Globalizar la democracia. Por un Parlamento Mundial. de Fernando A. Iglesias
Globalizar la democracia.
Por un Parlamento Mundial.
Fernando A. Iglesias, Manantial, 2006.
Buenos Aires.
A veces tememos llevar la lógica de nuestros pensamientos hasta las últimas consecuencias. Tememos quedarnos aislados, estar en tierra de nadie, pensar solos. Esperamos a alguien que lo haga por nosotros, un explorador que no tenga miedo a la lógica de su pensamiento.
Fernando A. Iglesias es uno de esos exploradores que se aventuran en las incertidumbres del futuro. Quiere un Parlamento Mundial, pues señala que todo se ha globalizado menos la democracia. Somos víctimas pasivas de un huracán de la historia que nos arrastra o nos eleva a su propio arbitrio, y en general nos encuentra desarticulados e indefensos.
La idea es inmensa, desmesurada, pero lógica y finalmente necesaria. Es una idea disponible para cuando llegue su momento. Iglesias cita un documento de 1992 de la Internacional Liberal donde se pide la creación de un parlamento mundial que "podría añadir un valor democrático a la misma ONU y a la vida de los pueblos de todo el mundo". Su necesidad es inmediata, pero nunca ha alcanzado eso para que una idea se realice en la historia. La idea espera su momento universalista, que posiblemente surgirá de circunstancias que hoy no podemos siquiera prever.
El libro nos muestra que ya no es una idea de unos pocos, que los líderes mundiales de la política y de las ideas están hace varios años juntando masa crítica para la construcción de ese artefacto democratizante. Por ejemplo, en el mundo de las ideas, han promovido una democracia mundial desde el fundador de la sociología argentina, Gino Germani, hasta el teórico de la democracia David Held y el economista indio Amartya Sen.
El nacionalismo "tribal" es su enemigo. Quizás el libro allí debería intentar explicar más las razones del arraigo y la persistencia de ese sentimiento y artefacto político que es la nación, que nos viene asombrando por su constante vigor durante los últimos dos siglos. El nacionalismo siempre tiene la capacidad de reconstruirse como un refugio de última instancia para que los habitantes se sientan fuertes frente a las inseguridades de este mundo. Iglesias reconoce que "la mayoría de las personas lo consideran un dato inmodificable de la realidad limpiamente derivado de la naturaleza de las cosas; como si Dios hubiese utilizado un octavo día de la Creación para dividir los rebaños humanos según sus trazos étnicos, trazar fronteras, establecer capitales, diseñar banderas, organizar ejércitos y construir ferrovías". Y desafiante, Iglesias concluye: "Lejos de este realismo mágico nacionalista que ha naturalizado lo que es político y social, si a la larga jornada de la humanidad fuese contenida en un solo día las naciones-estado hubieran aparecido...en los últimos cuatro segundos y medio" (p. 157)
Las decisiones más globales hoy se toman en las Naciones Unidas, con difícil capacidad de realización, y en otras construcciones como el Grupo de los Ocho, con mayor operatividad. Sobre este último dice Iglesias, en forma rotunda, "nadie ha elegido el G8 para tomar decisiones globales que afectan a todos los seres humanos" (p. 87). Sobre la ONU, señala su déficit democrático en una metáfora magistral: "La ONU es una matrioshka rusa. Dentro de la primera muñeca, aparentemente mundial, se esconde una inter-nacional. El que la abre descubre que lo internacional es, en realidad, inter-estatal. Después, resulta que la muñeca interestatal guarda en su interior una inter-gubernamental, lo que deja afuera de los mecanismos de representación a la oposición, los parlamentos y los ciudadanos. Cuando se abre la última matrioshka de la ONU hay un señor pelado con un portafolio de instrucciones que le dio su gobierno, que habla en nombre de los intereses comunes de la humanidad y el legado a las futuras generaciones, pero defiende los intereses de la clase política nacional a la que pertenece, ¿Cómo asombrarse de los resultados?" (p.151).
El libro tiene la seriedad de detenerse especialmente en las objeciones al parlamento mundial. Iglesias responde una por una, y en forma abundante, las cuatro que considera más fuertes: es innecesario, es imposible, es insuficiente y es peligroso.
El libro es exhaustivo, ameno, y no teme cuestionar lo políticamente correcto. Es el libro de un ciudadano libre, que forma parte de una república universal de ciudadanos, parecida a aquella república de las letras que erosionó los absolutismos del siglo XVIII en Europa. Es un gesto de libertad para agradecer y para aprender.
