' que aparece es el cronista de The New Yorker , Jon Lee Anderson (que analiza el tema 'al revés').
El objetivo era, por medio de la crónica, el testimonio o el ensayo, responderse la pregunta de qué representa hoy ese país para los latinos. "Todos hemos sido tocados directa o indirectamente por Estados Unidos. No hay modo de escapar a su imaginario".
A lo largo de las páginas de Sam no es mi tío aparecerán el impacto que significó el ataque contra las Torres Gemelas, el recrudecimiento de la xenofobia, la sensación de soledad, la falsa felicidad, la búsqueda de un lugar, el mito de un sueño americano visto desde ángulos trágicos o alegres, la forma diversa en que cada persona enfrenta ese país.
"Concluí, entonces, que si quería seguir en territorio norteamericano, debía acoplarme al molde yanqui a cualquier precio y borrar, lo más rápido posible, todas toooooodas mis marcas latinas y semíticas", dice Aileen El Kadi en uno de los relatos incluidos.
El cronista peruano Daniel Alarcón describe a esa persona que llega sola a un territorio que le es inhóspito y desconocido: "Donde quiera que vayas en Estados Unidos, no importa cuán lejos vayas, verás el resto del mundo. Donde quiera que vayas, si observas, encontrarás un lugar al cual pertenecer. Este país es gigante. Cincuenta enormes, ridículamente desmedidos estados. Un país de esteroides, una nación multilingüe, multicultural narcotizada con dosis cuasi mortales de televisión y dulces y dinero y mantenida -apenas- por una gran, inextinguible esperanza".
No hay un solo Estados Unidos. Como no hay una Colombia. La definición depende de dónde se pone el foco. Lo que aparece en Sam no es mi tío son múltiples miradas. Crónicas que narran casos particulares, historias que describen a miles de personas.
Cuando el colombiano Joaquín Botero se graduó de periodista, decidió probar suerte en Estados Unidos. Durante un tiempo, trabajó en su campo de manera ilegal, hasta que la revista donde escribía lo despidió por no tener papeles. Ahora, trabaja en Murray's, donde corta y vende quesos. "Antes, sin papeles, no podía trabajar como periodista. Ahora, con ellos, encuentro que mi profesión casi ha desaparecido. ¿Algún día dejaré herrumbrar mis cuchillos en este país y será mi verbo el que tenga filo?", se pregunta en un texto que relata de qué forma, en un espacio como un local de quesos, se establecen relaciones de poder.
Fonseca narra la historia de Alberto, que llegó a Estados Unidos proveniente de Colombia, armó en Miami un negocio de venta de equipos de sonido, juntó dinero, pensó que estaba alcanzando el sueño, compró una casa más grande que la que necesitaba, se endeudó, y la crisis llegó y se llevó todo. Mientras se arruinaban, Alberto se disfrazaba en una vida diferente, de viajes y lujo, en su perfil de Facebook.
Sam no es mi tío muestra también la fascinación que ese país genera. Ese sentido doble que acompaña siempre la idea de Estados Unidos. "Muy pocas naciones -agrega el editor- provocan esa sensación de 'te quiero y te odio', 'te adoro, pero te aporreo'".
Claudia Piñeiro, novelista argentina, hace una crónica corta de un viaje suyo a Miami. Claudia iba a una conferencia, pero la invitación de una amiga la llevó a alquilar un carro y dirigirse hacia su casa. No llegó a la cita. Se perdió. "Confirmé que el Miami de muchos argentinos es una construcción teórica, una abstracción donde incluimos y excluimos los conceptos que se nos antojan", dice Piñeiro.
Al final de su viaje, la novelista recibió una postal de su amiga donde aparecía un grupo brindando en su nombre. "Se les veía sonrientes, demasiado sonrientes (...). Empecé a sospechar que tal vez había sido mejor que no hubiese encontrado el camino. No sé si hubiera soportado tanta felicidad. No sé si ellos hubieran soportado que a mí me fuera bien en Argentina. Y quisiera volver", escribe Piñeiro.
