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03.05.06

El chauvinismo contamina el Río de la Plata

Por Fernando Laborda

Uno de los propósitos de cualquier proceso de integración regional es la consolidación de grandes mercados capaces de atraer inversiones de magnitud. Pero en el Mercosur se está dando una contradicción: la mayor inversión productiva extranjera en la historia de Uruguay está resquebrajando las bases de ese proceso integrador.

El éxito de toda integración supone la superación previa de cualquier sentimiento nacionalista exacerbado, tal como ocurrió con la Unión Europea. Sin embargo, de este lado del mundo, el enfrentamiento entre los gobiernos argentino y uruguayo por la instalación de las plantas de pasta celulósica en Fray Bentos ha despertado un viejo espíritu chauvinista.

En los últimos días, la tensión bilateral creció en forma inusitada de la mano de varios gestos:


Las declaraciones del presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, en México, recomendándole a Néstor Kirchner que se ocupe de la salud de los argentinos.


La sinceridad del diputado oficialista Jorge Argüello, cuando anunció que viajará a Washington con el confesado propósito de embarrar la cancha para que el Banco Mundial no les facilite créditos a las empresas Botnia y ENCE, que construyen las fábricas de la discordia.


La convocatoria lanzada por Kirchner a los gobernadores de todo el país para un acto en Gualeguaychú, el viernes próximo, que seguirá a la presentación del gobierno argentino ante el Tribunal Internacional de La Haya.

Como para agitar más las aguas, el presidente de Botnia, el finlandés Erkki Varis, señaló que su empresa eligió a Uruguay para realizar su inversión por tres razones: la riqueza de sus suelos, su estabilidad democrática y sus bajos niveles de corrupción, "sólo comparables en esta zona del mundo -dijo- con Chile, cosa que no ocurre con otros países de la región, pero no hay que dar nombres, ¿no?"

El diario El País, de Montevideo, denunció que las autoridades argentinas obligaron a empresas de la construcción de nuestro país a rechazar negocios con Botnia, bajo la amenaza de quedar fuera de cualquier inversión pública.

Y, por si fuera poco, en la reciente reunión que mantuvieron los presidentes de Uruguay, Paraguay y Bolivia, en Asunción, se acordó que el proyectado gasoducto que uniría Tarija con Montevideo no pase por territorio argentino.

Lo grave de estos episodios es que de la escalada verbal se ha pasado a acciones concretas, y el espacio político de unos y otros para retroceder será cada vez menor.

Hasta ahora, Kirchner tuvo en ese sentido una posición algo más cómoda que Tabaré Vázquez. El presidente uruguayo recibió toda clase de andanadas desde la oposición y desde algunos sectores del propio oficialismo de su país cuando amagó con ceder algo ante las demandas desde la otra orilla. El mandatario argentino, en cambio, nunca se sumó a la posición de máxima de la gente de Gualeguaychú, que se resume en la consigna No a las papeleras. Descuenta Kirchner que las plantas finalmente se radicarán donde está previsto y que los uruguayos no se perderán una inversión tan importante como hubiera sido para la Argentina la que -según se dijo- alguna vez prometieron los chinos y terminó en una desilusión. Por ese motivo, el presidente argentino parece contar con un margen de maniobra mayor que su par uruguayo.

Pese a esto, el jefe del Estado argentino decidió imprimirle un giro a su estrategia. Al ver que el conflicto por las papeleras tiene dimensión nacional en Uruguay, mientras que en nuestro país sólo parece significativo para los entrerrianos, resolvió nacionalizar el diferendo y solicitar a los gobernadores que se movilicen. Al mismo tiempo, ordenó obstaculizar por todos los medios posibles los canales de financiamiento para la construcción de las plantas de Fray Bentos. Al igual que frente a otras situaciones conflictivas, el Presidente cree que la estrategia de ganar la calle suele ser redituable.

Habrá que prestar especial atención a las palabras que pronunciará Kirchner en Gualeguaychú. Pocos apuestan, por ahora, a que el Presidente se anote entre quienes alzan el lema No a las papeleras. Hacerlo podría generarle un costo político demasiado grande si, como todo hace prever, el conflicto no se resuelve con la ida de las empresas o con la relocalización de las fábricas.

El virtual colapso sanitario en el sur de la ciudad de Buenos Aires, el negro presente del Riachuelo y la presencia de industrias contaminantes en territorio argentino no ayudan a la posición del gobierno nacional. Desde el famoso plan de los mil días para limpiar el Riachuelo anunciado por María Julia Alsogaray en la última década, ya han pasado casi 4500 días sin que se hiciera nada y hoy un tercio de la mortalidad infantil de la provincia de Buenos Aires tiene relación con la contaminación de la cuenca Matanza-Riachuelo, que alberga al menos 12 sustancias cancerígenas.

Lo cierto es que, a este ritmo, no pocos temen que buena parte de la opinión pública argentina termine convenciéndose de que Uruguay dispone de armas de destrucción masiva y que, del otro lado del río, se piense que los argentinos tenemos vocación imperialista. Las pasiones políticas ciegas están imponiéndose sobre la búsqueda racional de las soluciones técnicas.

Como en otros casos, Kirchner no repara en las formas. Ni distingue entre el gobierno de Finlandia y el dueño de un supermercado local. El eje es siempre una táctica confrontativa, en la cual más importante que buscar aliados es hallar nuevos enemigos.

En la Casa Rosada, esgrimen que ese estilo es una señal de fortaleza. Pero no advierten que tales actitudes espantan inversores.

Un reciente trabajo del grupo editorial británico The Economist, que midió el clima empresarial entre 82 países del mundo, ubicó a la Argentina en el puesto 57°, muy lejos de Dinamarca y -casualmente- Finlandia, países que ocupan las dos primeras posiciones del ranking.

La Argentina debe desarrollar con urgencia un plan de incentivos a las inversiones productivas antes de que sea muy tarde. De lo contrario, el único remedio será el que se vio la semana última en el Congreso, con la sanción de la controvertida ley que facultó al Poder Ejecutivo a fijar cargos específicos en las facturas de luz y gas para financiar obras energéticas. Los ataques a la seguridad jurídica y los mensajes oficiales ofensivos hacia ciertos sectores económicos difícilmente ayuden a generar confianza.

Desde el kirchnerismo, se les resta trascendencia a estos diagnósticos. "Prefiero un gobierno con mucho pueblo y poca calidad institucional a un gobierno con mucha calidad institucional y poco pueblo. Mientras los opinólogos discutimos nimiedades, la gente se va detrás de Kirchner", afirma Fernando Braga Menéndez, publicitario y exégeta del primer mandatario.

Algunos analistas de opinión pública interpretan que el fuerte apoyo popular al Presidente en las encuestas halla su explicación en que su estilo no se diferencia mucho de la actitud del argentino medio, que -mal que nos pese- es soberbio, arrogante e intolerante.

Lo cierto es que Kirchner, con su peculiar estilo, ha ganado muchas pequeñas batallas -contra los bonistas, contra empresas privatizadas y contra algunos formadores de precios-, pero está todavía muy lejos de ganar la gran batalla que le permitirá al país asegurarse un crecimiento sostenible a partir de la confianza del mundo.

Fuente: Diario La Nación (Buenos Aires)
http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=801849