Artículos

02.01.17

Buenas y malas razones para echar a Prat Gay

(TN) Dicen que Macri es muy desconfiado y que en eso también se parece a Néstor. Pero por algo Néstor no tenía amigos, solo empleados y subordinados. El que se creyó «socio» de Kirchner, como sucedió con Alberto Fernández, así terminó. El problema del actual presidente puede que sea distinto, y que tenga que ver con que no desconfía de sus propios sentidos, de sus ojos y oídos, que a veces son los más proclives al engaño.
Por Marcos Novaro

(TN) Parte esencial del trabajo de un presidente es saber echar y reemplazar colaboradores que o no hacen bien su trabajo, o no hacen exactamente el que está haciendo falta. Con Alfonso Prat-Gay parece haber sucedido un poco las dos cosas.

Desde tiempo atrás Mauricio Macri venía recibiendo presiones para hacer cambios de gabinete, enfrentado en varios frentes a la vez al desafío de procesar los desgastes acumulados durante un año particularmente largo y difícil. Y pareciera que aunque se tomó su tiempo, lo hizo más que por dudar sobre el camino a seguir, por buscar la mejor ocasión para ratificar en un mismo gesto su programa, su autoridad y el método elegido para ejercerla.

Prat Gay también se presentó como una buena víctima sacrificial por este motivo: por más devaluado que estuviera el sillón que ocupaba podía cumplir bien con el papel de fusible, necesario tras la frustración del famoso segundo semestre; además de que había entrado en cortocircuito en reiteradas ocasiones con “el equipo”.

Y respecto a en qué consiste el famoso “equipo” Macri evidentemente quiso que no quedara ninguna duda: hay un solo líder, un conjunto limitado de cardenales o mediadores, y una gran tropa de “remeros”, intercambiables y reemplazables. Podrá decirse que no es el mejor método de gobierno, incluso que se parece demasiado a la estructura radial hiperverticalizada que en su momento montó Néstor Kirchner, con no demasiado buenos resultados, pero al menos hay una idea ordenadora y todos, dentro y fuera, saben a qué atenerse. Para un gobierno sin mayorías parlamentarias con muchos frentes abiertos e infinidad de interlocutores que buscan sacar de él el mayor provecho posible tal vez no sea la peor opción.

Ahora dependerá de la Jefatura de Gabinete convertirse efectivamente en la estructura de mediación que hace falta en este esquema, cosa que ha hecho sólo a medias hasta aquí. Para completar la tarea va a necesitar mucho más esfuerzo y talento del que ha reunido hasta ahora. Pues de otro modo se van a repetir episodios lamentables como el del Conicet de la semana anterior, del que ningún funcionario se hizo cargo hasta que fue ya demasiado tarde.

Otros serios inconvenientes pueden surgir por el lado de los incentivos que se crean dentro de la estructura de gobierno. Por un lado, el presidente parece haber castigado la ambición política y la disidencia, lo que no es para nada bueno. Y tampoco muy compatible que digamos con una gestión que necesita nutrirse de distintas fuerzas y corrientes de opinión, y se supone que celebra que le señalen los errores que comete.

Por otro, aunque se destaquen errores de gestión cometidos por Prat Gay, no parece que ellos hayan sido exclusivos suyos, ni en cualquier caso suficientes para empañar sus indiscutibles logros. Con lo cual puede que con esta decisión, más aun en los términos drásticos e inapelables que se planteó, se estimule a los funcionarios no a hacer mejor el trabajo, sino a esmerarse por esquivarle el bulto a los problemas y no meterse en aprietos levantando innecesariamente la cabeza.

De todos los argumentos que se plantearon o filtraron desde el Ejecutivo para justificar el abrupto despido de Prat Gay, y fueron llamativamente muchos y variados, los por lejos más absurdos fueron los que aludieron a su ambición política, incluso a un supuesto sueño presidencial que, convengamos, toda persona que se dedica a estos menesteres en alguna medida cobija, aunque con poco o ningún realismo en la mayor parte de los casos.

¿Dónde está entonces el problema, en que el ahora exministro era “demasiado ambicioso”, en que no era “realista” o en que lo era? Y en todo caso, ¿lo suyo era menos realista que Mario Quintana comunicador y coordinador de planes de estabilización, o Gustavo Lopetegui coordinador de las ciencias y la cultura?

Si un presidente no quiere terminar administrando los dóciles egos de una caterva de empleados sin pasión y sin futuro le conviene convivir con las ambiciones de sus colaboradores, incluso cultivarlas premiándolas según su desempeño. No otra cosa hace un buen CEO con sus gerentes, creando incentivos que suelen contemplar la distribución de cuotas de propiedad, convirtiendo en accionistas a los mejores de ellos.

No es que Macri no entienda este asunto, claro. De hecho, en el seno del PRO hay ya varios accionistas de pleno derecho, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Marcos Peña. Y en Cambiemos el presidente ha admitido a otros dos, a veces con gran despliegue de tolerancia de su parte: Ernesto Sanz y Elisa Carrió no pueden decir que no se les ha respetado como socios; pese a que el primero ha sido desautorizado como jefe partidario por los propios radicales y la segunda ha usado y abusado de la crítica pública cada vez que se le cantó.

Sin embargo, a nivel de los gerentes parece que Macri se muestra bastante más mezquino o desconfiado. Y puede que eso no sea muy buena idea. Sobre todo si el trato encima no es parejo para todos.

Respecto a esto último se suma en el caso de Prat Gay una evidente desproporción entre los logros alcanzados y el trato recibido. Uno de los supuestos errores del ahora exministro que se dice habrían desencadenado su salida fue la presentación del proyecto de Ganancias oficial al Congreso cuando era evidente ya que este no iba a aprobarlo. Pero lo cierto es que ese proyecto Hacienda lo tenía preparado desde febrero. Y si se demoró casi 10 meses su trámite no fue decisión de Prat Gay, o sólo de él, sino más bien de la Jefatura de Gabinete. ¿No serán los propios órganos vitales del presidente, sus ojos y oídos, los que han estado cometiendo errores que luego descargaron hacia abajo en la cadena de mandos? ¿No sucedió algo parecido con las tarifas, con la reforma política y con unos cuantos temas más?

Dicen que Macri es muy desconfiado y que en eso también se parece a Néstor. Pero por algo Néstor no tenía amigos, solo empleados y subordinados. El que se creyó “socio” de Kirchner, como sucedió con Alberto Fernández, así terminó. El problema del actual presidente puede que sea distinto, y que tenga que ver con que no desconfía de sus propios sentidos, de sus ojos y oídos, que a veces son los más proclives al engaño.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)