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04.05.18

Todas las dictaduras son malas

(El Líbero) La defensa que Vargas Llosa ha venido haciendo de la libertad, la democracia y los mercados constituye un tirón de orejas permanente tanto a esa derecha que relativiza su condena a la dictadura de Pinochet como a esa izquierda que relativiza su condena a las dictaduras de Cuba y Venezuela.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Todas las dictaduras son malas”, la frase del Premio Nobel Mario Vargas Llosa subrayando que no se puede relativizar el dañino impacto de los gobiernos autoritarios probablemente será recordada por muchos años en Chile. Lamentablemente, aunque lo que dijo Vargas Llosa es una verdad indesmentible, todavía quedan sectores en la izquierda y la derecha chilena que creen que hay algunas dictaduras mejores que otras. Porque los dictadores somo como padres que abusan sexualmente de sus hijos, no se puede usar como atenuante del horrendo crimen que un padre abusador pagó una educación de calidad a sus hijos a diferencia de otros que, además de abusar de sus hijos, no se preocuparon de su educación. No hay atenuante que valga ante una dictadura. Todo dictador debe ser repudiado.

En su más reciente visita a Chile, Mario Vargas Llosa ha repetido varios de los conceptos que lo han convertido, en las últimas décadas, en intelectual público favorito de la derecha y de los liberales, y en enemigo acérrimo de izquierdistas nostálgicos de las aventuras revolucionarias de los años 60 y 70. El polémico camino intelectual de Vargas Llosa refleja la compleja historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Después de haber sido seducido por la revolución cubana, el escritor rompió con Fidel Castro cuando su régimen devino en dictadura. Aunque a fines de los 80 —y en especial durante su breve y fracasada aventura política por convertirse en presidente del Perú— Vargas Llosa fue insuficientemente categórico para denunciar a dictaduras de derecha, la postura del intelectual peruano a favor de los gobiernos amigables con el mercado y respetuosos de la democracia fue haciéndose más militante. Su crítica frontal en 1990 a la dictadura perfecta del PRI en México demostró que, cuando se trataba de defender la democracia y los mercados, Vargas Llosa no aceptaba relativismos.

Ya que en la década de los 90 América Latina dio pasos sólidos hacia la consolidación de la democracia y la profundización de los mercados, la postura de Vargas Llosa no generaba polémicas. Pero una vez que los países de la región comenzaron a adoptar políticas proteccionistas y las democracias se debilitaron ante la irrupción de populismos y personalismos autoritarios, el autor se convirtió en un duro crítico de aquellos que, en el nombre de la justicia social y la reducción de la desigualdad, atentaban contra las libertades individuales y contra la competencia en los mercados. Más por su defensa de la competencia en los mercados que de las libertades individuales, Vargas Llosa se convirtió en intelectual favorito de gobiernos de derecha y del sector empresarial que miraba con preocupación el avance electoral de gobiernos izquierdistas pro Estado en la región.

La dura critica que ha venido realizando Vargas Llosa al gobierno autoritario de Venezuela en años recientes —además de su ya conocida postura contra la dictadura cubana— lo ha llevado a enfrentarse con izquierdistas que, después de haber combatido dictaduras en el resto de la región, no se atreven a denunciar las evidentes infracciones a las reglas del juego democrático que ocurren en Venezuela. En Chile, la postura de Vargas Llosa le ha ganado pifias en la izquierda y aplausos en la derecha.

Pero parte de la misma derecha que lo aplaude parece incapaz de decirle dictadura al régimen de Pinochet. Por eso, la categórica afirmación de Vargas Llosa rechazando relativizar la dictadura —todas son malas, peligrosas e inaceptables— ha sido recibida como un bálsamo por aquellos que denuncian a la derecha por criticar a la dictadura venezolana y relativizar a la chilena.  Por eso, es bienvenida la admonición del peruano a esa derecha chilena nostálgica de la dictadura o incapaz de entender que ser Pinochet no es más digno que ser Maduro o Castro.

Pero la frase de Vargas Llosa también debe ser entendida como una reprimenda a aquella izquierda que luchó contra Pinochet, pero aún sigue creyendo que Fidel Castro es una luz en el camino o que Venezuela es sólo una democracia con problemas. Porque la izquierda que defendió los derechos humanos es incapaz de denunciar la falta de democracia en Cuba o el innegable tránsito hacia el autoritarismo que ha vivido Venezuela en estos últimos años, la frase de Vargas Llosa declarando inaceptable a todas las dictaduras es tremendamente necesaria en una región que ha tenido demasiadas experiencias traumáticas con líderes autoritarios.

A la hora de respetar los derechos humanos y las instituciones de la democracia —que se construyen respetando las libertades individuales y el principio de incertidumbre sobre quién gobernará que existe sólo en elecciones libres y competitivas—, la defensa que Vargas Llosa ha venido haciendo de la libertad, la democracia y los mercados constituye un tirón de orejas permanente tanto a esa derecha que relativiza su condena a la dictadura de Pinochet como a esa izquierda que relativiza su condena a las dictaduras de Cuba y Venezuela.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)