Artículos

13.03.17

Una Argentina cansada, ¿quiere y puede cambiar?

(TN) Probablemente la sociedad argentina cambie igual, aunque la política no haga mucho por ayudarla. Y a esta lo que le conviene entonces no es pretender ejercer de nuevo el remanido rol de demiurgo que «da vuelta el país como una media», sino asumir un papel más ajustado y eficaz como «facilitador».
Por Marcos Novaro

(TN) Hay múltiples indicios de que la argentina es una sociedad cansada; cansada de los delirios, de entusiasmarse y decepcionarse con ellos. Cansada de conflictos sectoriales que no parecen tener nunca solución y han ido agotando las energías de los contendientes. Cansada de que pese a todos nuestros talentos y esfuerzos los resultados que conseguimos colectivamente sean tan pobres. Hace poco alguien en los medios lo expresó así: “No quiero que me pasen en colores lo que ya vi varias veces en blanco y negro”. Ese es el espíritu de la época.

Podría pensarse que en esta sociedad cansada ya no hay energías, no hay espacio para la innovación y por tanto imperarán la resignación, una vida política de baja intensidad, miras cortas y pobres resultados. ¿Pero es realmente así?

Creo que no. Creo que el cansancio o los cansancios de los que hablamos son, a la vez, o al menos pueden ser, grandes motores del cambio.

Porque cansancio no es igual a resignación. Estar cansado es también una virtud política, y una muy potente, si se corresponde con haber hecho un aprendizaje de lo que ya sabemos que no nos va a dar resultado, y por tanto no queremos volver a intentar. Ahí la cosa se invierte, y el cansancio puede alimentar la apuesta por cambios razonables y sobre todo viables, y un sentido común novedoso para esquivarle el cuerpo a nuevos desvaríos y oportunidades de frustración.

El cansancio puede ser también un muy útil recurso para facilitar la cooperación. Después de más de tres décadas de democracia durante las cuales la negociación y superación de conflictos fueron más bien escasas, nos encontramos con los guantes bajos en medio del ring y ya no nos da para retomar la pelea; así que podemos estar más dispuestos que antes a ensayar algo nuevo, en vez de trompearnos, negociar costos y beneficios para salir de los bretes que nos han estado agotando.

Por último, el cansancio es un bálsamo para gente acostumbrada a saltar como leche hervida cada vez que enfrenta un disgusto, o alguien nos dice lo que no queremos escuchar, como por ejemplo que en términos de nuestras capacidades de resolver problemas colectivos damos pena. Así, cansados, en vez de reaccionar, y confirmar así esos duros juicios, tal vez podamos pensar, y luego actuar, más productivamente.

Claro que las cosas pueden verse de modo muy distinto. Por ejemplo, Beatriz Sarlo, en varias jugosas intervenciones recientes asoció lo que acá llamamos cansancio con una atonía política y un tecnicismo administrativista carentes de miras, que serían para ella la marca de estos años, de lo que el gobierno actual pobremente nos ofrece, y frente a lo que hay que rebelarse.

Sarlo tiene sin duda un punto, pero creo que su mirada está algo sesgada por las preocupaciones que la desvelan: rescatar la pasión política, y en particular las pasiones e ideales de la izquierda, del uso vicioso que de ellas hizo el kirchnerismo; para lo cual cree estar obligada a desestimar lo que la salida macrista de ese ciclo pueda ofrecer, y la forma en que los ciudadanos están procesándola.

¿Entienden nuestros líderes y elites de un manera más productiva el cansancio de la sociedad? Algunos más que otros, pero en general tanto en las esferas sectoriales como en los partidos hay motivos para ser optimistas.

Desde el Gobierno creo que han planteado líneas bastante adecuadas, aunque a veces pareciera que se desesperan por movilizar nuevas fuerzas del cambio donde no va a haberlas, destinando recursos lejos de donde ellas ya están actuando y hay oportunidades para potenciar nuevas formas de pensar y actuar.

En otros casos se plantean como ideas nuevas lo que sólo son simplificaciones remozadas de lo viejo. Hace poco un pensador oficialista llegó al extremo de proponer el reemplazo del espíritu crítico, que según él nos habría conducido a abusar nocivamente del debate, por el puro y llano entusiasmo en el hacer.

Confundiendo el espíritu crítico con la querella recurrente y estéril en que efectivamente tendemos a enredarnos, cuando se trata de dos cosas diametralmente opuestas. Y reflotando, como si fuera un gran aporte new age una vieja manía de la política nacional: el voluntarismo. Del que por suerte la gran mayoría de los argentinos nos hemos también cansado, tras sucesivos sueños refundacionales que no terminaron muy bien que digamos.

Porque además el otro costado de este imperio virtuoso del cansancio que estamos analizando es que la naturaleza del cambio, y de la entera relación entre el estado, la política y la sociedad, van adoptando formas novedosas. Probablemente la sociedad argentina cambie igual, aunque la política no haga mucho por ayudarla. Y a esta lo que le conviene entonces no es pretender ejercer de nuevo el remanido rol de demiurgo que “da vuelta el país como una media”, sino asumir un papel más ajustado y eficaz como “facilitador”.

Que de todos modos supone grandes desafíos, porque implica ayudar a los rezagados, intervenir oportunamente para resolver la infinita variedad de tropiezos que enfrentarán los demás actores, y explicarle a todos lo que está pasando y hacia donde vamos. SI pudiera hacer la mitad de todo eso ya sería un golazo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)