Las caras del triunfo. También las del fracaso. Todas se encuentran en estas páginas. La periodista Gabriela Esquivada cuenta la historia de la 'Gata', una cantante de tango argentina que entró como inmigrante ilegal por Río Grande. Su nombre es María Angélica Milán, tiene 84 años y pocos la oyen cantar. "¿Será el mundo? ¿Será que los Estados Unidos puede ser un lugar difícil para muchos?", se pregunta Esquivada.
En este libro vive la frontera "como línea de sombra, como lugar común de nuestro tiempo, espacio por naturaleza conflictivo", según la describe el brasileño André de Leones. Está, también, la relación particular de los mexicanos con ese país, como "principales proveedores de inmigrantes en estos años".
El autor mexicano Yuri Herrera (que vive en El Paso, Texas) describe una visión particular del 11 de septiembre: "Ese día me pareció que los gringos no solo estaban encabronados por el ataque, sino doblemente encabronados porque podía sentirse que, entre la mayoritaria población mexicana, no había rabia ni reaccionábamos como si eso hubiera sido la peor ignominia en la historia de la humanidad, porque no lo era".
Recorrer estos relatos deja ver que, según el país de América Latina de donde se venga, puede variar la idea de Estados Unidos. "Creo que los argentinos tenemos la relación más antiamericana de América Latina -opina Fonseca-. Colombia, me da la impresión, tiene un vínculo más amistoso. Los mexicanos tienen el suyo. Cada uno vive su relación de resistencia, dependiendo de dónde esté parado ideológicamente".
El título apareció como un mensaje provocador y es una buena conclusión de las crónicas. El sabor que deja leerlas es que el viejo Tío Sam ya no es el de antes. Ya no representa ni a Estados Unidos ni a la relación de los latinos con esa nación. Según Fonseca, "este país vive hoy un proceso de transición. Está viendo, entre otras cosas, cómo absorbe la enorme carga mestiza que los latinos le proponen en términos de mixtura".
El Sam de la portada es real, un tipo llamado Jesús, un cubano que se pasea por las calles promoviendo a un abogado de impuestos de La Pequeña Habana, en Miami. Es, también, la representación de que hoy el sueño americano es otro. Tanto como otro es Estados Unidos. "Su hegemonía y su capacidad de ser referente están en entredicho -finaliza Fonseca-. Estados Unidos ha cometido suficientes errores como para que su credibilidad en la región se haya reducido". Tanto, que hoy son muchos los que piensan que Sam ya no es tío de nadie.
(El Tiempo/Colombia) Este es un libro que nació a sabiendas de que sería un "excelente fracaso". Así lo describe Diego Fonseca, el autor argentino que tuvo la idea de hacerlo, que convocó al grupo de cronistas que lo escribieron, y que lo editó.
'Sam no es mi tío' pretende narrar un país: Estados Unidos. Y sí: eso resulta difícil.
"No es posible entender una nación en su complejidad -dice Fonseca-. Y dadas las dimensiones continentales de Estados Unidos, aún más. Por eso, lo que ofrece es una especie de caleidoscopio, una suma de miradas sobre un país del que todos tenemos nuestra propia opinión".
La idea de hacerlo nació cuando Fonseca acababa de llegar a Miami, desde México, recién casado y con un trabajo por estrenar. Iba a editar una revista. Pero la bienvenida que recibió fue la peor oleada de la crisis económica de la era Bush. Tan pronto llegó, la revista en la que iba a trabajar se declaró en quiebra.
