Ritual Murder in Russia, Eastern Europe, and Beyond, de Eugene Avrutin et al.
Estos especialistas en historia judía se centraron en las acusaciones de asesinato ritual o “libelo de sangre” en Rusia y Europa oriental, en donde llegaron a procesos judiciales en la primera mitad del siglo XX. No es casual, pues, que a fines del siglo XIX naciera en Praga la contrafigura legendaria del Golem, un homúnculo creado para cuidar a los judíos frente a las persecuciones.
Publicado en 2017, este libro recopila una serie de estudios en torno a la leyenda del “asesinato ritual” que nació en el siglo XII en el occidente europeo, y que luego se extendió hacia el centro y el Este del viejo continente, llegando a las costas de Medio Oriente. Se trata de la acusación de que los judíos, para celebrar Pésaj, hacían su matzá (pan ácimo) con la sangre de un niño cristiano. Cuando en la proximidad de la Pascua desaparecía un niño o era encontrado asesinado, automáticamente se culpaba a la comunidad judía local de haber cometido el crimen. Esta acusación se debía a la convicción de que los judíos eran un grupo de creencias satánicas al rechazar a Jesús como Mesías e hijo de Dios. Si bien la jerarquía de la Iglesia Católica Romana, en varias oportunidades, hizo pronunciamientos claros de que tal práctica no existía, su arraigo en los prejuicios causó persecuciones y muertes durante varios siglos.
Estos especialistas en historia judía se centraron en las acusaciones de asesinato ritual o “libelo de sangre” en Rusia y Europa oriental, en donde llegaron a procesos judiciales en la primera mitad del siglo XX. No es casual, pues, que a fines del siglo XIX naciera en Praga la contrafigura legendaria del Golem, un homúnculo creado para cuidar a los judíos frente a las persecuciones.
Donde más acusaciones de “asesinato ritual” hubo fue en el Imperio de Rusia, gigante y heterogéneo, en el que el poder se centraba en la figura del Zar, un autócrata que se consideraba el monarca de la Tercera Roma, heredero de Bizancio y custodio del cristianismo. En el siglo XVIII, Rusia incorporó a su territorio lo que antes fue la comunidad lituano-polaca en donde residían cientos de miles de judíos, que debieron permanecer en lo que se estableció como “zona de residencia”, de la cual no podían salir. Señalan los autores que en los juicios por asesinatos rituales, ya no bastaba la autoridad religiosa, sino que también se apelaba a la medicina y la etnología para señalar a los judíos como propensos a la sangre, lo carnal y la degeneración criminal. Este recurso a la “ciencia” señalaba un cambio de época, aún confusa y poblada de prejuicios, que abonó una serie de dogmas raciales que alimentó la pesadilla genocida del siglo XX.
Frente a esto, a los pogroms y la fuerte ola antisemita que tomó fuerza desde fines del siglo XIX, se organizaron varias entidades judías para ayudar a los perseguidos, ya sea con auxilio económico como a emigrar a latitudes más benignas. No es casual que los falsos Protocolos de los Sabios de Sión hayan nacido y se propagaran por decisión de la Ojrana, la policía zarista.
Con la revolución bolchevique de 1917, se relacionó directamente a estos con los judíos que, a través del socialismo, pergeñaban una vasta conspiración contra el mundo cristiano. De allí el interés de las nuevas autoridades soviéticas de frenar las acusaciones de “asesinato ritual”, a las que veían como cuestionamientos al nuevo poder bolchevique. No obstante, el prejuicio estaba fuertemente arraigado y, cuando la Alemania nazi invadió la URSS en 1941, recibió la activa colaboración en la identificación de judíos en los países bálticos, Ucrania, Bielorrusia y Rusia. La propaganda nazi cosechó en terreno ya fértil y abonado, por lo que la eliminación física de un millón y medio de judíos en las zonas invadidas tuvo cómplices locales.
Tras los campos de exterminio, se hubiera supuesto que había acabado el infierno… Pero en 1946, en Kielce, Polonia, hubo una nueva acusación de asesinato ritual que desató un pogrom. Los autores también señalan el clima de antisemitismo reinante en la URSS tras la guerra, con la acusación del complot de médicos que supuestamente querían acabar con toda la cúpula soviética, incluyendo a Stalin. Y es que este complot estaba manejado, según daban a entender sin decirlo explícitamente, por médicos judíos. La lealtad nacional de estos estaba en tela de juicio, ya que el sionismo había logrado la fundación del Estado de Israel y, por consiguiente, los judíos pasaban a ser sospechosos y tildados de “cosmopolitas”.
El libro cierra con una reflexión final para algunos países, como Polonia, sobre el reciente pretérito antisemita. ¿Cómo afrontarlo, cómo hacer presente ese lado oscuro? El auxilio del historiador es inevitable.
