Reseñas

06.04.21

Corea del Norte y un testimonio desde el horror

Por numerosas razones, el libro «Un río en la oscuridad», de Masaji Ishikawa, es un testimonio invaluable para todo aquel interesado en Corea del Norte. En primer lugar, Ishikawa es hijo de coreano por parte de padre y japonés por parte de madre, y nació en Japón. Este hecho en absoluto es una rareza en la trayectoria de vida de miles de coreanos y japoneses que nacieron en uno u otro país por el hecho de que Japón mantuvo colonizada a la Península desde el año 1910 hasta la caída del Imperio del Japón en 1945.

Corea del Norte y un testimonio desde el horror

La Asociación general de coreanos residentes en Japón (Chongryon) operaba activamente tanto antes como después de la independencia, manteniendo estrechos contactos con Corea del Norte. La agrupación gestionaba escuelas, negocios, bancos y clubes deportivos juveniles. Si bien sigue activa, su operatividad ha disminuido considerablemente. A través de ella, los coreanos que quedaron viviendo en Japón encontraron una red estrecha de contactos por los cuales reconocerse, cuidarse, buscar trabajo y un mejor porvenir.

El conflicto para Ishikawa comienza cuando su padre, harto de no encontrarse dentro de la vida japonesa dado su origen coreano, decide mudarse con toda su familia a Corea del Norte atento a los cantos de sirena de los norcoreanos de la Asociación. Volver a Corea terminaría de ser la tumba de toda esperanza.

En segundo lugar, al llegar, son categorizados dentro del régimen de Songbun en el cual toda su familia ocupaba el último lugar, dado que su padre estaba casado con una mujer japonesa. De allí en más, todo intento por más mínimo que fuera por mejorar su vida resultaría imposible. No poder asistir a la Universidad, no disponer de un salario, no poder disponer de un centro de salud ni donde vivir dignamente. Toda la vida familiar estaba a disposición de los hombres del Partido de los Trabajadores de Corea (KWP).

“Un río en la oscuridad”, de Masaji IshikawaDespertarse en el piso de tierra, desayunar gachas de harina de maíz espesada con agua, horarios extenuantes laborales donde no existía un segundo de ocio, ya para la supervivencia misma ya para el trabajo asignado a cada miembro de la familia, eran el día a día de toda la familia. El hambre constantemente atormentaba a la familia y se llegaba a calmar con polvo de arroz. En palabras de Ishikawa, la vida en Corea del Norte era “una lucha desesperada por salir adelante día a día”.

El relato de la muerte de Kim Il-Sung donde toda su familia lloró la muerte del dictador con pánico por lo que el futuro le depararía, a pesar de los tratos infrahumanos a que fueron sometidos, son una de las escenas más interesantes del testimonio, así como la situación de hambruna extrema que sufrió todo el país con el colapso del modelo agrario en que se sostenía después de 1994.

Ishikawa describe de este modo tal escena: “la gente hambrienta se paseaba sin esperanza ninguna, mientras otros simplemente se quedaban tirados en la calle. Al poco tiempo, también hubo cadáveres tumbados a plena vista, abandonados a la descomposición. Mujeres. Ancianos. Niños”. Los dos años siguientes la situación fue empeorando “hasta tal punto que al final empezamos a comer cualquier mala hierba que encontrábamos. Recolectábamos cosas que durante siglos se habían considerado nefastas y las hervíamos para intentar que perdiesen su dureza. Pero no había manera. Seguían teniendo un sabor repugnante. Y nos causaban unas reacciones espantosas: se nos hinchaba el cuerpo y la cara, la orina se nos ponía roja, azul incluso. Todos sufríamos de diarrea crónica. Ni siquiera podíamos andar en ese estado”.

El trabajo de Barbara Demick en “Querido líder” para el caso norcoreano que recopila los testimonios de quienes pudieron escapar o de Frank Dikotter para el caso chino en “la gran hambruna en la China de Mao” sirven también de ejemplos de cómo las políticas socialistas de aquellos años llevaron a estos estados de supervivencia o muerte masiva a sus propias poblaciones.

Finalmente, acosado por el hambre y la necesidad de escapar, Ishikawa logró pasar a la frontera china y recibir ayuda del consulado japonés en Shenyang para volver a Japón. En la actualidad vive en Japón pero no vive al pensar que dejó a su familia en Corea del Norte, además de haber vuelto a un Japón al cual no reconoce y no se siente parte. La adaptación de aquellos que lograron escapar de Corea del Norte es el nuevo gran desafío que sufren, vacilantes ante el ser que dejaron detrás y el nuevo que deben conformar en un mundo totalmente distinto en el que viven.