Artículos

19.07.17

Intelectuales y «divisas» en Uruguay: ¿un nuevo punto de inflexión?

(El Observador) La crisis de confianza en la idoneidad moral de las izquierdas, a su manera, «a la uruguaya», asordinadamente, también circula por acá. Hace tiempo que altos funcionarios de distintos gobiernos declaran en estrados judiciales en causas nada menores. No faltan las sospechas de amiguismo, nepotismo y tráfico de influencias.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Desde hace días, especialmente desde que se publicó el libro de Valentín Trujillo sobre Carlos Real de Azúa, uno de los mejores símbolos del intelectual libre (“políticamente poco confiable”, según la excelente definición de Ruben Cotelo), no puedo dejar de formularme la pregunta siguiente: ¿estaremos asistiendo a un nuevo punto de inflexión en la relación entre intelectuales y política en Uruguay? Es imposible responderla acá. Obviamente no es un problema de espacio (aunque 80 líneas podría ser poco) sino de tiempo (falta la perspectiva que solamente da la historia). Igual, no deja de ser una buena pregunta. Quiero explicar por qué.

En primer lugar, es una buena pregunta porque no son muy frecuentes los puntos de inflexión. En el largo plazo, la relación entre intelectuales y política ha tendido a ser estable. Desde luego, el rasgo más permanente de este vínculo es la tensión. La intelectualidad ha tenido siempre una relación complicada con los partidos. Fue conflictiva la configuración inicial, la relación entre “doctores y caudillos” en el siglo XIX. Fue tensa la relación entre la generación del 900 y el batllismo. Subió la temperatura en 1933, en el contexto del golpe de Estado liderado por Gabriel Terra y apoyado por Luis Alberto de Herrera. Aumentó la tensión en la posguerra, cuando emergió la generación del 45 auspiciada por Carlos Quijano desde Marcha. Se tensó la cuerda todavía más con la autonomía de la Universidad en 1958, y 10 años después, en tiempos de violencia de izquierda y mano dura gubernamental. Aunque aprendiendo de los excesos de los sesentas los decibeles tendieron a bajar, siguió siendo conflictiva la relación entre intelectuales y política desde la restauración de la democracia en 1985 (más confrontativa en los gobiernos colorados y blancos, más cooperativa en la Era Progresista en curso).

La tensión, de todos modos, no evitó el compromiso militante. Otro rasgo característico de la intelectualidad uruguaya es su histórica propensión a la adscripción partidaria. Los partidos son tan densos, tienen tanta “masa”, que generan una atracción muy poderosa, una fuerza gravitacional difícil de resistir. Resistió Plácido Ellauri, catedrático de Filosofía y rector de la Universidad de la República, pese a ser hijo de constituyente y hermano de un presidente, como enseñara Arturo Ardao. Honrando esa tradición resistió también Carlos Vaz Ferreira que lamentaba que el “remolino” de la política terminara atrapando a cada generación Se alejaron, siempre estridentes, los “fusionistas”, después de la Guerra Grande, aunque con el tiempo o contribuyeron a la renovación de los viejos bandos construidos en torno a los caudillos, o formaron sus propios partidos de “principios” (el Radical, primero; el Constitucional, después). Tomaron distancia de los partidos los del 45, aunque con el tiempo muchos terminaron prestando su apoyo público al naciente FA (Mario Benedetti es el caso más notorio). En todo caso, los momentos de máxima tensión entre intelectuales y política coinciden con eventos extraordinarios que sacuden certezas y lealtades.

Esto me conduce a mi segundo argumento. Es posible que estemos viviendo uno de esos raros, históricamente poco frecuentes, puntos de inflexión en la relación entre partidos e intelectuales porque se han acumulado numerosos sucesos que, al menos en teoría, están llamados a tener un alto impacto en el mundo intelectual. Desde 1933 en adelante la mayor parte de la intelectualidad uruguaya viró a la izquierda. Esto fue especialmente notorio en las transiciones entre democracia y autoritarismo, es decir, a fines de los sesenta y principios de los ochenta. La implosión del “socialismo real” debilitó la fe en el marxismo, afectando muy especialmente al Partido Comunista. Pero la mayoría siguió depositando su ilusión en el FA. Con el acceso del FA al gobierno en 2005 la esperanza tocó el cielo. Me pregunto si no está empezando a tocar fondo.

Hasta Noam Chomsky, uno de los suyos, critica a las izquierdas regionales gobernantes. No les reprocha solamente la “primarización” de la economía y la sumisión al libre comercio. Las cuestiona en el plano moral. Es que el panorama actual es penoso. En Brasil, el expresidente Lula, el principal ícono de la izquierda de la región, acaba de ser condenado a casi 10 años de cárcel acusado de corrupción. En Venezuela, el “socialismo del siglo XXI” se retuerce exhibiendo su peor cara, la de la violencia. La crisis de confianza en la idoneidad moral de las izquierdas, a su manera, “a la uruguaya”, asordinadamente, también circula por acá. Hace tiempo que altos funcionarios de distintos gobiernos declaran en estrados judiciales en causas nada menores. No faltan las sospechas de amiguismo, nepotismo y tráfico de influencias. No puedo dejar de preguntarme por el efecto combinado de tantos golpes. No me refiero al eventual efecto electoral. Estoy pensando en cómo afectarán estos y otros sucesos el vínculo entre la intelectualidad y el FA. Durante décadas la intelectualidad se fue alejando de los partidos tradicionales. ¿Se empezará a alejar del FA?

Se dice que la fe mueve montañas. Es cierto. Pero es igualmente cierto que la fe permite justificar todo. ¿Qué podrá más? ¿La devoción por la divisa o la constatación de desastres? No hay cómo saberlo. Queda tendida la pregunta.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)