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14.07.11

¿Qué debería contener el discurso de oposición para seducir a votantes que buscan proyectos alternativos?

El caso del PRO muestra que construir una fuerza basada en un discurso alternativo e innovador está lejos de ser una imposibilidad, pero también ilustra los errores que es preciso evitar. La oportunidad está servida.
Por Adrián Lucardi

BUENOS AIRES, jul 13 (DyN).- En el año 2003, el politólogo Juan Carlos Torre publicó “Los huérfanos de la política de partidos”, un artículo en el que argumenta que la crisis de representación que explotó en 2001 (el “que se vayan todos”) fue un fenómeno que no abarcó a la totalidad de la sociedad argentina, sino que se limitó a las clases medias y altas.

En otras palabras, Torre sostenía que el electorado tradicionalmente antiperonista quedó “huérfano”, porque se quedó sin alternativas electorales que lo representaran.

Diez años después, esa situación de orfandad persiste: entre 2003 y la fecha lo único que unió a esos sectores fue el rechazo a ciertas políticas o personajes puntuales, pero no el entusiasmo detrás de un proyecto alternativo.

Lo bueno del caso es que ello ofrece una oportunidad inmejorable para el primer político de la oposición que logre articular un discurso que vuelva a seducir a esos sectores. Pero para resultar exitoso, dicho discurso debe respetar cuatro principios centrales.

Primero, tiene que ser positivo, coherente e integrador. Positivo, porque debe proponer algo concreto, ir más allá del simple rechazo al oficialismo de turno. Coherente, porque no debe ofrecer una mera colección de palabras bonitas, sino un discurso mínimamente estructurado. Integrador, para convencer a gente ubicada en lugares disímiles de que pueden formar parte de un proyecto político común.

Segundo, debe ser innovador, pero no tanto. Innovador, porque debe representar un quiebre con lo que se está acostumbrado a oír en el debate público. No tanto, porque tiene que resonar entre los votantes, tocar un nervio sensible que ya esté presente.

Tercero, debe ser defendido con convicción, incluso si ello implica pagar costos políticos. La política es unir y construir, pero también saber diferenciarse y marcar límites. Eso es algo que Carlos Menem y Néstor Kirchner sabían muy bien, pero que otros (Mauricio Macri) parecen ignorar.

Cuarto, debe abandonar el antiperonismo, el elemento en el que se cimentaron todas las coaliciones políticas que buscaron el voto de las clases medias y altas entre 1946 y la fecha. Los políticos con pedigrí antiperonista ya existen (la UCR, Elisa Carrió) y, además, en el futuro previsible el peronismo va a controlar tanto el Senado nacional como la mayoría de las gobernaciones provinciales, dos espacios clave para asegurar la gobernabilidad en la Argentina.

Ahora bien, ¿cómo sería ese discurso? Aunque se trata de construir una propuesta alternativa, antes que defender una ya articulada, la misma debería enfatizar al menos dos factores que están ausentes del debate público actual, sea oficialista u opositor.

El primer ítem es la cultura del trabajo que sigue vigente en buena parte de la sociedad argentina: se necesitan políticos que digan con todas las letras que quienes trabajan tienen derecho a disfrutar del fruto de ese trabajo y no limitarse a pagar las fantasías o los experimentos de otros.

Por supuesto, ello no quiere decir que quienes no tienen empleo merecen su situación, pero sí que quienes disponen de un trabajo no son responsables de la situación de otros. La mejor forma de combatir la desocupación no pasa por ofrecer opciones para no trabajar, sino por permitir que los empresarios generen empleo.

El segundo es la falta de seriedad y sentido común que muchas veces caracteriza al discurso de la dirigencia vernácula. No es raro que políticos, periodistas e intelectuales se enfrasquen en discusiones (como las recientes sobre candidaturas) por las que el hombre de la calle no siente el menor interés ni entusiasmo. Hay que abrir el debate público, incorporar temas que preocupan a la gente aunque no predominen en los medios.

En sus comienzos, el PRO parecía cumplir con esta promesa: un partido moderno, resistido por los intelectuales, pero votado por la gente y que, sin dejar de estar más cerca de las clases medias y altas, también podía tener llegada a los votantes tradicionalmente peronistas. Pero, más allá del triunfo del domingo 10 de julio, las fallas del PRO en materia de gestión y la falta de grandeza en la defensa de un proyecto político concreto truncan esa promesa.

En suma, el caso del PRO muestra que construir una fuerza basada en un discurso alternativo e innovador está lejos de ser una imposibilidad, pero también ilustra los errores que es preciso evitar. La oportunidad está servida. ¿Habrá alguien dispuesto a aprovecharla?

(*) ADRIAN LUCARDI es investigador asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América latina (CADAL).