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22.10.15

Unidos en la crítica

(El Observador) La coordinación discursiva de blancos y colorados es un dato nuevo del tablero político uruguayo. Y está lejos de ser un dato menor. Es evidente que una oposición unida es políticamente más poderosa que una oposición dividida. Pero el incremento en la capacidad de persuasión de la oposición no es suficiente para asegurarle poder desafiar exitosamente al FA dentro de cuatro años. Además de cooperar en la crítica están obligados a converger en la construcción de una alternativa.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Durante varios meses he dedicado mucho más espacio a analizar los primeros pasos del gobierno que a seguir el rastro de los movimientos de los partidos de oposición. Este sesgo es inevitable. No hubo más remedio que poner énfasis en cómo se armó el gobierno, en cómo estructuró su agenda y en cuáles vienen siendo sus principales conflictos. Con la vista puesta en intentar paliar esta asimetría, paso a compartir algunos apuntes especialmente enfocados en blancos y colorados. El argumento central es que, luego de muchos años de diferencias estratégicas significativas, de hecho, la oposición ha vuelto a converger en torno a un lenguaje común.

Entre 2005 y mediados de 2008 no hubo diferencias significativas entre las posiciones de los líderes del Partido Nacional y del Partido Colorado. Jorge Larrañaga, luego de recibir una votación extraordinaria en octubre de 2004, ungido como principal referente de la oposición, no le dio un minuto de tregua a Tabaré Vázquez. El herrerismo, aunque puso una parte de sus energías en examinar las razones de su durísima derrota en la primaria del PN, no vaciló en confrontar con las políticas del primer gobierno del FA. Lo mismo vale para el PC.

Todo empezó a cambiar a mediados de 2008, cuando Jorge Larrañaga abandonó su estrategia de confrontación con el FA, y se acercó a José Mujica. No hay que ser un fanático de las explicaciones “racionalistas” en ciencia política para suponer que seguramente calculaba que, dando este paso, “virando hacia el centro”, maximizaba la probabilidad de ganar apoyo entre electores frenteamplistas potencialmente desengañados por la gestión de Vázquez. Nunca sabremos si esta especulación era o no correcta. Larrañaga no llegó al balotaje. Perdió la primaria del 2009 con el expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera, que protagonizó la resurrección más impresionante de los últimos tiempos. El discurso centrista que pudo ser funcional en un eventual balotaje fue disfuncional para ganar la confianza de los electores nacionalistas.

Pese a la derrota en la primaria, durante los tres años siguientes, Larrañaga insistió en su política de acercamiento hacia Mujica. Se convirtió, durante mucho tiempo, en un verdadero puntal del segundo mandato frenteamplista. Fue pública y notoria, en particular, su tenaz cooperación en los esfuerzos (más retóricos que concretos, hay que decirlo) del presidente Mujica por impulsar cambios en la educación pública. Larrañaga volvió a cambiar de posición entre 2012 y 2013. Envió hacia la opinión pública, en este sentido, dos señales muy claras. En primer lugar, denunció el incumplimiento de los compromisos asumidos por el gobierno (interpelación al ministro Ricardo Ehrlich, agosto de 2012). En segundo lugar, cambió su posición sobre la propuesta de creación del Partido de la Concertación en Montevideo (abril de 2013). Con estas señales, Larrañaga voló los puentes hacia el FA y se volvió a posicionar en un discurso de confrontación, puro y duro.

Esto pudo haber sido el comienzo de la reunificación discursiva de la oposición. No fue así. Como en un juego de espejos, dentro del Herrerismo pero trascendiéndolo, asomó el liderazgo del entonces diputado Luis Lacalle Pou. La estrategia de “la positiva” lo mostró como un líder distinto, audaz, con convicciones propias. Esto, junto al enorme desgaste realizado por Larrañaga en su vínculo con el gobierno de Mujica, le permitió imponerse en la primaria de 2014. Pero, al mismo tiempo, impidió que la oposición tuviera un discurso coordinado. Cambiaron los roles, la división discursiva se mantuvo.

La oposición recién se unificó, de hecho, durante estos meses del tercer mandato frenteamplista. Más allá de matices, hay un único discurso opositor. Todos confrontan. Nadie, o casi nadie, intenta tender puentes. Larrañaga volvió a la carga con el tema educación como demuestra la reciente interpelación a la ministra María Julia Muñoz. Los colorados, especialmente a través de Pedro Bordaberry, se esfuerzan por marcar distancia en temas cruciales, como en la resonante interpelación al canciller Rodolfo Nin Novoa. Lacalle Pou, por su parte, desde el comienzo del mandato de Vázquez, viene multiplicando críticas y cuestionamientos. Su sector, Todos, tomó la iniciativa de proponer la comisión investigadora sobre ANCAP, que tanto espacio viene ocupando en el debate público.

La coordinación discursiva de blancos y colorados es un dato nuevo del tablero político uruguayo. Y está lejos de ser un dato menor. Es evidente que una oposición unida es políticamente más poderosa que una oposición dividida. Pero el incremento en la capacidad de persuasión de la oposición no es suficiente para asegurarle poder desafiar exitosamente al FA dentro de cuatro años. Además de cooperar en la crítica están obligados a converger en la construcción de una alternativa. El FA ya demostró su enorme poderío político (que es mucho más que electoral) en el ciclo electoral 2014-2015. Lo exhibió en la elección nacional, por cierto, pero lo ratificó en la elección departamental de Montevideo. La oposición salió malherida y desanimada de las urnas. Las grietas y tropiezos del nuevo gobierno le devolvieron la esperanza. La convergencia en la crítica los fortalece. La descoordinación en la formulación de la alternativa los debilita.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)