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07.12.06

Cuando el silencio no es salud

Por Ricardo López Göttig

La complicidad hipócrita con los dictadores suele disfrazarse de ingenuidad. Legiones de periodistas, académicos e incluso políticos bien informados, optan por congraciarse con los regímenes dictatoriales y hasta alaban sus "logros", en tanto critican acerbamente a las democracias liberales por problemas como la inseguridad, la pobreza, el desempleo o la polución ambiental. En los años setenta apareció en Buenos Aires un slogan muy sugerente: " el silencio es salud". Esta parece ser la actitud que han elegido muchos de los actuales aspirantes a ingenuos ante la ausencia de las libertades fundamentales en las dictaduras aún existentes.

Esta conducta no es nueva en los países democráticos. En los años treinta, en los que el mundo parecía encaminarse hacia los dos grandes totalitarismos, dejando en el pasado a las democracias liberales, muchos intelectuales escribieron, hablaron y actuaron a favor de los regímenes criminales del nazismo, del comunismo y el fascismo. Cantaban loas a los "grandes conductores", a su capacidad de tomar decisiones sin pasar por debates parlamentarios, a su supuesta capacidad de gestión del estado. En el Occidente democrático, procuraban entusiasmar a los aún escépticos con las faraónicas obras públicas que se erigían en las dictaduras, como las autopistas del nacionalsocialismo. El énfasis estaba en el "pleno empleo" que había conseguido el nazismo en el poder, en tanto que muy pocos elevaban sus voces de repudio a la legislación antisemita, a las persecuciones a las minorías étnicas, a la represión a los opositores demócratas y el silenciamiento de la libertad de expresión antes de la guerra mundial. Muchos se "sorprendieron", tras la guerra, de la existencia de los campos de exterminio nazis en los que murieron millones de judíos, gitanos y opositores.

Cuántos se maravillaron por las grandes "conquistas" sociales de Josef Stalin, con su industrialización acelerada y su reforma agraria en contra de los grandes terratenientes. Las decenas de millones de muertos en los genocidios del comunismo soviético no contaban: los que murieron por hambrunas, deportaciones, fusilamientos, purgas despiadadas, acusaciones de sabotaje, enfermedades y desamparo. Eran tiempos en que la libertad y la dignidad humana nada valían, en homenaje a la construcción del totalitarismo y sus grandes "logros" para la humanidad…

Se admiraba con fascinación esas grandes manifestaciones de hombres y mujeres en actitud marcial, demostrando su total sumisión y fervor unánime por el régimen imperante.

Cuántos descubrieron, entre horrorizados y falsamente sorprendidos, el legado que dejó el comunismo en Europa central y oriental, tras más de cuarenta años de opresión. Los basureros nucleares, la polución de las grandes ciudades, el hacinamiento en las viviendas, las bajas expectativas de vida de la población general, el apartheid implantado por los partidos comunistas para beneficiar a sus líderes con alimentos, ropa y vivienda de calidad occidental, la miseria y la corrupción generalizada para lograr sobrevivir: estos fueron los verdaderos "logros" en pos del Hombre Nuevo.

¿Cuántos periodistas, intelectuales y políticos se sorprenderán cuando caiga el régimen de Fidel Castro, y vean cómo viven los millones de cubanos que no lograron huir de su patria? ¿Qué dirán, cuando reconozcan que los que arriesgaron sus vidas para salir de la isla cárcel no eran agentes de la CIA y del imperialismo, sino humildes hombres y mujeres que sólo anhelaban escapar de la miseria extrema, la opresión y la insalubridad?

Cuando se trata de dictaduras y muerte, el silencio nunca es salud.

Ricardo López Göttig es Doctor en Historia, egresado de la Universidad Karlova de Praga (República Checa). Investigador de CADAL y de la Fundación Hayek, y director del Instituto Liberal Democrático.