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22.08.06

Cuba: Hierro o terciopelo

Por Ricardo López Göttig

En las democracias liberales, en las que impera el Estado de Derecho, una sucesión presidencial no es un hecho traumático y las instituciones siguen funcionando. Si un presidente o primer ministro fallece o queda inhabilitado por una enfermedad, ya está estipulado por el texto constitucional y las leyes quién habrá de reemplazarlo, evitando incertidumbres y nubarrones sobre la continuidad entera de un sistema de gobierno. Distinto es lo que ocurre con las dictaduras: sostenidas en torno al culto a un líder, un hombre providencial, las autocracias tiemblan cuando falta el déspota arbitrario, en torno al cual gira toda la existencia del país. La dinastía socialista de los Castro es un ejemplo de ello, tal como ocurrió con la dinastía del otro "paraíso del proletariado", Corea del Norte, cuando el autócrata Kim Il Sung falleció en 1994, sucediéndolo su hijo Kim Jong il.

En Cuba puede abrirse la puerta a una posible transición a una sociedad abierta y democrática, tal como ocurrió quince años atrás en Europa oriental. Hay dos caminos posibles para ello: el del hierro o el de terciopelo. El camino de hierro significa el golpe interno dentro del Partido Comunista para seguir conservando el poder, con la apariencia de una transición ordenada. Es lo que ocurrió en Rumania y Bulgaria en 1989. En el primero de los casos, el dictador Ceauçescu, su esposa y su hijo (otra dinastía socialista) fueron fusilados tras un rápido y sumario "juicio", y los miembros del PC disfrazaron un traspaso del poder. En Bulgaria, Todor Zhivkov también fue depuesto por el Partido Comunista, que se transformó en Partido Socialista y manejó a su antojo la "transición". En ambos casos, eran países con una oposición sumamente endeble y sin un pasado democrático al cual remitirse. Estas "transiciones de hierro", en el que el poder lo siguieron manejando antiguos miembros del Partido Comunista, significaron un retraso para estas naciones en su apertura a la democracia y la modernidad.

Las transiciones de terciopelo han sido exitosas. La revolución de terciopelo en la antigua Checoslovaquia, en la que no hubo derramamiento de sangre, fue una transición basada en el diálogo con el Partido Comunista. La oposición se unificó en el Foro Cívico, reuniendo a pequeñas organizaciones que defendían los derechos humanos y minúsculas organizaciones de ideologías y orígenes diferentes, pero con el común objetivo de restaurar la democracia y la república. Checoslovaquia había sido uno de los pocos países democráticos de Europa central durante el período de entreguerras, en tanto sus vecinos sucumbían a dictaduras y totalitarismos. El liderazgo del dramaturgo y ensayista Václav Havel, acompañado por un grupo de intelectuales disidentes, logró aglutinar a la mayoría de la ciudadanía en su deseo por terminar el monopolio del partido único en su país. Un proceso similar se vivió en Polonia, desde comienzos de los años ochenta, en el que la oposición al régimen comunista se unificó en el sindicato independiente Solidaridad, cuyo líder fue Lech Walesa. En ambos casos, se privilegió el camino pacífico basado en el diálogo con el Partido Comunista, ya carente del apoyo de los tanques soviéticos. Tanto Havel como Walesa, supieron reunir en su derredor a intelectuales notables de variados orígenes, que desde la clandestinidad meditaron sobre los cambios a seguir en el post-comunismo: constitucionalismo, pluralismo, parlamentarismo, economía de mercado, integración a Occidente y apertura al mundo.

La transición de terciopelo es el modelo que debería seguir el pueblo cubano si quiere convertirse en una nación pacífica, respetuosa del derecho y en la que haya más y mejores oportunidades para todos.

Ricardo López Göttig es historiador y escritor, Director del Instituto Liberal Democrático de CADAL e investigador de la Fundación Hayek.