Artículos

21.06.17

Wilsonistas al acecho

(El Observador) La competencia interna genera oportunidades a los partidos. Es, siempre, un impulso vivificante. Cuando la competencia entre sus partes se intensifica, el partido, en tanto totalidad, gana espacio en la esfera pública. Los dirigentes y militantes se esfuerzan por sintonizar mejor con la ciudadanía, por sintonizar mejor con sus preferencias y canalizar mejor sus demandas.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La semana pasada el ala wilsonista del Partido Nacional aportó novedades importantes. Por un lado, el diputado Pablo Iturralde, que supiera ser durante muchos años uno de los puntales de Jorge Larrañaga en Montevideo, comunicó que está articulando un nuevo sector político en torno a la senadora Verónica Alonso con el apoyo de los intendentes nacionalistas que se alejaron en los últimos tiempos de Alianza Nacional (como Sergio Botana, Adriana Peña y Eber da Rosa). Pocos días después, Jorge Larrañaga anunció que volverá a competir por la candidatura presidencial del Partido Nacional. Es un regreso estudiado hasta en los últimos detalles. A lo Novick, video mediante, justificó su “regreso” enumerando una serie de problemas que enfrenta el país y argumentando que su decisión responde a una demanda popular. Lo hizo, además, en la semana en que los wilsonistas conmemoran otro regreso, precisamente el de Ferreira Aldunate desde Argentina en 1984.

Así como las declaraciones de Iturralde pueden haber precipitado el regreso de Larrañaga (remito en este sentido, al excelente análisis de Alfonso Lessa), la insistencia del Guapo obligará a sus desafiantes a tomar decisiones difíciles. Enfrentan un escenario nuevo. Una cosa es articular un nuevo grupo cuando el líder de la fracción, mirando de reojo, deja hacer. Otra, muy distinta, cuando está decidido a hacer valer todo el peso de su influencia y de su experiencia en aras de conservar o incrementar su cuota parte de poder. Ya no tiene, obviamente, el atractivo de lo “nuevo”, como en 2004. Ha sufrido, como es notorio, el desgaste de muchos años de protagonismo público. No en vano hace dos décadas que Larrañaga forma parte de la elite política de este país y casi 15 años que es el principal referente del wilsonismo. A lo largo de todo este tiempo supo vencer y perder. Pero siempre fue, y todavía sigue siendo, un hueso duro de roer. Para derrotarlo tendrán que perseverar tanto como él. ¿Están dispuestos? Si lo hicieran, al menos en teoría, podrían desplazarlo. Pero deberán multiplicar recursos, arriesgando iniciativas, tiempo y dinero.

No es fácil anticipar qué consecuencias puede tener la intensificación de la competencia dentro del ala wilsonista sobre la posición hegemónica del senador Luis Lacalle Pou. Por ahora todo está en calma. Su liderazgo no está en cuestión. Los sondeos de opinión pública ofrecen abundante evidencia de su arraigo popular. Desde comienzos de 2015, además, no ha vacilado en confrontar con el gobierno en temas muy sensibles. Para potenciar su imagen de presidenciable ha incorporado últimamente el recurso de los viajes y los encuentros con presidentes de otros países. Sin embargo, los líderes de la fracción mayoritaria no deberían pasar por alto los movimientos políticos en la vereda de enfrente. Vivimos, en todos lados, un tiempo de líderes inesperados. Estamos en el mundo de Pablo Iglesias, Donald Trump y Emmanuel Macron. La democracia uruguaya, a su manera, sin demasiada estridencia, amortiguadamente, atraviesa procesos similares. Acá también irrumpe lo imprevisto. José Mujica se convirtió en presidente. Edgardo Novick obtuvo más votos que Lucía Topolansky en las departamentales de Montevideo. Si alguien entiende lo poderosa que puede llegar a ser la magia de la “renovación” ese es, justamente, Luis Lacalle Pou, que brilló con ella.

Una eventual precandidatura de Verónica Alonso en competencia con la, ya confirmada, de Jorge Larrañaga generaría un problema adicional para Lacalle Pou. Una de las claves de la amplia derrota de Lacalle Herrera en la primaria de 2004 fue que debió enfrentar a varios precandidatos que, progresivamente, fueron uniendo sus fuerzas. Francisco Gallinal y Sergio Abreu, una vez que asumieron que no podrían vencer a Larrañaga, optaron por apoyarlo. Por cierto, nada asegura que los rivales de Lacalle Pou, llegado el momento, vayan a auxiliarse entre sí. Dependerá de muchos factores, entre ellos, del tipo de estrategia electoral que utilicen. Nada asegura, tampoco, que de coordinar entre sí, lograrían vencer al líder de la fracción mayoritaria del PN. Pero creo que vale la pena señalar que la división en el ala wilsonista, y la inminente pugna por la precandidatura en este sector, obligará al sector mayoritario a no bajar la guardia.

Esto me lleva directamente al último punto del argumento. La competencia interna genera oportunidades a los partidos. Es, siempre, un impulso vivificante. Cuando la competencia entre sus partes se intensifica, el partido, en tanto totalidad, gana espacio en la esfera pública. Los dirigentes y militantes se esfuerzan por sintonizar mejor con la ciudadanía, por sintonizar mejor con sus preferencias y canalizar mejor sus demandas. Pero la intensificación de la competencia interna, al mismo tiempo, resta recursos a la coordinación con otros actores. Cuanto más energía tenga que invertir Lacalle Pou en competir con los wilsonistas que lo acechan, menos podrá dedicarse a tender puentes con los demás partidos de la oposición. Y cuanto menos avancen los partidos de oposición en la elaboración de un proyecto común alternativo al del Frente Amplio, más lejos estarán de poder desplazarlo.

Tiempo al tiempo. Por ahora, lo único que sabemos es que Jorge Larrañaga va por la revancha. Ahora, si mi lectura del juego es correcta, le corresponde mover a Verónica Alonso y su gente.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)