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11.02.15

Dilemas de la oposición: identidad versus necesidad

(El Observador) Tanto batllistas (en el Partido Colorado) como wilsonistas (en el Partido Nacional) se autoidentifican como de centro-izquierda. Por eso mismo, cuando piensan en construir una alternativa política al Frente Amplio no disimulan su reticencia a que el proyecto alternativo pueda ser definido como liberal o de centroderecha. ¿Cómo no entenderlos? Batllistas y wilsonistas fueron, en sus tiempos de gloria, proyectos que perfectamente pueden ser definidos como socialdemócratas.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Uno de los libros más influyentes en la literatura especializada en procesos de adaptación partidaria es The Transformation of European Social Democracy, publicado en 1994 por el politólogo alemán Herbert Kitschelt. En un contexto como el de comienzos de los noventa (derrumbe del “socialismo real” y crisis del Estado de Bienestar, auge del liberalismo económico, fuerte competencia con los partidos de izquierda-libertaria), de tantas dudas acerca de las perspectivas de los partidos socialdemócratas europeos, argumentó que estas organizaciones no estaban condenadas al declive electoral. Su futuro, afirmó, estaba en las manos de sus propios líderes y militantes.

Para adaptarse exitosamente a los nuevos desafíos del entorno, los partidos socialdemócratas tendrían que ser capaces de trazar una estrategia innovadora, que les permitiera maximizar el logro de sus objetivos (votos o cargos) en las nuevas circunstancias. La nueva estrategia, por definición, los obligaría a alejarse de sus propias tradiciones. Por eso mismo, su adopción no podía ser sencilla ni automática, y dependería, en buena medida, de las características organizacionales del partido. Dado que la inercia de la tradición ideológica partidaria tiende a frenar la adopción de nuevas orientaciones, cuanto más autónoma fuera la dirección del partido respecto a la estructura de militantes mayor sería la probabilidad de que pudiera implementarse una nueva estrategia.

El argumento de Kitschelt alimentó una cantidad innumerable de investigaciones sobre la dinámica ideológica de los partidos de izquierda. Sin embargo, también puede ayudarnos a pensar acerca de los desafíos estratégicos de los partidos políticos en general, más allá de su signo ideológico. Por eso mismo puede ser útil para explicar las dificultades que enfrentan, durante la era progresista, colorados, blancos y, por qué no, independientes, a la hora de elaborar e implementar estrategias electorales que les permitan desafiar el impactante predominio frenteamplista. El futuro de estos partidos está en las manos de sus militantes y dirigentes. No puedo examinar acá la dimensión organizacional priorizada en su momento por Kitschelt. Pero es evidente que, en los tres casos, asoma claramente el pleito entre la necesidad de una nueva estrategia y las tradiciones ideológicas que está en el fondo mismo de su argumentación.

He venido sosteniendo que los partidos de oposición en Uruguay, los tres más importantes, están condenados a cooperar entre sí o a seguir mirando cómo el FA sigue gobernando. Sin embargo no lo hacen ni dan señales de estar dispuestos a recorrer este camino. La principal razón es muy sencilla. Sus tradiciones ideológicas conspiran contra sus intereses electorales. Veamos algunos ejemplos. Los independientes fueron invitados, en su momento, a formar parte del Partido de la Concertación. En nombre de la “independencia” respecto a los dos grandes bloques (el valor más preciado para ellos) dijeron muy pronto que no. Automáticamente, el nuevo partido, hijo de la necesidad, construido para intentar desafiar la hegemonía frenteamplista en Montevideo, recibió un disparo en un ala (después recibiría otros).

Blancos, colorados e independientes, al menos en teoría, podrían formular una alternativa al FA. La del 2014 fue la segunda elección consecutiva con balotaje. Si los partidos de oposición se las ingeniaran para sumar todos y cada uno de sus votos en octubre (sin fugas ni dudas), podrían realmente disputar la elección del cargo presidencial en noviembre. Hasta ahora no lo han hecho y, en consecuencia, han sido categóricamente derrotados en los dos balotajes. ¿Por qué no coordinan más estrecha, explícita y planificadamente? No lo hacen, en gran medida porque sus respectivas tradiciones, tan distintas, todavía los separan demasiado. Blancos, colorados e independientes se sienten diferentes entre sí. Temen, además, que la cooperación debilite sus identidades. Mientras tanto, a nivel nacional, el FA sigue reinando.

Tanto batllistas (en el Partido Colorado) como wilsonistas (en el Partido Nacional) se autoidentifican como de centro-izquierda. Por eso mismo, cuando piensan en construir una alternativa política al Frente Amplio no disimulan su reticencia a que el proyecto alternativo pueda ser definido como liberal o de centroderecha. ¿Cómo no entenderlos? Batllistas y wilsonistas fueron, en sus tiempos de gloria, proyectos que perfectamente pueden ser definidos como socialdemócratas. Es más: ellos eran las mejores versiones criollas de la socialdemocracia cuando la izquierda, en nombre de la revolución, renegaba abiertamente de esa definición. Sin embargo, la resistencia de estos sectores a asumir el nuevo papel que les ha reservado la historia no hace más que facilitar la reproducción del predominio frenteamplista a nivel nacional.

En los tres casos la identidad, como teorizaba Kitschelt, obstaculiza la estrategia dictada por la necesidad. No me asombra que esto ocurra. No será quien firma estas líneas, que lleva casi dos décadas diciendo que la política no es mero cálculo electoral y que las ideas (principios, valores creencias, cosmovisiones) importan, el que se sorprenda de ver a militantes y dirigentes buscando cultivar y preservar sus tradiciones, y negándose a hacer, simplemente, lo que la lógica indica. Pero está claro que mientras no lo hagan seguirán contemplando (desde las butacas numeradas de la platea parlamentaria) el espectáculo refundacional del FA.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)