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05.09.17

La falta de competencia daña a la democracia

(El Líbero) La derecha no debiera celebrar la poca competencia que las encuestas registran en la campaña presidencial, porque la democracia se fortalece cuando hay una cerrada pugna entre, al menos, dos candidatos.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Es comprensible que los partidarios de la candidatura presidencial de Sebastián Piñera se sientan especialmente ilusionados con la enorme ventaja que las encuestas dan al ex Presidente. Sus rivales están enfrascados en una pelea por el segundo lugar, pero ninguno de ellos parece lo suficientemente competitivo contra Piñera en segunda vuelta. Sin embargo, la derecha no debiera celebrar la poca competencia: la democracia se fortalece cuando hay una cerrada pugna entre, al menos, dos candidatos.

Si bien hace cuatro años la derecha estaba en ruinas y experimentó su peor derrota electoral desde el retorno de la democracia —lo que le permitió a la Nueva Mayoría tener el dominio absoluto en ambas cámaras del Congreso para echar a andar la retroexcavadora—, las cosas ahora aparecen mucho más favorables para Chile Vamos que para la moribunda coalición oficialista. De hecho, la Nueva Mayoría propiamente tal ya no existe. Dividida entre los partidos de izquierda (Fuerza de Mayoría) y el PDC, la Nueva Mayoría tuvo una corta vida que electoralmente empezó muy bien, pero que está terminando muy mal. Después de perder las elecciones municipales de 2016, la centroizquierda aparece encaminada a experimentar su peor desempeño electoral en una contienda presidencial desde 1990.

La historia nos entregará distintas versiones sobre las cuatro contiendas presidenciales que parecen encaminadas a producir la secuencia Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera, pero ya hay algunas lecciones que se pueden sacar de este singular período en la historia política de Chile. En 2005 y 2009 las elecciones fueron competitivas (más en segunda vuelta que en primera vuelta en 2009). Eso obligó a los candidatos a realizar esfuerzos superiores por buscar posiciones pragmáticas que atrajeran a los electores moderados. El peso relativo de los extremos era menor, en tanto la votación era obligatoria, y para ganar los candidatos no podían olvidarse de los electores que, no identificándose con sector alguno, tienen en la práctica posturas que se acercan al centro.

A partir de 2013 el voto ya era voluntario y la inscripción automática, lo que significa que, si bien todas las personas tienen la posibilidad de concurrir a votar, resulta muy fácil optar por no hacerlo. Al no existir el temor de una multa (que en realidad se aplicaba muy poco antes de 2012) y al verse moralmente liberados de ejercer ese derecho que también debiese ser una obligación, la mitad de los chilenos escoge no participar. Pero la decisión de abstenerse no se distribuye aleatoriamente respecto de las preferencias políticas de las personas: aquellos con preferencias más marcadas tienden a participar más, lo que les da más peso electoral a las posiciones extremas.

Como la contienda de 2017 también será con inscripción automática y voto voluntario —y además se inaugurará un nuevo sistema electoral a nivel parlamentario que baja las barreras de entrada a los partidos nuevos—, debiéramos ver todavía una mayor tendencia de los candidatos y partidos a buscar conquistar nichos políticos específicos. Eso debiera contribuir todavía más a la polarización. Si hay una cantidad suficiente de postulantes y partidos que levanten banderas de pragmatismo, el impacto negativo en la votación de sectores moderados debiese ser menor.

Pero como la elección de noviembre se ordena fundamentalmente en torno a la contienda presidencial, más que la parlamentaria, la falta de incertidumbre sobre quién terminará en el primer lugar en la primera vuelta pudiera afectar negativamente la participación, especialmente entre los votantes de derecha y los más moderados.  Si todos saben que Piñera terminará primero el 17 de noviembre, menos gente pudiera tomarse la molestia de ir a votar ese día. Pero como hay más competencia por el segundo lugar, los votantes de izquierda tendrán más razones para ir a sufragar. Irónicamente, eso pudiera repercutir en un golpe inesperado contra la derecha en la elección parlamentaria. Si en general va menos gente a votar pensando que Piñera gana, pero va más gente de izquierda —aquellos interesados en decidir quién irá contra Piñera en el balotaje—, la ventaja del ex Presidente en las encuestas pudiera no verse reflejada en la composición del próximo Congreso.

En cambio, si hubiera algo más de incertidumbre en la primera vuelta —ya sea porque Piñera pueda ganar mayoría absoluta o porque alguno de sus rivales logre hacerle collera—, la campaña induciría a que aumente el número de interesados en ir a votar. Porque al igual que ocurre en otros mercados —cuando aumenta la competencia entre los oferentes, la demanda tiende a aumentar—, la democracia chilena se beneficiaría si en las 11 semanas que restan de campaña aumenta la incertidumbre sobre cuál será el resultado del 17 de noviembre. Aunque eso pudiera ser malo para la derecha hoy, la democracia saldrá fortalecida.

Fuente: EL Líbero (Santiago, Chile)