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12.04.17

Giovanni Sartori

(El Observador) Sus aportes han contribuido a la formación de generaciones enteras de politólogos en todas partes. Acá también, entre líneas, aparece la angustia del ciudadano italiano. Sartori se queja del multipartidismo y de la polarización, y no oculta su preocupación por la inestabilidad política y la ingobernabilidad.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Ha muerto el politólogo italiano Giovanni Sartori, sin dudas, uno de los principales referentes de la ciencia política contemporánea. Contribuyó decisivamente a la modernización de la disciplina en Italia. Pero su influencia se hizo sentir mucho más allá (durante décadas enseñó en EEUU, en la Universidad de Columbia). También acá, en Uruguay, los estudiosos de la ciencia política leímos sus obras y fuimos desafiados por sus provocaciones. Repasemos algunos de sus aportes.

La democracia fue su principal obsesión. No es muy difícil entender por qué cuando se lo coloca en su contexto: nació en 1924, creció en la Italia fascista, completó su formación académica en pleno auge del estalinismo y del imperio soviético. Su teoría de la democracia tiene fuertes puntos de contacto con la de Robert Dahl. Para Sartori, como para Dahl, no hay democracia sin “garantías institucionales” y libertades “formales”. En su breve ensayo La democracia después del comunismo volvió a decirlo con toda crudeza: “La democracia ha vencido, y la democracia que ha vencido es la única democracia ‘real’ que se haya realizado jamás sobre la tierra: la democracia liberal”.

Pero Sartori se diferencia de Dahl en un punto muy importante y a menudo olvidado. Según él, la poliarquía no solo debe ser electiva sino también selectiva. Las elites gobernantes tienen una responsabilidad especial. Tienen que saber cuándo representar (expresando las preferencias mayoritarias de la ciudadanía) y cuándo liderar (contradiciendo, llegado el caso, las expectativas de los electores). Voy a decirlo sin eufemismos, como seguramente a él le hubiera gustado: desde mi punto de vista la teoría de la democracia de Sartori tiene un inconfundible aroma elitista. Sartori no confía demasiado en el juicio ciudadano.

De hecho, la desconfianza en la capacidad de discernimiento de la ciudadanía aparece mucho más claramente en sus discusiones sobre la transformación del homo sapiens en homo videns. “El acto del tele-ver –dice– está cambiando la naturaleza del hombre”. Vivimos, desde que la imagen desplazó a la palabra, en “sociedades teledirigidas”: “Actualmente el pueblo soberano ‘opina’ sobre todo en función de cómo la televisión le induce a pensar”. Sartori confiaba menos en el saber ciudadano que Dahl: “Cada vez que llega el caso, descubrimos que la base de información del demos es de una pobreza alarmante, de una pobreza que nunca termina de sorprendemos” 1.

Si la democracia se entiende, a la Dahl, como poliarquía, los partidos políticos son fundamentales. No puede asombrar, por tanto, que haya dedicado tantas páginas a estudiar partidos y sistemas de partidos. Sus aportes sobre estos temas han contribuido a la formación de generaciones enteras de politólogos en todas partes. Acá también, entre líneas, aparece la angustia del ciudadano italiano. Sartori se queja del multipartidismo y de la polarización, y no oculta su preocupación por la inestabilidad política y la ingobernabilidad.

Sartori, que tanto desconfiaba de la doxa, apostaba fuerte al desarrollo de la episteme. En ese plano tampoco ocultó sus preferencias. Al menos dos asuntos le preocuparon especialmente. En primer lugar, fue uno de los promotores más persuasivos de la utilización del método de la comparación. Decía: “La comparación es, pues, el método de control en el cual estamos obligados a refugiarnos las más de la veces” (ni los experimentos ni la estadística permiten responder todas nuestras preguntas). En segundo lugar, a lo largo de toda su carrera insistió en la importancia de la conceptualización. No hay ciencia sin evidencia. Pero tampoco hay ciencia sin elaboración conceptual.

Pero su preocupación por el rigor metodológico tuvo un límite muy claro. No vale la pena, pensaba, construir una ciencia política rigurosa metodológicamente al precio de estudiar asuntos intrascendentes. En este sentido, Sartori fue cambiando a medida que la disciplina se fue transformando. Durante sus primeros años de vida académica impulsó decididamente el viraje hacia la cuantificación. Durante sus últimos años, en cambio, se mostraba muy alarmado por la transformación de los métodos en un fin en sí mismo, especialmente en la tan influyente ciencia política norteamericana 2.

Su preocupación por los métodos, en última instancia, derivaba del papel político que le atribuía a nuestra disciplina. La ciencia política debe ocuparse de temas socialmente relevantes. No puede darse el lujo de estudiar trivialidades. Debe hacerse preguntas difíciles y tener sentido práctico: “Se necesita un saber para aplicarse; y se necesita cada vez más”. El “buen gobierno” requiere un puente entre la elite especializada en la producción del saber y la dedicada a ejercer el poder. Con esta definición se cierra el círculo: vuelve a aparecer el toque elitista. La democracia es el poder del pueblo. Pero no todas las democracias logran tomar buenas decisiones. “Mi previsión es –escribió–, que también en la sociedad tecnológica más avanzada, el gobierno seguirá siendo un gobierno de políticos, si bien se convertirá cada vez más en un gobierno orientado y reforzado por expertos”.

Intelectual vocacional, politólogo profesional. Profesor, investigador, ensayista, metodólogo. Polémico, agudo, impertinente. Agradecemos sus lecciones, extrañaremos sus provocaciones.

1 - Ver: Homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, Buenos Aires, 1998.

2 - Ver: “¿Hacia dónde va la ciencia política”, Política y gobierno, Volumen XI, Número 2, 2004

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)