Eugene Avrutin, Jonathan Dekel-Chen et al, Ritual Murder in Russia, Eastern Europe, and Beyond: New Histories of an Old Accusation. Bloomington, Indiana University Press, 2017.
Publicado en 2017, este libro recopila una serie de estudios en torno a la leyenda del “asesinato ritual” que nació en el siglo XII en el occidente europeo, y que luego se extendió hacia el centro y el Este del viejo continente, llegando a las costas de Medio Oriente. Se trata de la acusación de que los judíos, para celebrar Pésaj, hacían su matzá (pan ácimo) con la sangre de un niño cristiano. Cuando en la proximidad de la Pascua desaparecía un niño o era encontrado asesinado, automáticamente se culpaba a la comunidad judía local de haber cometido el crimen. Esta acusación se debía a la convicción de que los judíos eran un grupo de creencias satánicas al rechazar a Jesús como Mesías e hijo de Dios. Si bien la jerarquía de la Iglesia Católica Romana, en varias oportunidades, hizo pronunciamientos claros de que tal práctica no existía, su arraigo en los prejuicios causó persecuciones y muertes durante varios siglos.
Estos especialistas en historia judía se centraron en las acusaciones de asesinato ritual o “libelo de sangre” en Rusia y Europa oriental, en donde llegaron a procesos judiciales en la primera mitad del siglo XX. No es casual, pues, que a fines del siglo XIX naciera en Praga la contrafigura legendaria del Golem, un homúnculo creado para cuidar a los judíos frente a las persecuciones.
Donde más acusaciones de “asesinato ritual” hubo fue en el Imperio de Rusia, gigante y heterogéneo, en el que el poder se centraba en la figura del Zar, un autócrata que se consideraba el monarca de la Tercera Roma, heredero de Bizancio y custodio del cristianismo. En el siglo XVIII, Rusia incorporó a su territorio lo que antes fue la comunidad lituano-polaca en donde residían cientos de miles de judíos, que debieron permanecer en lo que se estableció como “zona de residencia”, de la cual no podían salir. Señalan los autores que en los juicios por asesinatos rituales, ya no bastaba la autoridad religiosa, sino que también se apelaba a la medicina y la etnología para señalar a los judíos como propensos a la sangre, lo carnal y la degeneración criminal. Este recurso a la “ciencia” señalaba un cambio de época, aún confusa y poblada de prejuicios, que abonó una serie de dogmas raciales que alimentó la pesadilla genocida del siglo XX.
Frente a esto, a los pogroms y la fuerte ola antisemita que tomó fuerza desde fines del siglo XIX, se organizaron varias entidades judías para ayudar a los perseguidos, ya sea con auxilio económico como a emigrar a latitudes más benignas. No es casual que los falsos Protocolos de los Sabios de Sión hayan nacido y se propagaran por decisión de la Ojrana, la policía zarista.
Con la revolución bolchevique de 1917, se relacionó directamente a estos con los judíos que, a través del socialismo, pergeñaban una vasta conspiración contra el mundo cristiano. De allí el interés de las nuevas autoridades soviéticas de frenar las acusaciones de “asesinato ritual”, a las que veían como cuestionamientos al nuevo poder bolchevique. No obstante, el prejuicio estaba fuertemente arraigado y, cuando la Alemania nazi invadió la URSS en 1941, recibió la activa colaboración en la identificación de judíos en los países bálticos, Ucrania, Bielorrusia y Rusia. La propaganda nazi cosechó en terreno ya fértil y abonado, por lo que la eliminación física de un millón y medio de judíos en las zonas invadidas tuvo cómplices locales.
Tras los campos de exterminio, se hubiera supuesto que había acabado el infierno… Pero en 1946, en Kielce, Polonia, hubo una nueva acusación de asesinato ritual que desató un pogrom. Los autores también señalan el clima de antisemitismo reinante en la URSS tras la guerra, con la acusación del complot de médicos que supuestamente querían acabar con toda la cúpula soviética, incluyendo a Stalin. Y es que este complot estaba manejado, según daban a entender sin decirlo explícitamente, por médicos judíos. La lealtad nacional de estos estaba en tela de juicio, ya que el sionismo había logrado la fundación del Estado de Israel y, por consiguiente, los judíos pasaban a ser sospechosos y tildados de “cosmopolitas”.
El libro cierra con una reflexión final para algunos países, como Polonia, sobre el reciente pretérito antisemita. ¿Cómo afrontarlo, cómo hacer presente ese lado oscuro? El auxilio del historiador es inevitable.
Eugene Avrutin, Jonathan Dekel-Chen et al, Ritual Murder in Russia, Eastern Europe, and Beyond: New Histories of an Old Accusation. Bloomington, Indiana University Press, 2017.