«El negro ese»
Boitel Vive. Testimonio desde el actual presidio político cubano.
Jorge Luis García Pérez (Antúnez) ha tenido que pagar doblemente la orfandad cívica de los cubanos.
Por Jairo Ríos, Ciudad de La Habana
Jueves 16 de febrero de 2006
El caso del preso político cubano Jorge Luis García Pérez (Antúnez) sigue siendo objeto de diversas promociones a favor de su liberación, aunque todavía no es visible la articulación de un movimiento internacional que reclame justicia por él. Y no es que su caso difiera del de los más de trescientos convictos que malviven en el gulag tropical de Fidel Castro.
Lo que sucede es que Antúnez se ha erigido en la voz denunciante de la tortura cotidiana. Siendo negro y pobre, sin vínculo intelectual con reconocidas instituciones ni acceso a medios de prensa extranjeros, Antúnez ha tenido que pagar tal vez doble o triple la orfandad cívica de los cubanos.
No hay que olvidar que este hombre, preso desde 1990, es quizás hoy uno de los más veteranos rehenes políticos en todo el mundo; por ello ha sido centro de algunas almas caritativas, que sin medir el precio del peligro se han lanzado a la búsqueda del testimonio que éste guarda celosamente. Ejemplo de ello es el título Boitel Vive - Testimonio desde el actual presidio político cubano, una compilación de datos, recuerdos y postulados que Antúnez logró sacar de las diversas prisiones en que ha estado en estos casi dieciséis años de cautiverio.
Editado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL), con sede en Argentina, y la Fundación Adenauer, de Alemania, es una muestra de cómo la fuerza bruta de un poder totalitario no puede cercenar las ansias de libertad de un hombre, incluso desde el fondo de un infierno como lo es cualquier reclusorio cubano.
De este libro se ha hablado bastante, pero no por eso hay que dejar de destacar la lucidez de este hombre para contar con lujo de detalles las numerosas golpizas, los vejámenes morales y físicos, los intentos de chantaje, sin que hayan hecho mella en su dignidad.
Sordera de los medios
¿Qué ha hecho Antúnez para que caiga sobre él la más brutal y encarnizada de las represiones? ¿A qué se debe el confinamiento riguroso que le imponen sus verdugos?
¿Sabrán ellos la semejanza en que ponen a las cárceles cubanas del Combinado del Este, Kilo 8, Canaleta y otras más, con sus pares Fort Elizabeth y Johannesburgo, donde antes estuviera Nelson Mandela, aquel tan reclamado por la maquinaria propagandística del régimen caribeño?
¿Hay alguna diferencia entre las causas por las sufrieron y/o sufren Mandela, Gandhi, Mumia y Antúnez y los más de trescientos que hay en las protocárceles cubanas, respectivamente? Respuesta: sí y no.
Sí, porque aunque aquellos lucharon por ideales más o menos parecidos, en algunos casos apelaron a la violencia. Y no, porque tanto al propio Antúnez como a otros célebres presos políticos cubanos (Hubert Matos, Mario Chanes de Armas y Raúl Rivero, por ejemplo) jamás la idea de abandonar la lucha pacífica les pasó o pasa por la mente. La mayoría de estos luchadores ya ha perdonado a sus verdugos por los sufrimientos infligidos, amén de la justicia que reclaman para que, cuando la luz se haga, esto no se vuelva a repetir.
Cuando los más conocidos reos políticos extranjeros han merecido y obtenido las más grandes campanadas sonando por su libertad, para que el mundo no se duerma sin saber que hay gente que sufre así, cubanos como Antúnez y Oscar Elías Biscet padecen la sordera de algunos medios y la ignorancia de ciertas organizaciones empeñadas en tributar honores a lo más bruñido del mármol totalitario tropical.
Sin camisetas ni pancartas
¿Nadie recuerda ya la intervención descomunal del gobierno de La Habana en cada foro pro Ángela Davis, Raúl Sendic y tantos otros?
En La Habana, hasta llegaron a organizarse congresos y encuentros sociales al efecto. Por eso la diferencia, aunque temporal, es abismal. Hoy, ante tanto envalentonamiento y la galopante impunidad de la que goza Fidel Castro, las continuas violaciones de los derechos humanos en Cuba son cuestiones que no interesan mucho a una zona nada desdeñable del concierto mediático internacional.
Por desgracia para los que padecen encierro, los jóvenes progres del mundo no llevan camisetas, pancartas ni llaveros con los rostros demacrados de Léster González Pentón (26 años de condena), Ricardo González Alfonso (26 años), Regis Iglesias o René Gómez Manzano. Estos no tienen al parecer el aura de Lennon y Guevara. Sus caras no lucen en las pancartas, camisetas y mochilas, no son la estampa icónica del típico luchador de los años sesenta del pasado siglo.
Estos rostros no aparecerán todavía en las portadas de Times o Newsweek, abiertos hoy a empeños de otra cuantía. Pero hay otra prensa que sí debería, pero ni quiere ni siente, en esa carrera de zorros y descanso de avestruz. Es que en Cuba el llamado Cuarto Poder tiene celosos hacedores y guardianes, con los ojos puestos en el cafetín y la alharaca que complace al senil Comandante. Pero no por mucho tiempo más.
Figuras como Gandhi y Mandela ondearon y ondean aún en las banderas izadas por una opinión pública más digna. Antúnez también lo hará.
