Diálogo Latino Cubano

30.11.16

Fidel: vigencia del mito retardatario

¿Avenidas despejadas para el cambio? Desde la sociedad, sí. Desde el poder, no esta garantizada la inevitabilidad de unas reformas inevitables. Raúl Castro tendrá ahora la oportunidad de demostrar si sus tímidas aperturas eran o no vigiladas. Un problema es el siguiente. Sin la presencia física del hermano mayor, Raúl se enfrenta a un vacío de poder simbólico.
 

(Clarín) La muerte de Fidel Castro supone la certificación tardía de la muerte previa, y con cierta distancia temporal, del modelo que intentó imponer en Cuba y en buena parte del mundo. La separación entre las dos muertes, todo un período histórico ( 1991-2016), es un dato que debemos retener por su inmenso impacto en la transmutación política de su imagen en los años por venir. En este sentido su muerte no nos trae buenas noticias. Lo del Che es de ligas menores.

El único símbolo viviente de las guerras frías y calientes del siglo XX se convierte así en el símbolo vivo de un inmenso y difuso sector de la izquierda mundial que resiste con agitación pero sin perspectivas claras la globalización de todo lo que sea democráticamente liberal. Y la levedad en el pensamiento de esa izquierda es un insumo clave para la próxima canonización de Fidel Castro, alguien que despreciaba la teoría, el pensamiento sistemático y las ideas densas. Todo en su contexto.

Las fechas en las que desaparecen ciertos personajes históricos son fundamentales para tener una idea de lo que ocurrirá con ellos en su posteridad. Fidel cesa en una época en la que todo está en crisis. Y para empezar está en crisis la democracia, el modelo contra el que tanto denostó: con las palabras y con las armas.

Los demócratas, al menos los cubanos, tenemos dos problemas con su muerte previa a la transición estructural. Primer problema: Fidel ya sobrevivió al juicio de la historia. Doblemente. Al de la historia práctica y cotidiana, como testigo de la negación factual de todo por lo que trabajó en forma más caótica que racional; y el de la historia contada en libros. Pocos dictadores han sido contemporáneos de una profusa literatura crítica escrita contra ellos, que desgrana hasta los recovecos más íntimos de su vida. ¿Qué más se puede decir de él después de las tantas biografias vendidas para entender y enjuiciar al hombre sin circunstancias? Mucha gente ya escribió como si el tipo estuviera muerto. Y en una época tan liquida como la actual, donde la historia importa a pocos, no hay la cantidad suficiente de sujetos interesados en juzgar una vida juzgada.

Segundo problema que confrontamos: el peso de las generaciones muertas sobre el cerebro de los vivos, para decirlo con Marx, el grave, el alemán.

Para regresar, Fidel tenía que morir. La indiferencia con la que los cubanos hemos estado mirando al octagenario comandante en los últimos 10 años es psicológicamente comprensible pero políticamente sorprendente. Matar al padre en vida no era algo previsto en el comportamiento de los hijos y nietos de la revolución. Su muerte ya y ahora es conveniente para devolverlo a la vida de cada hogar, de cada escuela, quiza de cada iglesia o ritual santero en forma de mito necesario, cohesivo y castigador. Contra eso, no hay historia argumental bien contada en competencia.

Si la transición política hubiera empezado con Fidel Castro en vida, su mito serviría al cambio. ¿Para qué? Para incorporar en el proceso a sus seguidores, pocos pero con mucho poder, utilizando su fuerza sancionadora y virtualmente permisiva. Fidel Castro autorizó las nanoempresas familiares, las relaciones con los Estados Unidos, los viajes en yate de la elite consaguínea, cierta libertad gay, que Raúl dijera que se retiraba, que los cubanos de la isla pudiéramos viajar sin permiso, que compráramos y vendiéramos las casas y automóviles que el nos había prestado,y que la religión dejara de ser opio de los cubanos. Darle marcha atrás a estos espasmos de modernidad puede ser considerado como anti fidelista y dañar frente al público los últimos retoques al mito. Nuestra transición politica, que no cuenta con un mito edificador de la misma fuerza, capacidad y dimensión, tendrá desde este mismo instante un mito a batir. Los referentes democráticos que requerimos para una Cuba en transición, ahora mismo flaquean, y a escala global. Y justo aquí, Fidel Castro muere triunfando en el 2016 porque nos deja un erial cívico donde reinaba un edificio de sociedad civil puntillosamente construido por varias generaciones de cubanos y cubanas.

La reconstrucción estructural de Cuba se hace más imperativa en el momento exacto en el que Fidel Castro renacerá como mito retardatario, proyectado ahora mismo con un funeral simbólico de nada más y nada menos que nueve días católicos.

¿Avenidas despejadas para el cambio? Desde la sociedad, sí. Desde el poder, no esta garantizada la inevitabilidad de unas reformas inevitables. Raúl Castro tendrá ahora la oportunidad de demostrar si sus tímidas aperturas eran o no vigiladas. Un problema es el siguiente. Sin la presencia física del hermano mayor, Raúl se enfrenta a un vacío de poder simbólico. Sin narrativa articulada y modelo de futuro cuenta, sin embargo, con cuatro armas tranquilizadoras: el apoyo sentimental de la región, el tiempo de normalización tranquila ofrecido por la Unión Europea, la fuerza de la globalización autoritaria mundial, y el muro retórico que levanta Trump, si es que no se le ocurre construir, también, su torre habanera. Fidel, regresa.

Fuente: Clarín (Buenos Aires, Argentina)