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01.02.17

Estable y sereno

(El Observador) El tercer nivel de gobierno comenzó a andar, pero todavía está en pañales. Nuestros partidos están sanos. Pero deben corregir problemas de representación y resolver mucho mejor el desafío del financiamiento de las campañas. Ojalá en el 2017 no perdamos de vista las cuentas pendientes.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) También en verano, si se presta atención, se pueden escuchar frases que dejan pensando. En plena playa, un buen amigo, uno de esos que siempre pretenden mirar más lejos, hablando del mundo en el que les ha tocado crecer a nuestros hijos me dijo: “Tienen mucha suerte: hoy por hoy, hay pocos lugares en el mundo para vivir mejores que Uruguay”. Es una frase fuerte, impactante. Pero no dudé en darle la razón.

Demasiados problemas en demasiados lugares. La democracia en América Latina, después de un cuarto de hora de expansión, ha vuelto a mostrar algunas de sus llagas más conocidas y muestra signos de recesión. A los problemas de siempre, esto es, al elitismo de los antiguos y su contracara inevitable, el populismo de los modernos, se han sumado nuevos, en particular, el creciente poder del dinero y la corrupción (la profunda crisis política brasilera es el ejemplo más extremo, aunque está lejos de ser el único). En algunos países, pienso en Venezuela, a todo esto se agregan los afanes mesiánicos que, por cierto y para desgracia de la ciudadanía, tampoco han faltado a lo largo de la historia de nuestra región. Europa también la pasa mal. La combinación de problemas económicos y xenofobia sacude a las mejores democracias y genera grietas inesperadas en esa increíble obra de ingeniería que ha sido la Unión Europea. En EEUU, después de un Obama deslumbrante, ha venido a instalarse este Trump, tan preocupante, no solo por él, sino por las miserias y mezquindades sociales que tan perfectamente ha venido a representar.

Ninguno de los problemas que se padecen en otros lados está absolutamente ausente entre nosotros. También acá hay elitismos seculares y revanchas populistas, billeteras en ascenso y corrupciones varias, miedo a la globalización y xenofobia. Pero cada uno de estos problemas es menos intenso, menos grave (más “amortiguado”, diría Carlos Real de Azúa), que en otras partes. El caudillismo, primero, y el Estado de bienestar, después, atenuaron un elitismo que ya era débil en tiempos coloniales. La política, es verdad, no despierta el entusiasmo de sus mejores tiempos, pero está lejos de estar tan desacreditada como en otras partes. Al menos por ahora, tampoco se advierten signos alarmantes de propensión a la autarquía o de pánico frente al extranjero.

Nuestros hijos tienen suerte de crecer acá. No verlo, no disfrutarlo, es un gran error. Pero este Uruguay, que luce razonablemente sano, sereno, estable, en un mundo demasiado crispado, no es hijo del conformismo sino del espíritu crítico (ahí también estuvimos de acuerdo con mi interlocutor, ese que, sin saberlo, en pleno enero, inspiró estas líneas). La democracia, hace 100 años, nació de los pactos políticos, y los pactos de las guerras del siglo XIX. La democracia, hace algo más de 30 años, renació aprendiendo de los errores de los cincuentas y sesentas. El progreso económico y social, desde 1985 en adelante, también es hijo del espíritu crítico: mirando a los ojos la exasperante experiencia de la estanflación aprendimos a lidiar mejor con el complejo desafío de combinar productividad y equidad. El sistema de partidos es mejor ahora que hace 50 años. Los partidos aprendieron de sus errores. La crítica, la propia y la ajena, los ayudó a mejorar.

El corolario va de suyo. Solamente podremos seguir disfrutando lo que tan trabajosamente hemos construido si no perdemos la capacidad de descubrir a tiempo, sin prisa y sin pausa, sin miramientos pero sin exagerar, defectos y problemas. Los gobiernos, como es sabido, en la medida en que aspiran a ser reelectos, no tienen más remedio que mostrar el medio vaso lleno. Está bien que lo hagan. La oposición, si no quiere ser oposición for ever and ever, está condenada a señalar el medio vaso vacío. Está perfecto. Los demás podemos darnos el lujo de movernos con más libertad, festejando con sinceridad los progresos y criticando, si hace falta hasta con severidad, cada vez que creamos que corresponde.

Nuestros hijos crecen en un sitio amable. Pero si queremos que nuestros nietos también lo hagan es imprescindible pisar el acelerador. Como sociedad tenemos desafíos muy importantes. Pese a todos los esfuerzos realizados durante décadas, antes y después de la dictadura, antes y después de la Era Progresista, persiste una profunda fractura social. Pese a la obsesión por modernizar la economía, seguimos dependiendo demasiado de la exportación de productos primarios. Pese a lo hecho en otros tiempos y lo dicho en los últimos 10 años, los problemas de cobertura, calidad y equidad en la educación se están tornando dramáticos y en una auténtica amenaza en muchas dimensiones relevantes.

Se ha hecho muchas veces el elogio de nuestras estructuras políticas. Y está bien. Pero es imprescindible trabajar más intensamente en la agenda de reformas institucionales. La Presidencia, durante las últimas décadas, se ha venido potenciando. Es imperioso, en consecuencia, desarrollar la capacidad técnica del Poder Legislativo y proteger más decididamente la autonomía del Poder Judicial. Los gobiernos departamentales se han fortalecido desde la reforma de 1997. Pero siguen esperando a Montesquieu (es demasiado difícil controlar a los intendentes). El tercer nivel de gobierno comenzó a andar, pero todavía está en pañales. Nuestros partidos están sanos. Pero deben corregir problemas de representación y resolver mucho mejor el desafío del financiamiento de las campañas. Ojalá en el 2017 no perdamos de vista las cuentas pendientes.

Fuente: El Observdor (Montevideo, Uruguay)