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25.02.15

Dos presidentes, dos vocaciones, dos tradiciones

(El Observador) Aunque ambos han demostrado tener un fuerte arraigo popular, tienden a conectarse con tradiciones muy diferentes que vienen desde comienzos del siglo XIX. Mujica forma parte del linaje de los caudillos; Vázquez, se acerca mucho más a los modos de los doctores. Para Mujica, como para todo caudillo que se precie de tal, hay que desconfiar de los especialistas y sus doctrinas. La verdad no está en los libros. Se descubre a partir de la experiencia, por ensayo y error. El pragmatismo de Mujica contrasta con la aproximación a los asuntos políticos de tenor cientificista, positivista de Vázquez.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Se termina la presidencia de José Mujica. El próximo domingo, Tabaré Vázquez, un viejo conocido de los uruguayos, volverá a calzarse la banda presidencial. Ambos fueron electos por el mismo partido, el Frente Amplio, y con apoyos populares muy similares. Los dos nacieron en hogares humildes y dejaron una huella profunda en la política uruguaya. Entre sus respectivas gestiones, en lo que refiere a la orientación de las principales políticas públicas, hubo muchas más continuidades que novedades. Sin embargo, sus perfiles en tanto líderes políticos son realmente muy distintos. Lo que sigue es un intento por sistematizar diferencias que no han pasado desapercibidas por el público.

Vázquez ha sido un político más ocasional que profesional. A lo largo de su vida, dedicó la mayor parte de su tiempo y de su energía a su profesión (oncología y radioterapia). De todos modos, la medicina, su gran pasión, fue perdiendo espacio a medida que la fortuna decidió que su carrera política fuera cada vez más exitosa. Para él, el “éxito” en la esfera privada (ya sea en el mundo profesional, académico o empresarial) ayuda a calificar el valor de las personas (un individuo exitoso es el que “hizo carrera”). Mujica, en cambio, fue siempre un militante político arquetípico, una persona consagrada de sol a sol a los asuntos públicos, un político vocacional y profesional. En su tabla de valores, la noción de “éxito” personal, individual, no tiene sentido. Una vida virtuosa es la que se consagra al servicio público (siempre y cuando, además, en el ámbito privado, se viva con sencillez y austeridad). Para Vázquez, la política fue otra “carrera”. Para Mujica, fue, es, y seguirá siendo, una misión.

Para Vázquez el buen político es el que habla poco y concreta mucho. Por eso, la capacidad de obtener resultados tangibles es un atributo clave del liderazgo político. Esto requiere, a su vez, saber ejercer la autoridad, respetar las jerarquías y asegurar que los compañeros cultiven la lealtad. Para Mujica, en cambio, el buen político es el que es capaz de identificarse con los padecimientos de los electores. Con sus votantes y compañeros prefiere siempre la horizontalidad de la discusión a la verticalidad del mando. Vázquez prefiere ser formal, cauteloso, previsible, ordenado y cumplir lo prometido. Mujica disfruta la informalidad, el riesgo, el desorden, los golpes de efecto y cambiar los parámetros de lo posible. Vázquez se fija metas y se las ingenia para cumplirlas. Mujica tiene facilidad para cambiarlas en función de las circunstancias.

Supongo que si Juan Pivel Devoto viviera diría que, aunque ambos han demostrado tener un fuerte arraigo popular, tienden a conectarse con tradiciones muy diferentes que vienen desde comienzos del siglo XIX. Mujica forma parte del linaje de los caudillos mientras que Vázquez se acerca mucho más a los modos de los doctores. Para Mujica, como para todo caudillo oriental que se precie de tal, hay que desconfiar de los especialistas y sus doctrinas. La verdad no está en los libros. Se descubre a partir de la experiencia, por ensayo y error, haciendo más que leyendo. El pragmatismo de Mujica contrasta con la aproximación a los asuntos políticos de tenor cientificista, positivista, que siempre ha demostrado preferir Vázquez, no en vano, un hombre formado en el mundo universitario. Vázquez, el doctor, se parece a Ricardo Lagos. Mujica, el caudillo popular, se identifica con Lula da Silva.

No es difícil vincularlos a otras tradiciones. Vázquez es un típico producto de la izquierda uruguaya de los 60, racionalista, iluminista, meritocrático, y del Partido Socialista, en particular, que siempre facilitó que sus afiliados compatibilizaran el éxito personal con la militancia política. Formado en esa izquierda, que no ocultaba su desprecio hacia los partidos tradicionales desde los tiempos en que Emilio Frugoni denostaba la “política criolla”, ha cultivado un frenteamplismo duro, de puertas cerradas, jacobino, que muestra una bajísima propensión al diálogo con los que no pertenecen a su bando. Mujica viene de otra tradición. No puede ni quiere disimular su formación blanca, su militancia en el Herrerismo con Enrique Erro. Por eso mismo hizo gala, especialmente al principio de su mandato, de una capacidad rara en un hombre de la izquierda uruguaya para salir de la ciudadela frenteamplista para ir al encuentro de los demás partidos. Frenteamplista a secas, el primero. Más “frentegrandista” que frenteamplista, el segundo.

No es muy difícil, cuando se hace este repaso, entender por qué la izquierda uruguaya ha terminado siendo un partido predominante. El FA logró sumar tradiciones muy distintas que vienen de muy lejos. Combinó la corriente doctoral con la caudillista, la vertiente socialista con la tradición nacionalista, la visión del Estado como “escudo de los débiles” del batllismo con la tradición herrerista. El movimiento pendular Vázquez-Mujica-Vázquez simboliza muy bien esta síntesis poderosa y sorprendente.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)