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14.02.12

Entre la interpretación y el relato

El kirchnerismo, con su lógica militante y al servicio del poder, busca la imposición de un relato único, monopolizando una versión no expuesta a debate del pretérito común de los argentinos. Es el armado de una narración de connotaciones épicas en la que hay omisiones deliberadas y la magnificación de episodios o personajes que fueron irrelevantes, o bien la adulteración lisa y llana de los hechos.
Por Ricardo López Göttig

Que el kirchnerismo se ha zambullido de lleno en una batalla cultural para cambiar el pasado de los argentinos no es nuevo y, en rigor, bastante éxito está logrando en sus resultados. Esta construcción del “relato” se opone a la labor de interpretación que, con paciencia y rigor, lleva adelante un historiador.

Cada estudioso del pasado, desde su mirada personal, pondrá mayor o menor énfasis en determinados hechos del pretérito, pero no podrá eliminarlos ni borrarlos como si no hubiesen existido. Tendrá su propia interpretación de lo ocurrido, a la que sumará nuevos documentos que haya encontrado que estuvieron olvidados, perdidos o, simplemente, que no fueron leídos hasta el momento. El historiador trabaja con documentación que debe estar al alcance de sus colegas y, por consiguiente, ser sometida a nuevas lecturas interpretativas. En gran medida es como el trabajo de un detective, que va enhebrando en su mente y en sus escritos sobre aquello que pasó, aun cuando no disponga de la totalidad del cuadro.

El kirchnerismo, con su lógica militante y al servicio del poder, busca la imposición de un relato único, monopolizando una versión no expuesta a debate del pretérito común de los argentinos. Es el armado de una narración de connotaciones épicas en la que hay omisiones deliberadas y la magnificación de episodios o personajes que fueron irrelevantes, o bien la adulteración lisa y llana de los hechos. No hay búsqueda de la verdad –que siempre nos es esquiva-, no hay fundamentación en documentos, sino la articulación de un discurso maleable a las circunstancias políticas de cada momento.

Esta pérfida batalla cultural hace daño, porque la pasión vocinglera desplaza al raciocinio. Se abandona el estudio metódico, silencioso y reflexivo por el discurso desde la tribuna, el canto pegadizo de la murga o el cable de Télam. Se empobrece a las nuevas generaciones con una visión falaz, construida desde la cima del poder, con el objeto de transformarlas en militantes disciplinados, obedientes y sin capacidad de juzgar como ciudadanos libres.

El autor es Doctor en Historia y analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).