Clic aquí para ver la nota sobre el libro
Jorge Luis García Pérez (Antúnez) ha tenido que pagar doblemente la orfandad cívica de los cubanos.
Por Jairo Ríos, Ciudad de La Habana
Jueves 16 de febrero de 2006
El caso del preso político cubano Jorge Luis García Pérez (Antúnez) sigue siendo objeto de diversas promociones a favor de su liberación, aunque todavía no es visible la articulación de un movimiento internacional que reclame justicia por él. Y no es que su caso difiera del de los más de trescientos convictos que malviven en el gulag tropical de Fidel Castro.
Lo que sucede es que Antúnez se ha erigido en la voz denunciante de la tortura cotidiana. Siendo negro y pobre, sin vínculo intelectual con reconocidas instituciones ni acceso a medios de prensa extranjeros, Antúnez ha tenido que pagar tal vez doble o triple la orfandad cívica de los cubanos.
No hay que olvidar que este hombre, preso desde 1990, es quizás hoy uno de los más veteranos rehenes políticos en todo el mundo; por ello ha sido centro de algunas almas caritativas, que sin medir el precio del peligro se han lanzado a la búsqueda del testimonio que éste guarda celosamente. Ejemplo de ello es el título Boitel Vive - Testimonio desde el actual presidio político cubano, una compilación de datos, recuerdos y postulados que Antúnez logró sacar de las diversas prisiones en que ha estado en estos casi dieciséis años de cautiverio.
Editado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL), con sede en Argentina, y la Fundación Adenauer, de Alemania, es una muestra de cómo la fuerza bruta de un poder totalitario no puede cercenar las ansias de libertad de un hombre, incluso desde el fondo de un infierno como lo es cualquier reclusorio cubano.
De este libro se ha hablado bastante, pero no por eso hay que dejar de destacar la lucidez de este hombre para contar con lujo de detalles las numerosas golpizas, los vejámenes morales y físicos, los intentos de chantaje, sin que hayan hecho mella en su dignidad.
Sordera de los medios
¿Qué ha hecho Antúnez para que caiga sobre él la más brutal y encarnizada de las represiones? ¿A qué se debe el confinamiento riguroso que le imponen sus verdugos?
¿Sabrán ellos la semejanza en que ponen a las cárceles cubanas del Combinado del Este, Kilo 8, Canaleta y otras más, con sus pares Fort Elizabeth y Johannesburgo, donde antes estuviera Nelson Mandela, aquel tan reclamado por la maquinaria propagandística del régimen caribeño?
¿Hay alguna diferencia entre las causas por las sufrieron y/o sufren Mandela, Gandhi, Mumia y Antúnez y los más de trescientos que hay en las protocárceles cubanas, respectivamente? Respuesta: sí y no.
Sí, porque aunque aquellos lucharon por ideales más o menos parecidos, en algunos casos apelaron a la violencia. Y no, porque tanto al propio Antúnez como a otros célebres presos políticos cubanos (Hubert Matos, Mario Chanes de Armas y Raúl Rivero, por ejemplo) jamás la idea de abandonar la lucha pacífica les pasó o pasa por la mente. La mayoría de estos luchadores ya ha perdonado a sus verdugos por los sufrimientos infligidos, amén de la justicia que reclaman para que, cuando la luz se haga, esto no se vuelva a repetir.
Cuando los más conocidos reos políticos extranjeros han merecido y obtenido las más grandes campanadas sonando por su libertad, para que el mundo no se duerma sin saber que hay gente que sufre así, cubanos como Antúnez y Oscar Elías Biscet padecen la sordera de algunos medios y la ignorancia de ciertas organizaciones empeñadas en tributar honores a lo más bruñido del mármol totalitario tropical.
Sin camisetas ni pancartas
¿Nadie recuerda ya la intervención descomunal del gobierno de La Habana en cada foro pro Ángela Davis, Raúl Sendic y tantos otros?
En La Habana, hasta llegaron a organizarse congresos y encuentros sociales al efecto. Por eso la diferencia, aunque temporal, es abismal. Hoy, ante tanto envalentonamiento y la galopante impunidad de la que goza Fidel Castro, las continuas violaciones de los derechos humanos en Cuba son cuestiones que no interesan mucho a una zona nada desdeñable del concierto mediático internacional.
Por desgracia para los que padecen encierro, los jóvenes progres del mundo no llevan camisetas, pancartas ni llaveros con los rostros demacrados de Léster González Pentón (26 años de condena), Ricardo González Alfonso (26 años), Regis Iglesias o René Gómez Manzano. Estos no tienen al parecer el aura de Lennon y Guevara. Sus caras no lucen en las pancartas, camisetas y mochilas, no son la estampa icónica del típico luchador de los años sesenta del pasado siglo.
Estos rostros no aparecerán todavía en las portadas de Times o Newsweek, abiertos hoy a empeños de otra cuantía. Pero hay otra prensa que sí debería, pero ni quiere ni siente, en esa carrera de zorros y descanso de avestruz. Es que en Cuba el llamado Cuarto Poder tiene celosos hacedores y guardianes, con los ojos puestos en el cafetín y la alharaca que complace al senil Comandante. Pero no por mucho tiempo más.
Figuras como Gandhi y Mandela ondearon y ondean aún en las banderas izadas por una opinión pública más digna. Antúnez también lo hará.
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