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08.05.13

Evo Morales, «eterno»

(Río Negro) El argumento del Tribunal Constitucional de Bolivia se suma así a la lista de pretextos pintorescos con que en América Latina se intenta justificar la "eternidad" de los mandatos presidenciales. Bastaría que un presidente, estando en el límite de su segundo mandato, reformara la Constitución proclamando la "refundación del Estado" para que el contador se pusiera a cero y pudiera continuar tranquilamente aferrado al poder.
Por Aleardo F. Laría

(Río Negro) La Constitución de Bolivia limita a sólo dos períodos –de cinco años cada uno– el número de mandatos consecutivos que puede ejercer el presidente. Es la situación del actual mandatario Evo Morales que, elegido en el 2006, fue reelecto en el 2009 y por consiguiente no podría optar por un tercer mandato en las próximas elecciones previstas para diciembre del 2014. Sin embargo, el Tribunal Constitucional, ante una consulta promovida a instancias del partido de Morales, acaba de dictar una resolución declarando que es constitucional que el presidente opte por un tercer mandato.

La sentencia del Tribunal Constitucional (TC) fue comunicada en rueda de prensa por su presidente, Ruddy Flores. El argumento que respalda la nueva postulación de Morales y de su vicepresidente Álvaro García Linera consiste en considerar que el segundo mandato que comenzaron en el 2009 cuenta como primero del "Estado plurinacional" refundado ese año. En el 2009 se reformó la Constitución y, según el TC, "se ha realizado la refundación del Estado como un Estado Plurinacional y esa refundación emerge de un poder constituyente que ha generado una nueva Constitución Política del Estado que contempla un nuevo orden que contiene la aplicación de la Constitución", dijo Flores.

El argumento del Tribunal Constitucional de Bolivia se suma así a la lista de pretextos pintorescos con que en América Latina se intenta justificar la "eternidad" de los mandatos presidenciales. Bastaría que un presidente, estando en el límite de su segundo mandato, reformara la Constitución proclamando la "refundación del Estado" para que el contador se pusiera a cero y pudiera continuar tranquilamente aferrado al poder. Es un argumento que suena poco convincente, pero tal vez entusiasme a alguno de los gobernadores que aspiran a la "eternidad", de modo que no sería de extrañar que pronto nos propongan "refundar" alguna de nuestras provincias argentinas.

Los dirigentes de la oposición criticaron, naturalmente, el fallo del Tribunal Constitucional. Samuel Doria Medina, el líder de la Unidad Nacional, un partido que agrupa a la centroderecha, recordó que en 2008 Morales anunció que no aceptaría una re-reelección. Frente a la propuesta que le hicieron para posibilitar dos reelecciones inmediatas, Morales dijo en un acto público en La Paz: "Yo renuncié por la unidad del país" (a esa posibilidad) porque "no soy ambicioso".

La vocación por mantenerse "eternamente" en el poder es una tentación permanente en nuestras frágiles democracias latinoamericanas. Obedece a la presencia de dos motivaciones que se entrecruzan en el populismo vernáculo. En primer lugar está el "clamor" de los seguidores del líder, que conforman una enorme pirámide de ancha base y aspiran a conservar los puestos que garantizan su inesperado confort material. En segundo lugar, todos los líderes populistas se declaran portadores de una misión histórica que supuestamente demandaría décadas de denodados esfuerzos para alcanzar sus fines, de modo que consideran siempre insuficientes los períodos concedidos por la Constitución.

Cuando alguien proclama que su misión histórica consiste en "derrotar al imperialismo", "acabar con la oligarquía" o "conquistar el socialismo del siglo XXI", se pone por delante objetivos tan etéreos que nunca resultan alcanzables. Recuerdan aquellos objetivos proclamados en los años setenta que aspiraban a conseguir el "hombre nuevo", es decir, hacer en un par de décadas el trabajo que no pudieron culminar miles de años de lento e imperceptible esfuerzo civilizador.

Sorprende que argumentos tan pueriles puedan ser defendidos por tantas personas. En ocasiones, hasta consagrados intelectuales –que lanzan como Júpiter flagrantes "cartas abiertas"– se suman al entusiasmo re-reeleccionista. Todos, de una u otra manera, ocupan un nicho en la nutricia pirámide del poder y temen que la conformación de una nueva pirámide alrededor de un nuevo liderazgo los deje fuera de juego. Ese temor explica que ni siquiera se atrevan a pensar en un líder alternativo que, aunque proveniente del mismo partido, ofrezca al menos una apariencia de alternancia.

Mientras la sociedad no fulmine con sus votos estos intentos espurios de mantenerse en el poder, seguirán floreciendo imaginativas iniciativas de este tipo. Sólo cuando una mayoría de ciudadanos incorpore con naturalidad la idea de que no existen personas insustituibles y es buena para la democracia la renovación permanente de los gestores públicos desaparecerán estas maniobras deplorables dirigidas a preservar los privilegios de políticos sin escrúpulos.

"El poder es un servicio", ha dicho el nuevo papa. Y esa reducida frase encierra una gran enseñanza. Servir al otro es lo contrario a servirse de los otros. Parece algo básico y elemental y, sin embargo, cuesta incorporarlo a nuestra cultura política de inconscientes ensoñaciones monárquicas.

Fuente: Diario de Río Negro