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07.02.14

La declaración de La Habana: a medio siglo de distancia

(Cubanet) En lo esencial, el régimen de la Isla no ha variado en estos 52 años, pero sí ha habido cambios de enfoques que vale la pena resaltar ahora. Una comparación entre ambos documentos casi homónimos, de 1962 y 2014, nos permitirá valorar algunas de las diferencias sustanciales en el modo de encarar la problemática regional.
Por René Gómez Manzano

(Cubanet) La llamada Declaración de La Habana fue el documento fundamental que emitió la tan llevada y traída Cumbre de la CELAC, recién concluida en la capital cubana. Esta denominación nos hace recordar otro escrito de nombre análogo, proclamado en pleno apogeo de Fidel Castro, hace más de medio siglo: la Segunda Declaración de La Habana.

En lo esencial, el régimen de la Isla no ha variado en estos 52 años, pero sí ha habido cambios de enfoques que vale la pena resaltar ahora. Una comparación entre ambos documentos casi homónimos nos permitirá valorar algunas de las diferencias sustanciales en el modo de encarar la problemática regional.

La Segunda Declaración de La Habana (primera en el tiempo de las dos que analizaré aquí) representó la apoteosis de las ideas del marxismo leninista, erigidas por el Máximo Líder y sus seguidores en doctrina oficial. Con fanatismo de nuevos conversos, la dirección revolucionaria enarboló ante Cuba y el mundo las flamantes doctrinas, empleándolas como herramientas para interpretar la realidad.

En el estilo característico de Fidel Castro, se levantaba el dedo acusador contra el “Gran Satán”: “¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?”

En el nuevo catecismo rojo figuraban todos los lugares comunes del bolchevismo internacional: “Las ideas de Marx, Engels y Lenin”, “la explotación del trabajo humano”, “la crisis general del capitalismo”, “las leyes objetivas que rigen el desarrollo de las sociedades humanas”, “las masas explotadas de América”…

La sección final del documento tiene un subtítulo que resumía el sentido de la larga diatriba: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”. Pero esto último se veía con la peculiar óptica que enaltecía a los insumisos “armados de piedras, de palos, de machetes…” Y concluía: “Porque esta gran humanidad ha dicho ‘¡Basta!’ y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia…”.

La idea central era subvertir a Latinoamérica a tiro limpio. Resulta conveniente recordar que, no mucho tiempo después, Ernesto Guevara lanzó su consigna genocida: “¡Crear dos, tres, muchos Vietnam!” La alucinante frase era coreada gustosamente en La Habana, y hasta un musiquito italiano la convirtió en estribillo de una tonada.

Hoy, al cabo de medio siglo, ¿qué queda de toda esa exaltación afiebrada? Los propósitos de convertir a los Andes en la Sierra Maestra de América Latina, por los que pagó bien caro el Erario Cubano, terminaron en un rotundo fracaso. Esto lo experimentaron en carne propia el mismo Guevara y varios de sus compañeros de aventura. El fiasco de Bolivia se repitió en otros países del continente.

En la actualidad, de regreso de esos ambiciosos y agresivos planes que han dejado un sedimento de subversión planetaria, el llamado “socialismo del siglo XXI” ha triunfado en algunos estados iberoamericanos. Pero no a través de las balas, sino de los votos. Sus líderes respectivos, ansiosos de afianzar su poder y perpetuarse en él, miran como su mentora a Cuba, que exhibe un régimen enraizado en los peores modelos estalinistas de la centuria anterior.

Esos señores no constituyen las fuerzas predominantes ni las más fructíferas en Nuestra América, aunque sí son las más vociferantes. En cualquier caso, tanto esos gobiernos como otros de talante más sereno han proclamado en la reciente Declaración de La Habana unos principios que difieren por completo del escrito homónimo de 1962.

En el de ahora leemos: “La solución pacífica de controversias”, “fortalecer el consenso”, “la prohibición del uso y de la amenaza del uso de la fuerza”, “la solidaridad y la cooperación”, “trabajar para fortalecer el orden económico mundial”, “nuestra más seria preocupación por la grave situación humanitaria y de seguridad en la República Árabe Siria”, “consolidar a América Latina y el Caribe como Zona de Paz”.

Ni siquiera importa demasiado que este último pronunciamiento haya sido acordado teniendo como anfitrión al mismo gobierno que, violando acuerdos de la ONU, se prestó a enviar a la impresentable satrapía de Corea del Norte armas diversas de forma subrepticia, sin brindar atención alguna al carácter pacífico del Canal de Panamá. Como se sabe, ésta fue la razón de la ausencia del presidente istmeño en la Cumbre.

Decididamente, en lo esencial, los cambios en la política exterior del castrismo han sido para mejor. Pero resulta conveniente no olvidar lo proclamado de modo solemne en su tiempo, que también forma parte inseparable del tenebroso legado que este régimen ha dejado a la Nación Cubana.

René Gómez Manzano reside en La Habana, Cuba, es abogado y periodista independiente.