Fernando J. Ruiz
Globalizar la democracia.
Por un Parlamento Mundial.
Fernando A. Iglesias, Manantial, 2006.
Buenos Aires.
A veces tememos llevar la lógica de nuestros pensamientos hasta las últimas consecuencias. Tememos quedarnos aislados, estar en tierra de nadie, pensar solos. Esperamos a alguien que lo haga por nosotros, un explorador que no tenga miedo a la lógica de su pensamiento.
Fernando A. Iglesias es uno de esos exploradores que se aventuran en las incertidumbres del futuro. Quiere un Parlamento Mundial, pues señala que todo se ha globalizado menos la democracia. Somos víctimas pasivas de un huracán de la historia que nos arrastra o nos eleva a su propio arbitrio, y en general nos encuentra desarticulados e indefensos.
La idea es inmensa, desmesurada, pero lógica y finalmente necesaria. Es una idea disponible para cuando llegue su momento. Iglesias cita un documento de 1992 de la Internacional Liberal donde se pide la creación de un parlamento mundial que "podría añadir un valor democrático a la misma ONU y a la vida de los pueblos de todo el mundo". Su necesidad es inmediata, pero nunca ha alcanzado eso para que una idea se realice en la historia. La idea espera su momento universalista, que posiblemente surgirá de circunstancias que hoy no podemos siquiera prever.
El libro nos muestra que ya no es una idea de unos pocos, que los líderes mundiales de la política y de las ideas están hace varios años juntando masa crítica para la construcción de ese artefacto democratizante. Por ejemplo, en el mundo de las ideas, han promovido una democracia mundial desde el fundador de la sociología argentina, Gino Germani, hasta el teórico de la democracia David Held y el economista indio Amartya Sen.
El nacionalismo "tribal" es su enemigo. Quizás el libro allí debería intentar explicar más las razones del arraigo y la persistencia de ese sentimiento y artefacto político que es la nación, que nos viene asombrando por su constante vigor durante los últimos dos siglos. El nacionalismo siempre tiene la capacidad de reconstruirse como un refugio de última instancia para que los habitantes se sientan fuertes frente a las inseguridades de este mundo. Iglesias reconoce que "la mayoría de las personas lo consideran un dato inmodificable de la realidad limpiamente derivado de la naturaleza de las cosas; como si Dios hubiese utilizado un octavo día de la Creación para dividir los rebaños humanos según sus trazos étnicos, trazar fronteras, establecer capitales, diseñar banderas, organizar ejércitos y construir ferrovías". Y desafiante, Iglesias concluye: "Lejos de este realismo mágico nacionalista que ha naturalizado lo que es político y social, si a la larga jornada de la humanidad fuese contenida en un solo día las naciones-estado hubieran aparecido...en los últimos cuatro segundos y medio" (p. 157)
Las decisiones más globales hoy se toman en las Naciones Unidas, con difícil capacidad de realización, y en otras construcciones como el Grupo de los Ocho, con mayor operatividad. Sobre este último dice Iglesias, en forma rotunda, "nadie ha elegido el G8 para tomar decisiones globales que afectan a todos los seres humanos" (p. 87). Sobre la ONU, señala su déficit democrático en una metáfora magistral: "La ONU es una matrioshka rusa. Dentro de la primera muñeca, aparentemente mundial, se esconde una inter-nacional. El que la abre descubre que lo internacional es, en realidad, inter-estatal. Después, resulta que la muñeca interestatal guarda en su interior una inter-gubernamental, lo que deja afuera de los mecanismos de representación a la oposición, los parlamentos y los ciudadanos. Cuando se abre la última matrioshka de la ONU hay un señor pelado con un portafolio de instrucciones que le dio su gobierno, que habla en nombre de los intereses comunes de la humanidad y el legado a las futuras generaciones, pero defiende los intereses de la clase política nacional a la que pertenece, ¿Cómo asombrarse de los resultados?" (p.151).
El libro tiene la seriedad de detenerse especialmente en las objeciones al parlamento mundial. Iglesias responde una por una, y en forma abundante, las cuatro que considera más fuertes: es innecesario, es imposible, es insuficiente y es peligroso.
El libro es exhaustivo, ameno, y no teme cuestionar lo políticamente correcto. Es el libro de un ciudadano libre, que forma parte de una república universal de ciudadanos, parecida a aquella república de las letras que erosionó los absolutismos del siglo XVIII en Europa. Es un gesto de libertad para agradecer y para aprender.
Fernando J. Ruiz