Fonseca pensó, entonces, en hacer lo que sabe: escribir. Hacer crónicas. Pero ¿a quién se las vendía? ¿En qué medio podría verlas impresas? Se preguntó qué harían sus colegas latinoamericanos en Estados Unidos, dónde publicarían, qué estarían escribiendo. Y se le ocurrió que hacía falta un punto de comunión. "La idea me dio vueltas en la cabeza hasta que apareció el libro", dice Fonseca, que es editor asociado de la revista Etiqueta Negra y autor del libro de relatos South Beach . Se puso así en la tarea de reunir un grupo de cronistas para hablar de ese territorio en común: el del Tío Sam.
"No buscaba repetir lugares comunes, como la inmigración ilegal o las críticas al 'Imperio' -explica-. Es muy fácil cargar a Estados Unidos por su rol de 'policía del resto del mundo'. Mi objetivo era otro: tratar de explicar las relaciones con este país desde dentro y desde fuera. Mirar las contradicciones internas de forma astuta. A partir de lo cotidiano, hablar de conflictos universales".
Con este objetivo claro, Fonseca fue construyendo el libro junto a su coeditora, la brasileña Aileen El-Kadi, que trabaja en Estados Unidos como investigadora cultural y traductora literaria. Buscaron a los autores. Pretendían sumar personas que vivieran en Estados Unidos, que hubieran vivido y que nunca hubieran visitado ese país. Convocaron a escritores y periodistas de casi toda América Latina, entre quienes están Jorge Volpi, Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón, Claudia Piñeiro, Joaquín Botero y Juan Pablo Meneses. El único 'gringo' que aparece es el cronista de The New Yorker , Jon Lee Anderson (que analiza el tema 'al revés').
El objetivo era, por medio de la crónica, el testimonio o el ensayo, responderse la pregunta de qué representa hoy ese país para los latinos. "Todos hemos sido tocados directa o indirectamente por Estados Unidos. No hay modo de escapar a su imaginario".
A lo largo de las páginas de Sam no es mi tío aparecerán el impacto que significó el ataque contra las Torres Gemelas, el recrudecimiento de la xenofobia, la sensación de soledad, la falsa felicidad, la búsqueda de un lugar, el mito de un sueño americano visto desde ángulos trágicos o alegres, la forma diversa en que cada persona enfrenta ese país.
"Concluí, entonces, que si quería seguir en territorio norteamericano, debía acoplarme al molde yanqui a cualquier precio y borrar, lo más rápido posible, todas toooooodas mis marcas latinas y semíticas", dice Aileen El Kadi en uno de los relatos incluidos.
El cronista peruano Daniel Alarcón describe a esa persona que llega sola a un territorio que le es inhóspito y desconocido: "Donde quiera que vayas en Estados Unidos, no importa cuán lejos vayas, verás el resto del mundo. Donde quiera que vayas, si observas, encontrarás un lugar al cual pertenecer. Este país es gigante. Cincuenta enormes, ridículamente desmedidos estados. Un país de esteroides, una nación multilingüe, multicultural narcotizada con dosis cuasi mortales de televisión y dulces y dinero y mantenida -apenas- por una gran, inextinguible esperanza".
No hay un solo Estados Unidos. Como no hay una Colombia. La definición depende de dónde se pone el foco. Lo que aparece en Sam no es mi tío son múltiples miradas. Crónicas que narran casos particulares, historias que describen a miles de personas.
Cuando el colombiano Joaquín Botero se graduó de periodista, decidió probar suerte en Estados Unidos. Durante un tiempo, trabajó en su campo de manera ilegal, hasta que la revista donde escribía lo despidió por no tener papeles. Ahora, trabaja en Murray's, donde corta y vende quesos. "Antes, sin papeles, no podía trabajar como periodista. Ahora, con ellos, encuentro que mi profesión casi ha desaparecido. ¿Algún día dejaré herrumbrar mis cuchillos en este país y será mi verbo el que tenga filo?", se pregunta en un texto que relata de qué forma, en un espacio como un local de quesos, se establecen relaciones de poder.
