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21.05.18

Del dicho al hecho en la política hacia Venezuela

(El Más allá de declaraciones pomposas denunciando al régimen venezolano, lamentablemente es poco lo que los gobiernos de la región —incluido el del Presidente Sebastián Piñera— parecen dispuestos o capaces de hacer para evitar que Venezuela se siga hundiendo en el abismo.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Para nadie resultó una sorpresa que Nicolás Maduro se declarara ganador en las elecciones presidenciales de Venezuela. Tampoco fue sorpresa que la oposición denunciara el proceso como viciado. Pocos esperaban que los candidatos perdedores aceptaran su derrota. La decisión de la mayoría de los gobiernos democráticos del mundo de desconocer los resultados de ayer tampoco sorprendió a nadie. Pero donde sí hay mucha incertidumbre es sobre qué harán los gobiernos democráticos para impulsar un cambio que facilite una transición a la democracia en Venezuela. Lamentablemente, las cartas parecen estar cargadas más a que la región no pasará de las declaraciones pomposas a las acciones concretas para lograr que los venezolanos decidan libre y soberanamente quién será su líder por los próximos seis años.

La jornada del 20 de mayo transcurrió sin imprevistos. Aunque algunos pudieran creer que se trataba de una tragedia griega, los hechos del día —aunque ocurrieron en un país devastado por una crisis económica causada por un gobierno inepto y corrupto— recordaron más bien a una mala telenovela. Todo era predecible, incluido lo poco creíble que resultó lo que hizo el gobierno para darle validez a un proceso electoral que carecía del componente esencial de una democracia: la incertidumbre sobre el resultado.


Pero lo que faltó de incertidumbre en el proceso electoral sobra en lo que se viene ahora que Maduro pretenderá seguir al mando de Venezuela por los próximos seis años. Los países de la región han optado por desconocer los resultados. Las críticas de gobiernos de derecha y de centro han sido devastadoras y claras. Salvo los sospechosos de siempre —los sobrevivientes de la revolución bolivariana que todavía gobiernan en Bolivia y Nicaragua—, los líderes democráticos de la región han dicho que no reconocerán la legitimidad de este proceso.

Hasta ahí, todo bien. Pero el desafío ahora es acompañar esas declaraciones firmes y claras con hechos concretos que generen cambios positivos en Venezuela. Eso será mucho más difícil. Para lograr arrinconar al régimen de Maduro y forzar una apertura democrática, nuevas elecciones —verdaderamente libres y competitivas— y restablecer el Estado de derecho se necesitará una acción orquestada de los gobiernos democráticos de la región.

Hay buenas razones para pensar que esa acción orquestada no se producirá. Primero, porque nadie quiere aparecer demasiado cercano al gobierno de Estados Unidos, liderado por Donald Trump. Si bien EE.UU. una democracia sólida, Trump no es un líder democrático ejemplar que tenga legitimidad —especialmente en América Latina— para ejercer presión sobre el gobierno de Maduro. Para empeorar las cosas, los gobiernos de Brasil, México y Colombia van de salida, por lo que los Presidentes de esos países tampoco están en posición de liderar la presión sobre Maduro. Mauricio Macri, en Argentina, podría liderar esta misión, pero tiene demasiados problemas en su país como para poder dedicarse a esta compleja tarea. Martín Vizcarra, el nuevo Presidente del Perú, no tiene la legitimidad regional necesaria. Eso deja a Sebastián Piñera, el Presidente chileno, como el candidato mejor posicionado para liderar ese esfuerzo regional por promover la democracia en Venezuela.


En el papel, Piñera tiene mucho que ganar si se anima a asumir ese rol. Primero, la derecha chilena necesita demostrar su compromiso con la democracia. Después de haber apoyado a la dictadura militar, el sector puede ahora expiar su pecado histórico, jugándosela con fuerza por la democracia venezolana. Además, al tomar esa bandera Piñera anula a la oposición izquierdista en Chile: o la izquierda se suma a su causa o aparece defendiendo al impresentable Maduro. Además, Piñera puede adquirir notoriedad internacional y potenciar su liderazgo —y el liderazgo de Chile— en la región y el mundo.

El problema es que Piñera tiene pocas armas para lograr resultados favorables en Venezuela.  Nadie piensa seriamente en una intervención militar. Los países de la región no parecen convencidos de imponer sanciones. Los castigos simbólicos —como expulsar a Caracas de la OEA u otros foros— tendrán poco efecto (especialmente después de que la propia región ha presionado por lograr que Cuba, una dictadura peor que la venezolana, sea aceptada en esos mismos foros).

Por eso, aunque en los próximos días el gobierno de Chile probablemente suba el volumen de sus críticas a Venezuela, es poco probable que Piñera logre impulsar medidas concretas que generen los cambios democráticos que ese país necesita. Bien pudiera ser que Maduro caiga por su propio mal manejo económico o por un golpe producido al interior de su gobierno. Pero más allá de declaraciones pomposas denunciando al régimen venezolano, lamentablemente es poco lo que los gobiernos de la región —incluido el del Presidente Sebastián Piñera— parecen dispuestos o capaces de hacer para evitar que Venezuela se siga hundiendo en el abismo.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)