Artículos

26.10.16

Tributo (políticamente incorrecto) a Jorge Batlle

(El Observador) Dice el manual que el político que quiere llegar lejos tiene que subirse, sí o sí, a la ola de la opinión pública. Lo siento por nuestros manuales. Jorge Batlle nunca fue así. Tuvo, desde siempre, una inclinación incontrolable por predicar su verdad.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Quiero sumar esta página al merecidísimo tributo que le está brindando Uruguay a Jorge Batlle. Por respeto a lo mejor que nos dejó quiero ser frontal aunque, en algunos pasajes, lo que va a leerse pueda sonar políticamente incorrecto. Pero, en su honor, debo tomar el riesgo de remar contra la corriente incluso corriendo el riesgo de no ser entendido.

Es que así fue Jorge Batlle. Sincero, frontal, políticamente incorrecto, un experto a la hora de tomar riesgos y de manejar a contramano. Por eso mismo, y esto es lo primero que quiero señalar, no fue un político de manual. Los manuales dicen que los políticos deben ajustar su discurso a la tradición de su partido si quieren algún día poder liderarlos. Es obvio que Batlle no fue así. Es bien sabido que, luego de la muerte de su padre, Luis Batlle Berres (el tercer presidente de la dinastía), encabezó una impresionante transformación ideológica de su fracción (la Lista 15) que derramó a la corta, pero especialmente a la larga, sobre el resto del Partido Colorado. El PC de esa época era un partido enorme y diverso, casi tan poderoso y contradictorio como el Frente Amplio de nuestros días (diversidad y tamaño se correlacionan).

Pero, en los hechos, ese partido había sido el constructor de un Estado activo tanto en la promoción de la economía como en la protección de los más débiles. A partir de Jorge Batlle los colorados cambiaron prioridades e instrumentos: en el plano de los fines, pasaron a priorizar el crecimiento económico; en el de los medios, reemplazaron la fe en el Estado por una creencia igualmente intensa en la inteligencia del mercado.

Dice el manual que el político que quiere llegar lejos tiene que subirse, sí o sí, a la ola de la opinión pública. Lo siento por nuestros manuales. Jorge Batlle nunca fue así. Tuvo, desde siempre, una inclinación incontrolable por predicar su verdad. Me he preguntado a menudo de dónde le vendría esa predisposición.

Supongo que de ese hondo sentido de la responsabilidad que los colorados tanto reivindican y que, como resultará obvio, se hace sentir con especial intensidad en las familias, como la suya, acostumbradas al ejercicio del poder. En todo caso, el paso del tiempo fue moderando su discurso. Dicen los que lo conocieron mejor que al comienzo de su carrera política, durante la década de 1960, era tan brillante que lucía pedante. A partir de 1985 su estilo fue mutando. Nunca perdió ni el brillo ni la propensión a la sinceridad de los primeros tiempos. Pero sí se despojó de lo que podía tener de arrogante, ganando en capacidad de empatía y en cercanía con los electores.

Fue así, remando contra la corriente pero aprendiendo a "cantar la justa" de otra manera ("me gusta la gente", decía brillantemente la canción que lo acompañó durante su campaña electoral en 1999), que a la larga alcanzó su telos, aquello para lo que nació y vivió: ser presidente.

El PC que lo depositó en el poder tenía 33% de los votos. Cinco años después apenas 11%. Nunca se recuperó. En honor a Jorge Batlle, a esa tremenda honestidad intelectual, hay que preguntarse hasta qué punto fue responsable de esa debacle. Una pregunta difícil requiere una respuesta compleja. Hay que distinguir el derrumbe electoral del 2004 de las frustraciones posteriores. Por un lado, la pésima votación del PC en 2004 no hay que cargarla en la cuenta de Jorge Batlle.

La devastación económica y el concomitante desastre social (desocupación, pobreza, indigencia) que terminó de hundir a los partidos tradicionales, impactó muy especialmente en el desempeño del partido de gobierno. No podía ser de otra manera. Pero ni él ni su equipo de gobierno fueron los responsables de la debacle.

Por otro lado, me inclino a pensar que la persistencia de los problemas electorales del PC entre 2005 y 2014 sí tiene mucho que ver con Jorge Batlle y su liderazgo intelectual y político. Si esta interpretación es correcta, el PC no logra volver a crecer porque abandonó el lugar que había ocupado en el sistema de partidos por más de medio siglo. No crece porque, por adaptarse a las circunstancias, por priorizar la reforma económica reformulando drásticamente su tradición, dejó vacante el cargo de "escudo de los débiles" y guardián del papel del Estado en la economía. Caminando, paso a paso, por esa alfombra colorada fue que el Frente Amplio llegó al poder.

La debacle del 2004 no fue culpa de Guillermo Stirling, su candidato a la Presidencia. Las frustraciones ulteriores no fueron responsabilidad de Pedro Bordaberry. En última instancia, el día que los colorados, a instancias de Jorge Batlle, se acercaron a la tradición blanca tomando nota de los cambios en el mundo y actuando en nombre de la "ética de la responsabilidad", acaso sin saberlo, hipotecaron su futuro. No sé qué juicio hará el manual. La pantalla de mi laptop se inclina en señal de respeto. Se fue un estadista. Queda su ejemplo.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)