Fonseca narra la historia de Alberto, que llegó a Estados Unidos proveniente de Colombia, armó en Miami un negocio de venta de equipos de sonido, juntó dinero, pensó que estaba alcanzando el sueño, compró una casa más grande que la que necesitaba, se endeudó, y la crisis llegó y se llevó todo. Mientras se arruinaban, Alberto se disfrazaba en una vida diferente, de viajes y lujo, en su perfil de Facebook.
Sam no es mi tío muestra también la fascinación que ese país genera. Ese sentido doble que acompaña siempre la idea de Estados Unidos. "Muy pocas naciones -agrega el editor- provocan esa sensación de 'te quiero y te odio', 'te adoro, pero te aporreo'".
Claudia Piñeiro, novelista argentina, hace una crónica corta de un viaje suyo a Miami. Claudia iba a una conferencia, pero la invitación de una amiga la llevó a alquilar un carro y dirigirse hacia su casa. No llegó a la cita. Se perdió. "Confirmé que el Miami de muchos argentinos es una construcción teórica, una abstracción donde incluimos y excluimos los conceptos que se nos antojan", dice Piñeiro.
Al final de su viaje, la novelista recibió una postal de su amiga donde aparecía un grupo brindando en su nombre. "Se les veía sonrientes, demasiado sonrientes (...). Empecé a sospechar que tal vez había sido mejor que no hubiese encontrado el camino. No sé si hubiera soportado tanta felicidad. No sé si ellos hubieran soportado que a mí me fuera bien en Argentina. Y quisiera volver", escribe Piñeiro.
Las caras del triunfo. También las del fracaso. Todas se encuentran en estas páginas. La periodista Gabriela Esquivada cuenta la historia de la 'Gata', una cantante de tango argentina que entró como inmigrante ilegal por Río Grande. Su nombre es María Angélica Milán, tiene 84 años y pocos la oyen cantar. "¿Será el mundo? ¿Será que los Estados Unidos puede ser un lugar difícil para muchos?", se pregunta Esquivada.
En este libro vive la frontera "como línea de sombra, como lugar común de nuestro tiempo, espacio por naturaleza conflictivo", según la describe el brasileño André de Leones. Está, también, la relación particular de los mexicanos con ese país, como "principales proveedores de inmigrantes en estos años".
El autor mexicano Yuri Herrera (que vive en El Paso, Texas) describe una visión particular del 11 de septiembre: "Ese día me pareció que los gringos no solo estaban encabronados por el ataque, sino doblemente encabronados porque podía sentirse que, entre la mayoritaria población mexicana, no había rabia ni reaccionábamos como si eso hubiera sido la peor ignominia en la historia de la humanidad, porque no lo era".
Recorrer estos relatos deja ver que, según el país de América Latina de donde se venga, puede variar la idea de Estados Unidos. "Creo que los argentinos tenemos la relación más antiamericana de América Latina -opina Fonseca-. Colombia, me da la impresión, tiene un vínculo más amistoso. Los mexicanos tienen el suyo. Cada uno vive su relación de resistencia, dependiendo de dónde esté parado ideológicamente".
El título apareció como un mensaje provocador y es una buena conclusión de las crónicas. El sabor que deja leerlas es que el viejo Tío Sam ya no es el de antes. Ya no representa ni a Estados Unidos ni a la relación de los latinos con esa nación. Según Fonseca, "este país vive hoy un proceso de transición. Está viendo, entre otras cosas, cómo absorbe la enorme carga mestiza que los latinos le proponen en términos de mixtura".
El Sam de la portada es real, un tipo llamado Jesús, un cubano que se pasea por las calles promoviendo a un abogado de impuestos de La Pequeña Habana, en Miami. Es, también, la representación de que hoy el sueño americano es otro. Tanto como otro es Estados Unidos. "Su hegemonía y su capacidad de ser referente están en entredicho -finaliza Fonseca-. Estados Unidos ha cometido suficientes errores como para que su credibilidad en la región se haya reducido". Tanto, que hoy son muchos los que piensan que Sam ya no es tío de nadie.