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15.01.15

Ciencia política y partidización

La ciencia política uruguaya nació tomando distancia de los partidos. Gracias a eso se volvió una disciplina creíble y apreciada por el público. Esto, a su vez, hizo que los partidos, cada vez más, intenten obtener el compromiso político de muchos politólogos. Como es natural, la presión hacia el alineamiento partidario no se ejerce sobre todos sino sobre aquellos que más presencia tienen en el debate público y que, gracias a su desempeño como analistas en los medios, más simpatía o confianza lograron despertar en el público.
Por Adolfo Garcé

El que se terminó, el 2014, fue el año más difícil para los politólogos desde que se consolidó la profesión (nunca antes habíamos sido tan cuestionados). El que ya empezó, el 2015, es el de los 25 años de puesta en funcionamiento de la Licenciatura en Ciencia Política. Esta coincidencia constituye un excelente pretexto para compartir algunas reflexiones sobre evolución y desafíos de nuestra disciplina.

Hace algunos años, Romeo Pérez Antón, uno de los fundadores de la ciencia política en Uruguay señaló una paradoja muy interesante. Uruguay, escribió, tiene algunos de los partidos políticos más longevos del mundo y una vida política intensa; sin embargo, el desarrollo de la ciencia política ha sido muy tardío en comparación con otros países. Él mismo sugirió que, probablemente, la sofisticación del debate teórico entre los partidos haya conspirado contra el desarrollo de una disciplina académica. También es posible, agregué yo, que la virulencia de la competencia política haya conspirado contra el proceso de legitimación de una mirada independiente, autónoma, con pretensión de neutralidad respecto a las luchas por el poder entre los partidos.

La crisis política que derivó en la instauración del régimen autoritario fue el telón de fondo de la irrupción de los primeros trabajos con vocación politológica. Dos abogados, Carlos Real de Azúa y Aldo Solari, fueron quienes sentaron las bases de la investigación en estas disciplinas durante los años sesenta. Un poco después, la dictadura, lejos de bloquear el desarrollo de la nueva disciplina, contribuyó a su despegue. Este curioso efecto operó de dos maneras. Algunos universitarios, obligados a emigrar, hicieron estudios de posgrado en ciencia política y tejieron redes académicas que favorecieron el desarrollo ulterior. Los que pudieron optar por permanecer en el país, se refugiaron en los centros de investigación privados (Claeh, Ciedur, Cinve, Ciesu). Desde allí dieron un impulso importante al desarrollo de la investigación en ciencia política.

Es sobre la base de estas acumulaciones académicas que, a la salida de la dictadura, se formó el Instituto de Ciencia Política (ICP), primero dentro de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, y luego, una vez que Ciencias Sociales se desgajó de la de Derecho, como uno de los departamentos académicos de la nueva facultad. El ICP impulsó la actividad de enseñanza, diversos programas de investigación en múltiples áreas, y las primeras publicaciones de la disciplina. Además, bajo la dirección fundacional de Jorge Lanzaro, logró tomar distancia de los partidos y de la filosofía del “compromiso” propia de los universitarios de los sesenta, pero, al mismo tiempo, construir un diálogo amable y mutuamente beneficioso con las elites políticas.

Algunas instituciones privadas también han jugado un papel muy importante en el despegue de la ciencia política. Las empresas especializadas en los estudios de opinión pública (como Equipos-Mori, Cifra y Factum, entre otras) hicieron una contribución muy importante. Gracias a la precisión de sus mediciones y al acierto de sus pronósticos electorales facilitaron que los dirigentes políticos, los medios de comunicación y el público aprendieran a valorar el aporte de la nueva disciplina. Las universidades privadas, poco a poco, pasaron a impartir clases de ciencia política e instalaron programas de investigación. En este sentido, se destaca muy especialmente el esfuerzo que viene realizando la Universidad Católica para conformar y sostener un núcleo muy calificado de investigadores.

Al cabo de este proceso, con los politólogos, terminó pasando lo mismo que ocurrió con los economistas 30 años atrás, cuando los partidos, advirtiendo el prestigio social que habían acumulado, empezaron a demandarlos e incluirlos en listas electorales. El año pasado, una exdirectora del ICP, Constanza Moreira, compitió con Tabaré Vázquez por la candidatura presidencial del FA. Conrado Ramos, otro politólogo, también del ICP, luego de haber tenido un cargo importante en el gobierno de Tabaré Vázquez, fue candidato a la vicepresidencia por el pequeño Partido Independiente. Además, varios egresados de la carrera compitieron por cargos electivos en la Cámara de Representantes en diversos partidos (como Fernando Amado o Fitzgerald Cantero).

La ciencia política uruguaya nació tomando distancia de los partidos. Gracias a eso se volvió una disciplina creíble y apreciada por el público. Esto, a su vez, hizo que los partidos, cada vez más, intenten obtener el compromiso político de muchos politólogos. Como es natural, la presión hacia el alineamiento partidario no se ejerce sobre todos sino sobre aquellos que más presencia tienen en el debate público y que, gracias a su desempeño como analistas en los medios, más simpatía o confianza lograron despertar en el público. Muchos politólogos, a su vez, sabiendo que los partidos son actores fundamentales en el sistema político, terminan aceptando la invitación, cruzando el puente y declarando sus preferencias partidarias.

El círculo parece empezar a cerrarse. El impulso inicial hacia la autonomía tiende a debilitarse. A los politólogos les resulta cada vez más normal pasar de la academia a la política, y del análisis (que aspira a ser neutral) a la militancia (que procura buscar votos). Es imprescindible preguntarse qué consecuencias puede tener esto en la evolución futura de la disciplina.